Otra era aún más explícita y aleccionadora, y alertaba contra la posible cadena, involuntaria e incontrolable, a que las palabras dichas están siempre expuestas, y aquí el espía o la espía no estaban al inicio acechando, sino esperando al final de ella. La viñeta estaba dividida en cuatro partes, dos con fondo rojo, dos con blanco. El recuadro superior izquierdo mostraba a un marinero hablando con una joven de melena rubia (su novia, su hermana, tal vez una amiga) de la cual no tiene motivo para desconfiar, al contrario, ella le escucha con interés desinteresado (es decir, más se interesa por él que por lo revelado o contado) y lo mira con enorme aprecio, si es que no con embeleso. Debajo, en mayúsculas, la palabra 'CONTÁRSELO'. El siguiente recuadro, el superior derecho, presentaba a esa misma joven rubia charlando con una amiga de pelo castaño dispuesto en un recogido alto, que la escucha con expresión de asombro, el interés de ésta no parece tan desinteresado: como mínimo saborea anticipadamente la noticia que ella podrá a su vez dar; quizá no sea malintencionada sino tan sólo chismosa, una de esas personas que disfrutan contando y acarreando primicias y mostrándose enteradas, sorprendiendo a los otros con lo mucho que saben de todo. Debajo, en minúsculas, 'a un amigo puede'. El recuadro inferior izquierdo dibujaba a la mujer del pelo castaño relatándole lo oído a otra amiga, ésta de pelo negro con la raya en medio y una especie de moño bajo, fríos ojos rasgados y una expresión de interés ya del todo interesado, pues a la vez que escucha piensa en su próximo interlocutor sobre todo, al que no dará ya una mera noticia, sino una información muy valiosa. Debajo, de nuevo en minúsculas, 'significar contárselo'. Por último, el recuadro inferior derecho pintaba a la tercera mujer, la del pelo negro, susurrándole casi al oído —los ojos entornados malignos— a un hombre rubio de mirada oblicua y facciones muy duras, sin duda un despiadado nazi cuyo siguiente paso no será contar más nada, sino pasar a la acción, tomar medidas que seguramente conducirán a la muerte a muchos, el culpable e inocente marinero incluido. Debajo, las letras volvían a ser mayúsculas, 'AL ENEMIGO', y así la suma de todas era 'CONTÁRSELO a un amigo puede significar contárselo AL ENEMIGO', siendo el principal mensaje el de esas mayúsculas sobre los fondos rojos. No pude evitar fijarme, sonriendo para mis adentros, en la gradación estudiada de las tres mujeres: la 'buena' era rubia y con melena corta, al cuello un modesto y sencillo lazo blanco; la 'frívola' o la 'insensata' era castaña, llevaba recogido el pelo y un collar sobre la garganta (una mujer más coqueta); la 'mala', la espía, era de cabellos negros bastante más historiados, el cuello se lo adornaba una especie de gargantilla negra con un broche verdoso que refulgía en el centro, y era la única en lucir pendientes (una seductora en regla, probablemente). Muchas compatriotas mías, entre ellas mi madre, pensé, habrían tenido quizá mala prensa en Inglaterra, en aquellos años.
Otra viñeta más presentaba a un soldado de infantería que miraba al frente: hombre de mediana edad (un veterano), con un pitillo en los labios se llevaba el índice de la mano izquierda a la sien, bajo el casco, y recomendaba en traducción literal: 'Guárdatelo bajo el sombrero', modismo que en realidad equivale a 'De esto, ni palabra', o 'De esto no sueltes prenda', o quizá, más castiza y anticuadamente, 'Guárdatelo para tu coleto'. Y arriba, en letras rojas, '¡Cuidado con los espías!'.
'Iban destinadas principalmente a las fuerzas, ¿no? Estas viñetas', le dije a Wheeler.
'Ah sí, pero no solamente', me respondió con una ligera vibración en la voz. 'Eso es lo más interesante, que el mensaje no era sólo para los soldados, quienes más sabían y mayores cuidado y discreción debían tener, sino para todo el mundo, también para cualquier civil. Mira estas otras.' Y sacó de su carpeta unas cuantas más que, en efecto, ya no iban dirigidas a los militares, sino al conjunto de la población.
Algunas eran caricaturas. Una representaba a un señor hablando por teléfono desde una cabina pública de color rojo, como aún son las inglesas: '... pero por amor de Dios, ¡no digas que yo te lo he contado!', eran sus palabras según el texto, mientras por las paredes y el techo de la cabina asomaban sus caras clónicas catorce o quince pequeños Hitlers. En otra se veía a dos señoras sentadas en el metro, y la primera le decía a la segunda: '¡Uno nunca sabe quiénestá escuchando!' Un par de asientos detrás viajaban muy satisfechos dos gerifaltes nazis uniformados, uno flaco, el otro gordo y cargado de condecoraciones, aquél también parecía Hitler. En otra viñeta, hecha quizá a partir de una foto, se veía a un hombre común y corriente con su corbata, su gabardina y su gorra (tal vez un cockney), que parecía guiñar un ojo al espectador y más o menos decía: 'Lo que yo sé... para míme lo guardo' o 'me lo reservo'. Las había también para convencer a los niños e inculcarles por mimetismo la conveniencia de su silencio ('Sé como papá: ¡chitón!'), o avisos oficiales meramente tipográficos, sin ilustración ('Miles de vidas se perdieron en la anterior guerra a causa de la valiosa información revelada al enemigo por las conversaciones imprudentes. ¡Estad en guardia!'), que debieron de invadir los tablones y corchos de las oficinas y las escuelas y los pubsy las fábricas, así como las calles, las tapias, las paredes de los trenes y los autobuses, las estaciones de ferrocarril y metro. En otras se explicaba, en verso, por qué se imponía censura a informaciones en principio inocuas y que en tiempo de paz se daban sin ningún problema o aun de manera obligada, como por ejemplo las causas de que un tren se quedara retenido o parado o llegara con acumulados retrasos: 'Dice el censor que han de ser ignoradas / las circunstancias de nuestras nevadas: / para los nazis serían noticia / que aprovecharían con gran codicia', este era el estilo equivalente, más o menos, de los pareados o aleluyas (muestra de consideración y civismo, explicar a los ciudadanos por qué no se les explicaba). Y siempre más viñetas dirigidas a los miembros de las fuerzas armadas, cuyos descuidos eran los que en mayor peligro podían poner a todos y por supuesto a ellos mismos. Un soldado con casco y un teléfono por cuerpo alertaba: '¡Alto! Piénsatelo dos veces antes de hacer una llamada de larga distancia'. O un hombre y una mujer de uniforme dejaban asomar sólo sus pies y sus cabezas tras un biombo azul que ocultaba sus distintivos y con la palabra 'CENSURADO' en gran des letras blancas; el joven y la muchacha juntaban las brasas de sus respectivos cigarrillos, uno daba a otro lumbre y con ello unían sus labios por tabaco luego interpuestos (fumar no estaba mal visto ni perseguido, en algo tenían que ser afortunados los tiempos), pero se les advertía: '¡Vuestras unidades no deben ser reveladas!' La mayoría de las viñetas insistían, en cualquier caso, en el lema fundamental de la campaña: 'Careless talk costs lives', 'Las conversaciones imprudentes cuestan vidas'. O no sería traducción del todo infiel 'se cobran vidas'.
'Me suena vagamente que en nuestra Guerra Civil hubo avisos parecidos contra los quintacolumnistas, pero no estoy seguro, ¿usted se acuerda, Peter?', le pregunté. 'No sé, me ronda la cabeza algún lema del tipo "El enemigo tiene miles de oídos", pero quizá me lo invento, no sé, no conservo en la retina imágenes, por otra parte, equivalentes a las que usted me enseña, no creo haberlas visto reproducidas.' En verdad no lo sabía, aunque no era descartable que hubiéramos exportado también esa iniciativa. O tal vez mi memoria se confundía con el difamatorio cartel contra el POUM de la primavera del 37, el rostro cruzado por una svástica apareciendo bajo la careta con la hoz y el martillo; Nin había sido víctima de la paranoia semi-justificada que hizo ver espías y colaboradores de Franco en cualquier esquina, o más bien se habían valido sus enemigos de esa paranoia para acusarlo de traición y espionaje. Se lo acusó de haber informado, de haber hablado, y fue eso paradójicamente lo que nunca hizo ante sus torturadores. Allí calló y no se salvó, mantuvo la boca cerrada, no se fue de la lengua, no soltó prenda, he kept mumprecisamente, lo que sabía se lo guardó para sí o bajo el sombrero, o quizá no dijo nada por ser todas las incriminaciones falsas, tendría que haberse inventado patrañas e historias para poder admitirlas y reconocerlas, para confesarse el 'caballo de Troya' que aquel poético 'amante de la verdad' y 'quijotesco de pro' glosó algo más tarde con 'su voz de candil' que enamoró a Trapp-Tello, tan infamatoria esa voz.