Han venido tus padres a verte. Prudencia, qué alegría después de tanto tiempo. No iban a tu casa por no darte trabajo. Mamá, papá. Y abres los ojos. Mamá. Y se te llenan de ternura al verla. Has podido hablar sin hacer ningún esfuerzo. Mamá, papá. Tu padre se acerca y te da un beso en la frente. Tenía que haberte arrancado de allí, dijeras lo que dijeras, tenía que haberte llevado con nosotros. Papá. Y quisieras pedirle que no llore. Pero sólo puedes decirle papá.

Y ahora soy yo quien pide perdón, por haberte dejado entrar en mi vida. Les pido perdón. Y reniego de ti, Prudencia. Mamá, mamá. Ya sé que no iban a mi casa por no molestar y que ellos saben que yo no podía salir sola a la calle. Reniego de ti, Prudencia. Mamá, papá, no he sido yo, ha sido ella, que no quería irse sola. Pero no me oyen, no dejan de llorar y también me piden perdón.

Prudencia, dile a la enfermera que no quiero que se vayan, que no es verdad que me haya puesto nerviosa, que el suero se ha caído solo, que los labios me tiemblan de frío y que no estoy llorando, que no les diga que vuelvan cuando esté más tranquila. Mamá, papá, no me soltéis las manos. Mamá. Mamá. Mamá.

No te oyen, Prudencia. Se alejan los dos abrazados mirando hacia atrás, hacia ti, mientras la enfermera los conduce con suavidad rodeando a tu madre por los hombros.