No es por su educación que lo amo: no, no es eso. Es autodidacta y realmente sabe muchas cosas, pero no son esas.

No es por su caballerosidad que lo amo: no, no es eso. Él me lo dijo, pero no lo culpo; es una peculiaridad del sexo, creo, y él no hizo su sexo. Por supuesto, no se lo habría dicho, habría muerto antes; pero esa es también una peculiaridad del sexo y no me jacto de ella, porque yo no hice mi sexo.

¿Entonces por qué es que lo amo? Sencillamente porque es masculino, creo.

En el fondo es bueno y lo amo por eso, pero podría amarlo sin eso. Si me golpeara y abusara de mí, tendría que seguir amándolo. lo sé. Es una cuestión de sexo, creo.

Es fuerte y apuesto y lo amo por eso y lo admiro y estoy orgullosa de él, pero podría amarlo sin esas cualidades. Si fuera sencillo, lo amaría; si fuera un desastre, debería amarlo; y trabajaría para él y me esclavizaría por él y rezaría por él y estaría junto a su lecho hasta que me muera.

Sí, creo que lo amo simplemente porque es míoy es masculino. No hay otro motivo, supongo. Así que creo que es como dije al principio: que este tipo de amor no es producto del razonamiento y la estadística. Sólo llega— nadie sabe de dónde— y no puede explicarse a sí mismo. Y no necesita hacerlo.

Es lo que pienso. Pero soy sólo una muchacha y la primera que examina este asunto y puede resultar que en mi ignorancia y falta de experiencia no lo haya comprendido bien.

Cuarenta años después

Es mi plegaria, es mi anhelo, que podamos irnos de esta vida juntos: un anhelo que nunca desaparecerá de la tierra, sino que tendrá sitio en el corazón de cada esposa que ame, hasta el fin de los tiempos; y será bautizado con mi nombre.

Pero si uno de nosotros tiene que irse antes, es mi plegaria que sea yo; por que él es fuerte, yo soy débil, no soy tan necesaria para él como él lo es para mí: la vida sin él no sería vida; ¿cómo podría soportarla? Esta plegaria es también inmortal y no dejará de ser ofrecida mientras mi raza continúe. Soy la primera esposa; y en la última esposa me veré repetida.

En la tumba le Eva

Adán: Dondequiera estaba ella, allí estaba el Edén.

( 1893-l905)

Noé y el inspector [2]

Noah and the Inspector

Nadie podrá negar que son muy notables los progresos realizados en el arte de la construcción naval desde los tiempos en que Noé puso a flote su arca. Las leyes de la navegación acaso no existían o no eran aplicadas en todo su rigor literal. Actualmente las tenemos tan sabiamente combinadas que a la vista parecen papel de música. El pobre patriarca no podría hacer hoy lo que tan fácil le fue hacer entonces, pues la experiencia, maestra de la vida, nos ha enseñado que es necesario preocuparse por la seguridad de las personas dispuestas a cruzar los mares. Si Noé quisiera salir del puerto de Bremen, las autoridades le negarían el permiso correspondiente. Los inspectores pondrían toda clase de reparos a su embarcación. Ya sabemos lo que es Alemania. ¿Imagináis en todos sus pormenores el diálogo entre el patriarca naval y las autoridades? Llega el inspector, vestido irreprochablemente con su vistoso uniforme militar, y todos se sienten sobrecogidos de respeto a la vista de la majestad que brilla en su persona. Es un perfecto caballero, de una finura exquisita, pero tan inmutable como la propia estrella polar, siempre que se trata del cumplimiento de sus deberes oficiales.

Comenzaría por preguntarle a Noé el nombre de la población de su nacimiento, su edad, la religión o secta a que perteneciera, la cantidad de sus rentas o beneficios, su profesión o ejercicio habitual, su posición en la escala social, el número de sus esposas, de sus hijos y de sus criados, y el sexo y edad de hijos y criados. Si el patriarca no estuviera provisto de pasaporte, se lo obligaría a recabar todos los papeles necesarios. Hecho esto —antes no—, el inspector visitaría el arca…

—¿Longitud?

—Doscientos metros.

—¿Altura de la línea de flotación?

—Veintidós metros.

—¿Longitud de los baos?

—Dieciocho a veinte.

—¿Material de construcción?

—Madera.

—¿Se puede especificar?

—Cedro y acacia.

—¿Pintura y barniz?

—Alquitrán por dentro y por fuera.

—¿Pasajeros?

—Ocho.

—¿Sexo?

—Cuatro hombres y cuatro mujeres.

—¿Edad?

—La más joven tiene cien años.

—¿Y el jefe de la expedición?

—Seiscientos.

—Por lo que veo, va usted a Chicago. Hará usted negocio en la Exposición. Ahora dígame el nombre del médico de a bordo.

—No llevamos médico.

—Hay que llevar médico, y también un empresario de pompas fúnebres. Son requisitos indispensables. Personas de cierta edad no pueden aventurarse en un viaje como éste sin grandes precauciones. ¿Tripulantes?

—Las ocho personas mencionadas.

—¿Las mismas ocho personas?

—Sí, señor.

—¿Contando las mujeres?

—Sí, señor.

—¿Han prestado ya sus servicios en la marina mercante?

—No, señor.

—¿Y los hombres?

—Tampoco.

—¿Quién de ustedes ha navegado?

—Ninguno.

—¿Qué han sido ustedes?

—Agricultores y ganaderos.

—Como el buque no es de vapor, necesita por lo menos una tripulación de 800 hombres. Hay que procurárselos a toda costa. Es necesario tener también cuatro segundos y nueve cocineros. ¿Quién es el capitán?

—Servidor de usted.

—Se necesita un capitán. Y se necesita por lo menos una camarera, y ocho enfermeras para los ocho ancianos. ¿Quién ha hecho el proyecto y especificaciones del buque?

—Yo.

—¿Es su primer ensayo?