A Eutelo o Cirolas le dejan entrar en casa de la Parrocha pero no le permiten confiarse.

– O te ocupas o te vas, aquí no puede venirse de tertulia.

Su yerno, Tanis Gamuzo, ni le habla.

– Mi suegro es un mierda, si no fuera por Rosa ya le habría partido la cara hace tiempo, con estos tipos no se pueden tener confianzas, les das la mano y te toman el brazo, como suele decirse.

Marta la Portuguesa prefería pasar hambre que no ir al catre con Cirolas.

– Antes me muero de necesidad y pidiendo limosna. Eutelo es un cabrón que me revuelve las tripas, un asqueroso.

El primer marido de doña Rita fue un comerciante alto, gordo y blando que se pegó un tiro con una escopeta, de harto que estaba. El primer marido de doña Rita se llamó en vida don Clemente, le decían Abundancia, don Clemente Bariz Carballo era de la aldea de Monteveloso, en la parroquia de Santa Eufemia de Piornedo, municipio de Castrelo, en el país del Riós, al sur de la peña Nofre, y ganó muchos cuartos con el wólfram, la verdad es que de poco le valieron. Don Clemente se fue hartando poco a poco, que es la peor manera, y un día que ya no pudo más cargó la escopeta con postas de lobo, se sentó bien sentadito y cómodo en una butaca de la sala, se metió los dos cañones en la boca, apretó el gatillo y se saltó la cabeza en cien pedazos, el más grande era como una ciruela claudia, los sesos se le quedaron pegados en la lámpara, hubo que limpiarla con sidol. Don Clemente y doña Rita tuvieron siete hijos, eran todos pequeños aún; doña Rita, cuando enviudó, andaba por los treinta y dos o treinta y tres años y tenía ganas de pelea, si el cuerpo pide pelea es como si se tiene sed. Doña Rita encontró consuelo con su director espiritual, don Rosendo Vilar Santeiro, presbítero, con el que ya se entendía desde algún tiempo atrás.

– ¿Por qué no cuelgas la sotana, Rosendo, y nos casamos como Dios manda?

– ¿Pero cómo me voy a casar, desgraciada, si estoy ordenado de mayores? ¿Es que no lo sabes?

– ¡Anda, qué gracia! Pero conmigo bien que te saltas el voto de castidad, ¿no?

Don Rosendo se ponía furioso.

– ¿Pero qué tendrá que ver el culo con las cuatro témporas, alma de Dios?

Los mastines de Tanis Gamuzo, León, Mariñeiro, Zar, son valerosos, leales y obedientes, con ellos se puede ir por el camino con los ojos cerrados, que no se arriman ni el lobo ni el jabalí. Tanis también cría perrillos de carea, listos, juguetones y revoltosos, capaces de hostigar a las bestias del monte si se saben con las espaldas guardadas, Tanis conoce mucho de perros, los cuida bien, los educa y les saca partido.

– Otros vicios son peores, ¿no cree usted?

– ¡Y tanto, hijo, y tanto!

En la taberna de Rauco discuten Raimundo el de los Casandulfes, Robín Lebozán y un castellano que gasta unas tarjetas de visita con la cruz de Calatrava y su nombre en letra de bulto: Toribio de Mogrovejo y de Bustillo del Oro.

– ¿Era noble?

– Eso nos creíamos todos hasta que se lo llevó esposado la pareja porque había hecho una estafa a una estanquera de Orense.

– ¡Vaya por Dios!

– Como lo oye; su verdadero nombre era Toribio Expósito, lo de Toribio de Mogrovejo es como se llamaba el santo, no él, Santo Toribio de Mogrovejo, obispo en Lima del Perú, por cuyo celo se difundió por la América hispana la fe y la disciplina eclesiástica.

– ¡Toma!

– Ya lo ve usted, esas precisiones me las dio el secretario.

– Ya, ya…

– Lo de Bustillo del Oro era su pueblo, en la Tierra del Vino, en Zamora, parece ser que estaba reclamado por varios juzgados.

– ¿Y por diversos delitos?

– Lo más probable.

A lo que íbamos, Toribio de Mogrovejo, Raimundo el de los Casandulfes y Robín Lebozán se enzarzaron en una discusión muy elevada, los demás guardaban silencio porque ni se atrevían a opinar. Las posturas eran las siguientes: Toribio de Mogrovejo creía en Dios y en los curas, era el mejor pensado, Raimundo el de los Casandulfes creía en Dios (él prefiere decir el Sumo Hacedor) pero no en los curas, eso parece de masones, y Robín Lebozán, se conoce que para que la conversación no decayera, creía en los curas pero no en Dios.

– ¡Qué dislate!

– Y tanto.

La disputa fue interrumpida por la pareja, era más de la una de la madrugada. Toribio de Mogrovejo se puso pálido cuando la guardia civil le espetó,

– ¿Es usted Toribio Expósito?

– Servidor.

– Dése preso.

Toribio no opuso resistencia, se dejó esposar y se perdió en la noche, con un guardia civil a cada lado, por la carretera abajo.

– Hace frío…

– Eso se quita andando.

Doña Rita se propuso que don Rosendo no se le escapara vivo y lo consiguió, el que la sigue la mata. Doña Rita empezó a atacar al cura por el estómago, por el rijo ya lo tenía bien sujeto, por la vanidad y por la avaricia, don Rosendo era glotón, cachondo, vanidoso y avaro.

– Toma este reloj de oro del imbécil de mi difunto, más vale que lo lleves tú que eres más hombre.

– Gracias, le mandaré grabar la fecha en que me lo regalas.

Doña Rita un día se descaró.

– No me voy a andar con rodeos, ¡qué cáspita!, si cuelgas los hábitos y te vienes a vivir conmigo, te doy un millón de pesos. Tú dirás.

Don Rosendo le dijo que sí, que claro, no faltaría más, cobró el millón de pesos y se fue a vivir con la viuda. El escándalo que se organizó fue mayúsculo, pero don Rosendo sonreía.

– La crítica pasa y el dinero queda en casa; Rita y yo somos muy felices y en cuanto pueda arreglar mi situación, nos casaremos. ¿Qué más quiere Nuestro Señor que ver a sus criaturas felices?

En el camposanto de Santa Rosiña de Xericó crece la mandrágora, el macho y la hembra, que se le notan sus atributos en la raíz a la que está atado un perro, la mujer que toca la mandrágora queda preñada, a veces basta con que la huela, y el perro aúlla cuando quiere que alguien se duerma para decir la verdad: Me acuso de haber matado con un hacha al caminante que se adornaba el sombrero con margaritas y la barba con mariposas de cien colores, lo maté porque me miraba mal y me hacía trampas a las siete y media, nada me importa que me ahorquen porque sé que Dios me perdonará los pecados, al muerto lo quemé con camelias para que no me guardara rencor. El verdugo levantó la horca en el camposanto de Santa Rosiña, mismo encima del más tierno brote de la mandrágora para que los ahorcados la alimentaran con el semen que da la vida, la sangre que la mantiene y le da fuerzas y la saliva que la unta y la cuenta. Luisiño Parrulo tenía los ojos delicados y don Benigno mandó que se los curasen con la raíz de la mandrágora batida con aceite y vino.

– ¿Y curó?

– No, señor; cegó.

Si en la raíz de la mandrágora se figuran las partes del hombre, todo hombre que pase por su lado será amado por las mujeres hasta el fin, hasta que los sobresaltos lo maten de amor y los curas lo entierren de caridad. A Toribio de Mogrovejo y de Bustillo del Oro la guardia civil lo llevó en conducción ordinaria hasta Ponferrada; tardaron nueve días porque cae algo distante, subiendo y bajando cuestas. Si en la raíz de la mandrágora se figuran las partes de la mujer, toda mujer que pase por su lado será amada por un enano barbilindo y con la pelambrera revuelta al que llaman Mandrágoro, que se alimenta de ortigas y de sémola y que habla sin abrir la boca.

– ¿Me amas, hermosa mujer?

– ¡Cállate, baboso! ¡Así te mueras!

Antes de arrancar la mandrágora de la tierra hay que pintarle tres círculos con la espada todo alrededor, mientras una puta canta salmodias y un fraile motilón baila el cancán subiéndose la sotana hasta las vergüenzas. También puede arrancarse atándole una cuerda a la raíz y obligando a un perro hambriento a que tire de ella sin respirar; cuando la planta grita de dolor, el perro muere de espanto.

– No lo entierres, deja que se lo coman los cuervos.