– ¿Por qué no quiso usted contar nunca el accidente náutico en el que perdió la vida su hijo?
– ¿Por qué no se lo pregunta usted a su padre? Las madres no solemos guardar esa memoria, somos menos esmeradas.
Matty, Betty Boop y yo, de jóvenes, de diecisiete años o dieciocho, éramos divertidas y crueles, conocíamos a un chico y nos entusiasmábamos con su compañía, pero al poco tiempo empezábamos a encontrarlo ridículo y nos reíamos de él por lo que fuera, los dientes, la ropa, el bañador, el tono de voz, el color del pelo, el apellido, la hermana bizca, con frecuencia tenían una hermana bizca, la tía coja, con frecuencia tenían una tía coja, Matty, Betty Boop y yo nos traspasamos algún novio, pero no nos decíamos nada de cómo era, al final siempre coincidíamos en las cosas que más risa nos daban.
Fernando Gambiño, el cajero de Efectos Navales Ramiro Astray e fijos, estaba en la cárcel esperando a que le dieran garrote por el asesinato de su esposa, Berta González Abuín, eso se llama uxoricidio, pero Gambiño no lo sabía, el verdugo tenía que venir de fuera, creo que de Burgos; primero Gambiño emborrachó a Berta con anís dulce, le hizo beber más de media botella, y después, cuando la tenía ya bien ebria e inconsciente, la puso desnuda sobre la mesa del comedor, no quitó el hule para no manchar demasiado, le selló la boca con esparadrapo para que no gritase y la abrió de abajo arriba con un cuchillo de hoja ancha, el corazón lo tiró a la mar de la bahía, es buen alimento de peces y gaviotas, también aprovecha a los moluscos bivalvos y a las errabundas medusas, Gambiño puso la sangre en una fuente honda con dos pajitas en forma de cruz y el cuerpo se fue pudriendo poco a poco, bueno, bastante deprisa, a los pocos días daba un olor muy fuerte, un olor espantoso y nauseabundo, y empezó a criar gusanos, entonces el empleado de Efectos Navales se metió en la cama, puso la televisión, campeonato de Europa de gimnasia femenina, Mariquilla Terremoto por Estrellita Castro y Antonio Vico, Habla contigo Jesús Arteaga, programa religioso, puso la televisión, ya digo, y esperó a que llegase la policía, tuvieron que tirar la puerta a patadas, la muerte de la esposa del cajero fue un asesinato ritual, los informadores lo dijeron en seguida, lo que no se supo nunca es si hubo otros implicados; Fernando Gambiño Aruñedo, de cuarenta y cinco años de edad, era natural de Guitiriz y tenía justa fama de hombre cumplidor de su deber, nadie supo lo que pudo haberle pasado, el demonio suele recurrir a muy sutiles ardides, don Segundo, el capellán de la cárcel, decía que Gambiño había hecho una confesión general ejemplar.
A nadie importa, yo sé que a nadie importa, pero la gente puede confundirse porque estos papeles están siendo escritos por varias personas y son tres, al menos, tres mujeres, quienes hablan en primera persona, quienes usan el nominativo del pronombre personal de primera persona cuando les conviene, yo no soy más que una mujer amargada porque todo le salió mal en esta vida, lo probable es que en la otra le salga todavía peor, yo no soy más que una mujer enferma que va camino de vieja y que no acierta a aguantar la soledad, me siento sola y casi maldita, me siento señalada por el dedo de Dios, pido perdón porque no me queda más remedio, me gustaría que alguien me ayudase a enriquecer mi huera existencia, ya sé que es pedir peras al olmo, me conformaría con que alguien me enseñase las técnicas básicas de la meditación, algo que pudiera llevarme a conocer mi mente y a vencer mis inquietudes, mi negatividad, sé que es pedir demasiado y me prestaría gustosa a ser degollada en el ara de los sacrificios si ésa es la voluntad de Dios y si mi muerte en la cruz de San Andrés sirviera para algo.
Ahora Camilito Méndez Salgueiro pinta a la acuarela, pinta marinas y vegetaciones, árboles y praderas, también floreros, y sigue leyendo libros en francés, la empresa Pescados Marineda quebró porque no la sabía llevar, pudo salvar algún dinero y vive sin lujos, es cierto, pero sin excesivos agobios.
– ¿Me da usted un pitillo rubio?
– Con mucho gusto, coja otro para luego.
Betty Boop era la bufona del trío, su hermana y yo quedábamos menos graciosas, no aguantábamos la comparación, quedábamos mucho menos graciosas, Betty Boop tenía verdaderas condiciones de actriz, hubiera hecho una magnífica actriz, tenía mucho talento de actriz cómica, a lo mejor hubiera podido salvarse del derrumbamiento subiéndose a las tablas y yendo de un lado para otro y de escenario en escenario, las candilejas prolongan la juventud y alargan la vida. Betty Boop cantaba y representaba muy bien las canciones que componía Manuel Alejandro para Rocío Jurado, Muera el amor y Lo siento, las bordaba, Betty Boop se apuntó a clases de declamación, lo que más le gustaba era recitar Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, lo vivía tanto que acababa sudando y llorando.
El padre de Moncho Espido, el bizco bailón, le dijo a la encargada de la casa de putas de la Malpiqueira:
– Mira, Concha; cuando termine de hablar tráeme un vermú. Y ahora escucha o, por lo menos, pon cara de escuchar. La materia tiende a dirigirse al centro de la Tierra, la gravedad es su sustancia, y en cambio el espíritu, algo que se tiene a sí mismo como objeto, tiende a volar al eje del cielo, la libertad es su motor, no se puede entender que es su sustancia aunque sería hermoso admitirlo. ¿Lo entiendes? ¿No? Bueno, es lo mismo, ya estoy acostumbrado. Dime una cosa, Concha; ¿está disponible la Esperancita?, no importa, tú no te preocupes, si está ocupada volveré más tarde, tengo que comprar unos pasteles para el cumpleaños de mi nietecita Lorena, mañana cumple cinco añitos, ¡hay que ver cómo pasa el tiempo!
Mi cuñado Esteban Vilariño me regaló tres rollos de papel de retrete marca Los Dos Hermanos, no es tan bueno como La Condesita, pero sí bastante mejor que La Jirafa, Vilariño es médico especialista de piel, venéreas, sífilis, avenida de Arteijo, 21, radiaciones ultravioletas e infrarrojas, diatermia, onda corta, rayos X, la mujer de Vilariño fue mi pobre hermana Victorita, ya fallecida, la Real Academia Gallega nombra miembro de honor a don Dámaso Alonso, nacido en Madrid pero criado a orillas del Eo. El aparatoso tedéum que conmemora las bodas de la confusión con el azar no se utilizó nunca para hacernos olvidar la rutina, todas debiéramos saber que la mujer sola llora el doble que la mujer acompañada, el llanto es una determinada y agobiadora cuantía que admite la partición, jamás pensé que pudiera acabárseme tan de prisa el papel de retrete, se conoce que cunde poco porque hay que escribir con letra grande.
Cuando sopla el viento en La Coruña no hay quien pare, en la clase de declamación Betty Boop conoció a Rosendo Cagiao, un cuarentón cumplido que iba a aprender a hablar en público y que luego fue diputado primero de Unión de Centro Democrático y después de Alianza Popular, Rosendo tenía una voz hermosa, fuerte, persuasiva, muy varonil, tenía un poderoso chorro de voz, a todas nos latía el corazón y nos subía calor por la garganta cuando lo oíamos hablar, al final de las clases Betty Boop se hacía la remolona para quedarse a solas con él y dar ocasión a que la invitase a unos vinos o la acompañase a casa, cuando sopla el viento en La Coruña no hay quien pare porque vuela todo por el aire, cuando se anuncia la llegada de un ciclón se desata la euforia carnal entre los amadores ortodoxos, el amor es siempre una rigurosa ortodoxia, y la gente, determinada gente, la de más firmes inclinaciones, la de las inclinaciones de mayor confianza, anda excitada y como poseída de muy extrañas lujurias, a lo mejor no son tan extrañas, las amas de casa atiborran la despensa de provisiones como si hubiera estallado la guerra, aceite, harina, arroz, lentejas, garbanzos, bacalao, embutidos, conservas, a veces hay muertos porque las tejas vuelan y algunas ventanas se rompen y también vuelan, las autoridades recomiendan no andar por la calle porque además te puede llevar el viento, a los niños y a los viejos los lleva el viento por el aire y los estrella contra las fachadas de las casas, a las niñas a quienes suspenden en religión, 2.° curso, sería prudente tirarlas a la mar más allá de la peña de la Marola. El demonio Belcebú Seteventos, con la pelucona de oro que le regalaba todos los meses su paloma torcaz, cuando se presentaba el ciclón solía comprar las conciencias de los coruñeses que se dejaban, que tampoco eran todos.