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– Ha sido fantástico -dice Friedsam a Nora-. No sabía que tocabas.

Me vuelvo para ver su reacción. Ya es demasiado tarde. Sonríe forzadamente, pero no engaña a nadie. Tiene las mandíbulas apretadas. Los ojos húmedos de lágrimas. Con el violín agarrado por el cuello, pasa zumbando a mi lado hacia la puerta.

Friedsam y sus chicos se abren a su paso como las aguas del mar Rojo. Corro tras ella, asegurándome de quedar bien cerca de Friedsam.

– Como filtre algo, me aseguraré de que Hartson sepa que ha sido usted -le susurro al pasar.

Sigo a Nora por el pasillo, rehaciendo el camino anterior hacia su cuarto. Arriba, en la Residencia, no hay guardias, lo que significa que puedo correr. Al pasar junto al solarium, me digo que no he de mirar. Pero como un Orfeo moderno, no puedo evitarlo. Vuelvo la vista a la izquierda y veo al Presidente sentado junto a los ventanales, repasando unos papeles. Me da la espalda y… demonios, ¿qué coño me pasa?

Antes de que se vuelva hacia mí, abro la puerta de la habitación de Nora y entro. Está sentada junto a la mesa de cara a la pared. Con la regularidad de un metrónomo humano, va dando golpes inconscientemente con el arco en el borde delantero del escritorio.

– ¿Qué tal estás?

– ¿A ti qué te parece? -me replica, negándose a levantar la vista.

– Si esto te hace sentirte mejor, de verdad que me encantó la canción.

– No me des explicaciones. Hasta un animal sabe que está en el zoo cuando hay visitantes que vienen a mirarlo.

– ¿Así que ahora tú estás en un zoo?

– Esa música era para ti, Michael, no para ellos. Que ellos entren y me vean, es como si… -Hace una pausa, apretando los dientes-. ¡Mierda! -exclama, dando un golpe con el arco contra la mesa. Con el golpe, el arco se parte en dos, y aunque las fibras de crin de caballo continúan sujetas, la mitad de arriba se bambolea hacia adelante, golpea un vaso de lápices de plata y su contenido sale despedido por el aire en todas direcciones.

Hay un largo silencio antes de que ninguno de los dos diga nada.

– ¿Y qué vas a tocar ahora en el bis? -pregunto finalmente.

Nora no puede contener la risa.

– ¿Tú te crees que eres el auténtico señor chistes, eh?

– Si naces con ese talento…

– No me hables de talento.

Me acerco a ella, aparto a un lado el arco roto y cojo sus magnos entre las mías. Pero cuando me inclino para besarla en la frente, me doy cuenta de que lo había entendido mal. No es que se identifique con lo perdido. Nora Hartson se identifica con lo destruido. Por eso puede entrar en una sala llena de gente y descubrir a la única persona que está sola. Por eso me encontró a mí. Reconoció la herida, se reconoció a sí misma.

– Por favor, Nora, no permitas que te hagan esto. Ya le he dicho a Friedsam que como se sepa algo de esto, lo colgaré de un clavo por el dedo gordo del pie.

– ¿Se lo has dicho? -pregunta, levantando la vista.

– Nora, hace dos semanas me detuvieron con diez mil dólares en la guantera del coche. Al día siguiente, una mujer con la que acababa de discutir apareció muerta en su despacho, tres días después de eso, me entero de que el día que murió yo había autorizado a un asesino reconocido a entrar en el edificio. Esta mañana me pasé dos horas intentando encontrarme con ese supuesto asesino, y probablemente me estén siguiendo. Luego, esta tarde, por primera vez desde que empezó toda esta maldita mierda, tocaste esa canción para mí y durante tres minutos… ya sé que es un tópico pero… nada de todo eso existía, Nora. Nada de nada.

Me observa atentamente sin saber qué decir. Se limpia un lado del cuello, como si sudase. Después, finalmente, señala el arco roto tirado sobre la mesa.

– Si quieres, tengo otro en la vitrina. Así que, eh… sé un montón de canciones.

Mi sueño es tan poco profundo que a la mañana siguiente oigo llegar los cuatro periódicos. Entre uno y otro, vuelvo a acordarme de Vaughn. Cuando dan los cuartos, aparto las sábanas y voy derecho a la puerta para recoger la lectura matutina. Voy abriendo y agitando cada periódico sección por sección, preguntándome si de alguna caerá algo. Diecinueve secciones después sólo he conseguido tener los dedos negros de tinta. Supongo que sigue siendo mañana en el zoo. Mientras espero la llamada de Trey, voy mirando y me fijo en la foto de portada del Herald. Una toma de Hartson desde detrás del podio mientras pronuncia un discurso sobre trabajo en Detroit. Nada realmente digno de un e-mail a casa, salvo el hecho de que por encima de su hombro no se ven más que cinco o seis personas escuchándolo. El resto de los asientos está vacío. «Intentando conectar», proclama el pie. Alguien se quedará sin trabajo por esto. Un minuto después, contesto la llamada de Trey al primer timbrazo.

– ¿Algo? -pregunta queriendo saber si he oído algo de Vaughn.

– Nada -digo-. ¿Qué tal por ahí?

– Oh, lo de siempre. Supongo que has visto nuestro harakiri en la primera página.

Miro la foto de Hartson y la sala vacía.

– ¿Cómo es posible que…?

– Es todo una mentira de mierda. Había trescientas personas a la derecha y a la izquierda de la foto, y los asientos vacíos eran los de la banda de música que llegaba entonces. El Herald lo ha hecho así buscando el efecto. Les vamos a pedir que lo arreglen mañana, porque, ya sabes, cuatro líneas de disculpas enterradas en la A 2 es mucho más eficaz que una foto en color a tamaño natural en primera página.

– O sea, ¿que los números no pintan bien?

– Siete puntos, Michael. Y ya está. Siete de ventaja. Quita dos más, que es exactamente donde estaremos en cuanto las agencias distribuyan la foto, y nos quedamos oficialmente dentro del margen de error. Bien venido a la mediocridad. Disfrute de su estancia.

– ¿Y qué hay del artículo del Vanity Fair? ¿Alguna respuesta?

– Oh, ¿no lo sabes? Al parecer, ayer en California, ¡precisamente en California!, Bartlett utilizó su frase de «la Primera Familia /la familia primero» en una radio religiosa. Y hubo montones de llamadas.

– No sabía que todavía tuvieran religión en California.

Se produce un largo silencio. Debe de estar recuperándose de ésta.

– Imagino que estarás planeando algo drástico -añado.

– Tendrías que ver cómo está todo por aquí. Anoche, la cosa se puso tan mal que hubo quien sugirió que sacásemos a toda la Primera Familia en televisión, una entrevista en vivo a todos juntos en prime time.

– ¿Y qué han decidido?

– Entrevista a todos juntos en televisión en prime time. Si el país está realmente preocupado por la falta de control de Nora o por si los Hartson son unos malos padres, la única manera de arreglarlo es demostrar que no es verdad. Mostrarles a toda la familia unida, soltar un par de «Oh, padres», y rezar para que todo vuelva a estar bien otra vez.

– ¿Así de fácil, eh? -pregunto, riendo-. Así que doy por hecho que no tienes nada que ver con esta tentativa evidente de alcahuetería pública.

– ¿Estás de broma? Yo estoy en la pista central, mi jefa y yo nos encargamos del asunto.

– ¿Qué?

– No sé qué encuentras tan divertido, Michael. No es cosa de risa. Estamos tocando fondo en todas las batallas por los estados clave. California, Texas, Illinois… si no empezamos a convencer a unos cuantos indecisos, nos quedaremos sin trabajo.

Me quedo helado al oír sus palabras.

– ¿De verdad crees…?

– Mira, Michael, ningún presidente en activo ha dado jamás una entrevista con toda la Primera Familia. ¿Por qué crees que vamos a hacerlo nosotros? Por la misma razón que Lamb te pidió que guardaras silencio. Es decir, si los números no salen, Nora y compañía se van derechitos al sol de Flori…

– Dime sólo qué prefieres tú: ¿20/20 o…?

– «Dateline» -suelta-. Yo sugerí «Sesenta Minutos», pero todos opinaron que era demasiado Clinton. Además, a la Primera Dama le gusta Samantha Stulberg, hizo algo bonito sobre ella después de la toma de posesión.