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Laurie dejó escapar una breve risa.

– Caramba, no lo había pensado.

– El número de pólizas está creciendo tan rápidamente que imagino que un buen porcentaje de suscriptores cae dentro de esa categoría.

– Cierto, pero me sigue pareciendo curioso.

– ¿Algo más digno de mención? -preguntó Jack.

Laurie contempló las carpetas esparcidas en la mesa.

– Hay otra cosa. -Cogió la de Sobczyk con la tira del ECG desdoblada y se la pasó-. ¿Te dice algo esta lectura? La obtuvieron mientras intentaban reanimar a la víctima y justo antes de que se les fuera.

Jack contempló la gráfica, demasiado avergonzado para reconocer que, ni en la mejor de las circunstancias, se podía considerar ducho en esas lides. Desde el principio de sus estudios tenía decidido que iba a ser oftalmólogo y no había prestado demasiada atención a las materias que no iba a necesitar. Se la devolvió haciendo un gesto negativo con la cabeza.

– Si me obligaran a dar mi opinión, diría que parece que su sistema cardiovascular se estuviera derrumbando, pero eso salta a la vista con esta distribución de las ondas. Mi consejo es que se lo enseñes a un cardiólogo.

– Eso tenía pensado -dijo, recogiendo la carpeta y dejándola con las demás.

– ¿Y qué hay de las listas de Roger? ¿Has tenido tiempo de echarles un vistazo?

– Aún no. Lo primero que he tenido que hacer ha sido ocuparme del caso de ese sujeto custodiado por la policía, así que solo llevo aquí media hora o menos. Empezaré con las listas cuando haya acabado con los historiales porque creo que estos serán los que más nos ayudarán. Tiene que haber algo que se me está escapando.

– ¿No crees que sea el azar?

– No. Tengo muy claro que hay un denominador común en todos estos casos que los vincula más allá de lo que ya conocemos.

– Yo no estoy seguro. Creo que estos casos son simplemente los de unas víctimas que se hallaban en el lugar equivocado en el momento inoportuno.

Se produjo una pausa, y al final Laurie preguntó:

– ¿Y a vosotros? ¿Qué tal os ha ido con Najah?

– Bien y mal -repuso Jack-. Lo cogieron enseguida, pero él no coopera. Dice que lo están discriminando por razón de raza. Lo tienen detenido, pero no quiere hablar hasta que no esté presente su abogado, que llegará mañana por la mañana para la vista preliminar.

– ¿Y la pistola?

– La han enviado a Balística, pero los resultados tardarán en llegar. Entretanto, estoy seguro de que lo dejarán salir bajo fianza.

– ¿Qué opina Lou de él?

– Se muestra optimista, especialmente por su actitud. Según Lou, cuando son inocentes, suelen estar encantados de colaborar. Pero claro, Lou está centrado únicamente en averiguar quién se cargó a aquella enfermera. No piensa en tu serie.

– ¿Y tú?

– Como te dije, me gusta la hipótesis del anestesista. Con sus conocimientos podría haberse cargado a esos pacientes de un modo que no pudiéramos descubrir. En cuanto a que haya sido él quien ha disparado a la enfermera y a Rousseau, me parece que no tenemos más pruebas que el hecho de que tiene una nueve milímetros. El problema es que hay cantidad de pistolas como esa por ahí.

– ¿Tú no crees que la persona que liquidó a esos pacientes fuera la misma que liquidó a Chapman y a Roger?

– No estoy seguro.

– Pues yo sí -aseguró Laurie-. Tiene lógica. Seguro que esa enfermera vio algo que le resultó sospechoso. La asesinaron la misma mañana en que dos nuevos casos se sumaron a los de mi serie. En cuanto a Roger, si fue a hablar con alguien a quien él creía sospechoso potencial, bien pudo haberse encarado con Najah. Es posible que incluso lo descubriera en la habitación de Pruit.

– Está bien visto.

– Me alegro de que hayan detenido a Najah -comentó Laurie-. Si es él, lo pensará dos veces antes de meterse en más líos teniendo a Lou encima; lo cual significa que esta noche dormiré un poco mejor. Entretanto, repasaré con mucho cuidado las listas de Roger en caso de que Najah no sea nuestro hombre.

Jack asintió varias veces para indicar su conformidad con el plan de Laurie; se produjo una breve pausa hasta que dijo:

– Ya sé que quizá no sea muy oportuno, pero ¿podríamos volver a donde lo dejamos anoche?

Laurie lo miró con cautela. Mientras habían estado charlando, ella había notado que la típica expresión irónica de Jack había reaparecido, lo cual en ese momento en que la conversación derivaba hacia temas más personales le pareció mala señal. Una combinación de enfado y frustración empezó a bullir en su interior. Con todo lo que le estaba ocurriendo, desde su sensación de culpa por la muerte de Roger hasta los dolores abdominales, no estaba dispuesta a enfrentarse a nuevos desengaños.

– Bueno, ¿qué pasa? -preguntó Jack ante el silencio de Laurie, y, malinterpretándolo, alzó las cejas y añadió-: ¿Este sigue sin ser ni el momento ni el lugar?

– ¡Mira, pues tienes razón! -espetó Laurie luchando por controlarse ante el tono de Jack-. El depósito de cadáveres de la ciudad difícilmente es el lugar adecuado para hablar de formar una familia. Es más, para serte sincera, me doy cuenta de que estoy cansada de hablar del asunto. Los hechos están bastante claros. Te he explicado lo que siento, incluyendo la nueva realidad de mi embarazo. Lo que no sé es cómo te sientes tú, y quiero saber si te interesa y eres capaz de abandonar ese papel tuyo de víctima ofendida. Si eso es lo que deseas decirme, ¡perfecto! ¡Dímelo! Estoy harta y cansada de darle vueltas una y otra vez. Estoy harta y cansada de esperar a que te decidas.

– Me parece que está claro que este no es el momento ni el lugar -dijo Jack con irritación equivalente y poniéndose en pie-. Creo que esperaré a un momento más oportuno.

– Eso. Hazlo -le espetó Laurie.

– Ya nos llamaremos -dijo Jack antes de salir.

Laurie se volvió hacia su mesa y hundió la cabeza entre las manos con un suspiro. Por un segundo consideró la posibilidad de correr tras Jack, pero aunque lo hubiera hecho, no habría sabido qué decirle. Estaba claro que él no iba a responderle lo que ella deseaba oír. Pero, al mismo tiempo, se preguntaba si no se estaría mostrando demasiado exigente y agresiva, especialmente si tenía en cuenta que no le había hablado de sus nuevos síntomas ni del miedo que ni siquiera quería reconocer para sí misma: el temor de abortar, lo cual cambiaría de nuevo todo el panorama.

Eran poco más de las cuatro de la tarde cuando David Rosenkrantz metió el coche en el aparcamiento del pequeño edificio comercial donde Robert Hawthorne tenía sus oficinas. En el pasado, el edificio había sido un simple almacén, pero al igual que con la renovación del centro de la ciudad de St. Louis, había sido reformado. En esos momentos, albergaba un caro restaurante en la planta baja y tiendas de moda y oficinas en la primera. Cuando Robert Hawthorne -o el «señor Bob», como era conocido entre su gente- había llegado a la ciudad, primero para fundar una compañía llamada Adverse Outcomes, * y a continuación montar la Operación Aventar, el lugar le había parecido de lo más conveniente, en especial porque estaba cerca del bufete de Davidson & Faber. David desconocía qué relación había con la firma de abogados y sabía que no debía preguntar. Lo que sí sabía era que era convocado allí con regularidad.

David no estaba a menudo en la ciudad porque su trabajo consistía principalmente en viajar de un lado a otro siguiendo las distintas operaciones de campo y negociando en ellas cuando resultaba necesario. Considerando el excéntrico carácter de los sujetos que tenían contratados como colaboradores independientes, no resultaba tarea fácil. Al principio, David solo se había ocupado de apagar fuegos; pero, después de cinco años trabajando para Robert, también había recibido el encargo de ocuparse del reclutamiento, que resultaba mucho más entretenido e interesante. Robert solía entregarle una lista de nombres que normalmente conseguía de un antiguo colega que todavía trabajaba en el Pentágono. Se trataba principalmente de gente que había trabajado en uno u otro servicio médico del ejército y que había sido licenciado de manera poco honorable. David no había estado en el ejército, pero entendía perfectamente que esa experiencia podía afectar a los que intentaban reincorporarse a la vida civil, especialmente a los que habían conocido una u otra forma de combate. Con el asunto de Irak coleando todavía, había un montón de candidatos potenciales. Naturalmente, también buscaban gente que hubiera sido despedida de hospitales civiles. La mayoría de las informaciones provenían de gente que ya estaba en el ajo.

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* El nombre equivalente en español sería Fatales Desenlaces. (N. del T.)