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Jack salió corriendo hacia la escalera. Hacía un momento se había creído capaz de llegar antes que el ascensor de Jasmine, pero en ese instante, después de haber perdido unos minutos yendo al mostrador de enfermeras, sabía que ya no era posible. De todas maneras, no lamentaba su decisión, ya que Rakoczi se le habría escapado de todos modos porque él habría ido hasta la planta baja para intentar cazarla en la salida de la calle. Tal como estaban las cosas, pensó que todavía le quedaba una oportunidad porque Rakoczi aún tenía que cruzar el puente peatonal para llegar a su coche y ponerlo en marcha. Además, saber qué tipo de vehículo conducía podía serle de utilidad.

El hueco de escalera estaba pintado de un color gris acero, y la escalera en sí era metálica, de modo que cada paso resonaba como un golpe de timbal cuando pisaba con el zapato. El rítmico repiqueteo se amplificó en el reducido espacio. Había dos descansillos entre planta y planta, y Jack se vio obligado a girar constantemente mientras descendía en el sentido de las agujas del reloj. Cuando llegó al primer piso, todo le daba vueltas, y trastabilló al entrar en el vestíbulo.

Sin afeitar y con un desmelenado aspecto al que se sumaban sus prisas, la gente se apresuró a cederle el paso mientras Jack intentaba orientarse en busca de la salida hacia el puente peatonal. Al final, alguien se apiadó de él y se la indicó. Jack echó a correr tanto como pudo repitiendo «disculpen» o «perdón» mientras zigzagueaba entre el personal del centro que se encaminaba hacia el aparcamiento. Tras cruzar un par de puertas comprendió que se hallaba en el puente porque, de repente, vio bajo él la Avenida Madison. Había dos puertas más en el lado del aparcamiento que conducían a un pequeño vestíbulo que estaba lleno de gente esperando el ascensor. Jack se vio obligado a abrirse paso trabajosamente entre ella hasta que pudo empujar la pesada puerta de hierro que daba al primer piso del garaje. El lugar estaba abarrotado de coches que iban y venían con las luces encendidas en la penumbra llena de humo de los tubos de escape. En el exterior, el amanecer empezaba a blanquear el cielo nocturno mientras el interior del aparcamiento seguía pobremente iluminado por los escasos tubos fluorescentes.

Jack pudo localizar enseguida el vehículo de la enfermera gracias a que sabía qué clase de coche era. Tal como le había dicho el ordenanza, se encontraba aparcado justo delante de la puerta que daba al puente peatonal. Poniéndose de puntillas para atisbar por encima de los coches que pasaban entre él y el Hummer, ¡vio a Jasmine que acababa de cruzar hacia el todoterreno! Incluso pudo distinguir que tenía en la mano lo que le pareció un mando a distancia con el que apuntaba al vehículo mientras se metía por el hueco del lado del conductor. Menos de sesenta centímetros separaban el Hummer del coche de al lado.

– ¡Señorita Rakoczi! -gritó Jack por encima del ruido de los motores. Vio que ella se volvía y miraba en su dirección-. ¡Espere un segundo! ¡Tengo que hablar con usted!

Por un segundo, la fatigada mente de Jack se preguntó si resultaba sensato acercarse a una mujer de quien sospechaba que podía ser una asesina múltiple. No obstante, su deseo de no permitirle escapar triunfó por encima de otras consideraciones. Con todo el movimiento de gente que había en el aparcamiento, se sentía razonablemente seguro, sobre todo si se tenía en cuenta que no pensaba en absoluto dar pie a un enfrentamiento, sino solo mostrarse firme.

Jack miró a derecha e izquierda para ver si podía cruzar por entre el tráfico. El humo y el ruido resultaban desagradables. Cuando consiguió pasar al otro lado, Jazz se hallaba de pie al lado del Hummer con la puerta del conductor entreabierta. El mando a distancia había desaparecido y debía de hallarse en su bolsillo. Llevaba puesto un ancho abrigo verde militar encima de la ropa de trabajo, y tenía la mano en el bolsillo. Su expresión resultaba altanera hasta el punto de parecer desafiante.

Metiéndose por entre el Hummer y el coche vecino, Jack fue hacia la enfermera, cuyos ojos se estrecharon a medida que se acercaba. Jack notó que carecían de cualquier calor humano.

– La necesitan en el hospital -dijo Jack hablando lo bastante alto para hacerse oír por encima del tráfico, e intentando mostrarse lo bastante autoritario para evitar discusiones. Incluso hizo un gesto señalando con el pulgar por encima del hombro.

– He acabado mi jornada -se mofó Jazz-. Me voy a casa. -Dio media vuelta y apoyó un pie en el estribo del Hummer con la intención evidente de ponerse al volante.

Jack la agarró por el brazo, justo por encima del codo, con la fuerza suficiente para mantenerla donde estaba.

– Es importante que hable usted con esa gente -le dijo. Se disponía a añadir algo acerca de que ella debía acompañarlo, pero no llegó a hacerlo. Con sorprendente velocidad, Jazz utilizó un golpe de karate para liberarse y casi al mismo tiempo le asestó una patada en la entrepierna.

Jack se dobló de dolor agarrándose los genitales mientras de sus labios escapaba un gemido involuntario. Lo siguiente que notó fue que tenía el cañón de una pistola clavado en la sien.

– Levántate, gilipollas -se burló Jazz en voz lo bastante alta para hacerse oír-. ¡Levántate y sube al maldito coche!

Jack levantó una mano. Estaba doblado de dolor y no sabía si podría caminar.

– Esta pistola va a hacer ¡bum! si no subes echando leches -amenazó Jazz.

Jack dio un paso adelante mientras ella retrocedía; sujetándose aún los genitales con la mano derecha, utilizó la izquierda para auparse tras el volante. Era el peor dolor que había padecido, y hacía que se sintiera débil y con las piernas de goma.

– Pasa al asiento del pasajero -ordenó Jazz lanzando una rápida mirada a ambos lados para ver si alguien había reparado en lo sucedido. Con el movimiento y confusión que reinaba en el aparcamiento, nadie había prestado la más mínima atención.

– ¡Vamos! -espetó Jazz, y a modo de estímulo golpeó a Jack en la cabeza con la punta del silenciador de la pistola.

Con el túnel de transmisión del vehículo de por medio, Jack no sabía si conseguiría, físicamente, hacer lo que le ordenaban; pero comprendió que no tenía más opción que intentarlo. Se arrastró sobre la consola central, rodó sobre la espalda y, doblando las piernas, pasó los pies al otro lado hasta quedar hecho un ovillo, encogido medio de espaldas.

Sin dejar de mantener la pistola a escasos centímetros de su cabeza, Jazz subió rápidamente tras el volante y cerró la puerta del conductor, silenciando casi todo el ruido del garaje.

– ¿Y de qué quiere hablar esa gente conmigo? -preguntó Jazz con evidente ironía.

Jack se disponía a responder, pero ella lo interrumpió.

– No te molestes en contestar, porque no tiene importancia. Lo importante es que has conseguido que te peguen un tiro.

A pesar del silenciador, el sonido de la pistola al ser disparada dentro del coche fue ensordecedor. Los ojos de Jack, que se habían cerrado instintivamente ante el estampido, se abrieron a tiempo para ver la cabeza de Jazz desplomarse y golpear contra el volante. Un hilillo de sangre apareció y le corrió por la nuca. Para sumarse a la confusión, la pistola de Jazz le cayó encima del pecho.

– Disculpe -dijo una voz desde las profundidades del asiento de atrás-, ¿le importaría entregarme la Glock de la señorita Rakoczi? Preferiría que lo hiciera cogiéndola por el silenciador y no por la culata.

Jack cogió el arma como le decían y a continuación, meneándose hacia atrás, consiguió incorporarse lo suficiente para mirar por encima del respaldo. Por culpa de los tintados cristales no pudo distinguir gran cosa. Lo único que veía era el contorno de una figura en el asiento trasero, justo detrás de donde él se hallaba. En el aire flotaba el penetrante olor de la cordita.

– Sigo esperando esa pistola -dijo el hombre entre sombras-. Si no hace usted lo que le digo, las consecuencias serán funestas. Teniendo en cuenta que salta a la vista que acabo de salvarle la vida, pensaba que se mostraría más dispuesto a cooperar.