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Furiosamente, los estudiantes garrapateaban: Hipnopedia, empleada por primera vez oficialmente en 214 d. F. ¿Por qué no antes? Dos razones. (a)…

– Estos primeros experimentos -les decía el D.I.C.- seguían una pista falsa. Los investigadores creían que la hipnopedia podía convertirse en un instrumento de educación intelectual.

Un niño duerme sobre su costado derecho, con el brazo derecho estirado, la mano derecha colgando fuera de la cama. A través de un orificio enrejado, redondo, practicado en el lado de una caja, una voz habla suavemente:

El Nilo es el río más largo de África y el segundo en longitud de todos los ríos del Globo. Aunque es poco menos largo que el Mississippi Missouri, el Nilo es el más importante de todos los ríos del mundo en cuanto a la anchura de su cuenca, que se extiende a través de 35 grados de latitud…

A la mañana siguiente, alguien dice:

– Tommy, ¿sabes cuál es el río más largo de África?

El chiquillo niega con la cabeza.

– Pero, ¿no recuerdas algo que empieza: EI Nilo es el…?

– El-Nilo-es-el-río-más-largo-de-África-y-el-segundo-en-longitud-de-todos-los-ríos-del-Globo… -Las palabras brotan caudalosamente de sus labios-. Aunque-es-poco-menos-Iargo-que…

– Bueno, entonces, ¿cuál es el río más largo de África?

Los ojos aparecen vacíos de expresión. -No lo sé.

– Pues el Nilo, Tommy.

– ¿ Cuál es el río más largo del mundo, Tommy?

Tommy rompe a llorar. -No lo sé -solloza.

Este llanto, según explicó el director, desanimó a los primeros investigadores. Los experimentos fueron abandonados. No se volvió a intentar enseñar a los niños, durante el sueño, Ia longitud del Nilo. Muy acertadamente. No se puede aprender una ciencia a menos que uno sepa de qué trata.

– Por el contrario, debían haber empezado por la educación inoral -dijo el director, abriendo la marcha hacia la puerta. Los estudiantes le siguieron, garrapateando desesperadamente mientras caminaban hasta llegar al ascensor-. La educación moral, que nunca, en ningún caso, debe ser racional.

– Silencio, silencio -susurró un altavoz, cuando salieron del ascensor, en la decimocuarta planta, y Silencio, silencio repetían incansables los altavoces, situados a intervalos en todos los pasillos. Los estudiantes y hasta el propio director empezaron a caminar automáticamente sobre las puntas de los pies. Sí, ellos eran Alfas, desde luego; pero también los Alfas han sido condicionados.

Silencio, silencio. El aire todo de la planta decimocuarta vibraba con aquel imperotivo categórico.

Unos cincuenta metros recorridos de puntillas los llevaron ante una puerta que el director abrió cautelosamente. Cruzando el umbral, penetraron en la penumbra de un dormitorio cerrado. Ochenta camastros se alineaban junto a la pared. Se oía una respiración regular y ligera, y un murmullo continuo, como de voces muy débiles que susurraran a lo lejos.

En cuanto entraron, una enfermera se levantó y se cuadró ante el director.

– ¿Cuál es la lección de esta tarde? -preguntó éste.

– Durante los primeros cuarenta minutos tuvimos Sexo Elemental -contestó la enfermera-. Pero ahora hemos pasado a Conciencia de Clase Elemental.

El director paseó lentamente a lo largo de la larga hilera de literas. Sonrosados y relajados por el sueño, ochenta niños y niñas yacían, respirando suavemente.

Debajo de cada almohada se oía un susurro. El D.I.C. se detuvo, e inclinándose sobre una de las camitas, escuchó atentamente.

– ¿Conciencia de Clase Elemental? -dijo el director-. Vamos a hacerlo repetir por el altavoz.

Al extremo de la sala un altavoz sobresalía de la pared. El director se acercó al mismo y pulsó un interruptor.

… todos visten de color verde -dijo una voz suave pero muy clara, empezando en mitad de una frase-, y los niños Delta visten todos de caqui. ¡Oh, no, yo no quiero jugar con niños Delta! Y los Epsilones todavía son peores. Son demasiado tontos para poder leer o escribir. Además, visten de negro, que es un color asqueroso.

Me alegro mucho de ser un Beta.

Se produjo una pausa; después la voz continuó: Los niños Alfa visten de color gris. Trabajan mucho más duramente que nosotros, porque son terriblemente inteligentes. De verdad, me alegro muchísimo de ser Beta, porque no trabajo tanto. Y, además, nosotros somos mucho mejores que los Gammas y los Deltas. Los Gammas son tontos. Todos visten de color verde, y los niños Delta visten todos de caqui. ¡Oh, no, yo no quiero jugar con niños Delta! Y los Epsilones todavía son peores. Son demasiado tontos para…

El director volvió a cerrar el interruptor. La voz enmudeció. Sólo su desvaído fantasma siguió susurrando desde debajo de las ochenta almohadas.

– Todavía se lo repetirán cuarenta o cincuenta veces antes de que despierten, y lo mismo en la sesión del jueves, y otra vez el sábado. Ciento veinte veces, tres veces por semana, durante treinta meses. Después de lo cual pueden pasar a una lección más adelantada.

Rosas y descargas eléctricas, el caqui de los Deltas y una vaharada de asafétida, indisolublemente relacionados entre sí antes de que el niño sepa hablar. Pero el condicionamiento sin palabras es algo tosco y burdo; no puede hacer distinciones más sutiles, no puede inculcar las formas de comportamiento más complejas.

Para esto se precisan las palabras, pero palabras sin razonamiento. En suma, la hipnopedia.

– La mayor fuerza socializadora y moralizadora de todos los tiempos.

Los estudiantes lo anotaron en sus pequeños blocs. Directamente de labios de la ciencia personificada.

El director volvió a accionar el interruptor… terriblemente inteligentes -estaba diciendo la voz suave, insinuante e incansable-. De verdad, me alegro muchísimo de ser Beta, porque… No precisamente como gotas de agua, a pesar de que el agua, es verdad, puede agujerear el más duro granito; más bien como gotas de lacre fundido, gotas que se adhieren, que se incrustan, que se incorporan a aquello encima de lo cual caen, hasta que, finalmente, la roca se convierte en un solo bloque escarlata.

– Hasta que, al fin, la mente del niño se transforma en esas sugestiones, y la suma de estas sugestiones es la mente del niño. Y no sólo la mente del niño, sino también la del adulto, a lo largo de toda su vida. La mente que juzga, que desea, que decide… formada por estas sugestiones. iY estas sugestiones son nuestras sugestiones! -casi gritó el director, exaltado-. ¡Sugestiones del Estadol -Descargó un puñetazo encima de una mesa-. De ahí se sigue que…

Un rumor lo indujo a volverse.

– ¡Oh, Ford! -exclamó, en, otro tono-. He despertado a los niños.

CAPITULO IIl

Fuera, en el jardín, era la hora del recreo. Desnudos bajo el cálido sol de junio, seiscientos o setecientos niños y niñas corrían de acá para allá lanzando agudos chillidos y jugando a la pelota, o permanecían sentados silenciosamente, entre las matas floridas, en parejas o en grupos de tres. Los rosales estaban en flor, dos ruiseñores entonaban un soliloquio en la espesura, y un cuco desafinaba un poco entre los tilos. El aire vibraba con el zumbido de las abejas y los helicópteros.

El director y los alumnos permanecieron algún tiempo contemplando a un grupo de niños que jugaban a la Pelota Centrífuga. Veinte de ellos formaban círculo alrededor de una torre de acero cromado. Había que arrojar la pelota a una plataforma colocada en lo alto de la torre; entonces la pelota caía por el interior de la misma hasta llegar a un disco que giraba velozmente, y salía disparada al exterior por una de las numerosas aberturas practicadas en la armazón de la torre. Y los niños debían atraparla.

– Es curioso -musitó el director, cuando se apartaron del lugar-, es curioso pensar que hasta en los tiempos de Nuestro Ford la mayoría de los juegos se jugaban sin más aparatos que una o dos pelotas, unos pocos palos y a veces una red.