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¿Cómo era eso posible?, se preguntó Lassiter. Había llegado a la élite de las tarjetas de crédito sin dar ninguno de los pasos previos que normalmente conducían a ellas. ¿De dónde habría salido?

¿Y adonde habría ido después? De repente, en 1991, había cancelado las tarjetas y todas sus cuentas bancarias. Era como si hubiera desaparecido igual de bruscamente que había aparecido. Desde entonces no había nada, ni cuentas, ni tarjetas, ni hipotecas. Nada.

Y eso no era todo. Los historiales de este tipo siempre incluían una lista de indagaciones o solicitudes de información. Si, por ejemplo, uno quería alquilar un apartamento, el casero le pedía información al banco, y su solicitud aparecía en todos los informes. Igual que si uno quería abrir una cuenta en unos grandes almacenes, o si se compraba un coche a plazos, o si se optaba a un trabajo; siempre solicitaban el historial y, a partir de ese momento, las solicitudes se incluían en el historial. Incluso la solicitud de Lassiter o, mejor dicho, la solicitud de Mutual, formaba parte del historial de Marie Williams a partir de ese momento.

Pero, con una única excepción, nadie había consultado el historial de Marie Williams desde 1991, y eso era como decir que había desaparecido de la economía nacional. Y, aunque eso era posible, era muy improbable; incluso las personas con menos posibilidades económicas tenían una tarjeta, aunque fuera de débito. De lo contrario, resultaba prácticamente imposible alquilar un coche, hacer una reserva en un hotel, comprar un billete de avión o incluso cobrar un cheque.

Puede que se hubiera mudado al extranjero. Pero eso tampoco explicaría la absoluta ausencia de actividad económica. Ni tampoco lo explicaría que se hubiera casado. Tal vez se había metido en una secta o se había convertido en una mendiga. Tal vez se había vuelto loca. O, quizá, simplemente no necesitaba alquilar coches ni hacer reservas ni cobrar cheques.

Pero, fuera cual fuere el caso, el informe no ofrecía ninguna luz al respecto. La única consulta que figuraba en el historial había sido realizada el 19 de octubre de 1995: dos semanas antes de que mataran a Kathy y a Brandon.

Según el historial, la solicitud había sido realizada por una empresa de Chicago que se llamaba Allied National Products. Y, a juzgar por el nombre, lo más probable era que fuera otra empresa del tipo de Mutual.

Eso no tenía por qué significar nada en particular, pero resultaba extraño. De haberse encontrado con un montón de solicitudes, Lassiter habría supuesto que Marie A. Williams se reincorporaba al mundo después de un largo período sabático. Pero ése no era el caso. Sólo figuraba esa solicitud, y ninguna otra, hasta que Lassiter hizo la suya.

Dejó el informe sobre el escritorio y llamó a Judy.

– ¿Qué? -exclamó ella.

– Perdón. Soy Joe Lassiter, tu jefe. ¿Recuerdas?

Judy se rió.

– Perdona, Joe, es que estoy hasta el cuello. ¿Qué quieres? -Se le escapó otra risita. -Venga, rápido, dime qué quieres.

– Quiero un investigador en Minneapolis. ¿Tenemos alguno?

– Por supuesto. ¿No te acuerdas del caso Cowles? Hizo un buen trabajo. Se llama George… O Gerry.

Lassiter se acordaba del caso pero no del investigador. Mientras intentaba recordarlo, Judy lo buscó en el ordenador.

– Gary -dijo. -Gary Stoykavich, de la empresa Twin Cities Research. -Le dio los números de teléfono a toda prisa y colgó.

Llamándose Stoykavich y siendo de Minneapolis, que debía de ser una de las ciudades con mayor porcentaje de blancos de todo Estados Unidos, Lassiter esperaba encontrarse con una voz distinta, muy distinta, de la de Gary Stoykavich.

– Bueeenas taaardes. Twin Cities Research. -Tenía voz de barítono y un inconfundible deje afroamericano. -Le habla Gary.

– Soy Joe Lassiter, de Lassiter Associates. Hace algún tiempo contratamos sus servicios…

– Claro que sí. Desde luego, fue un trabajo de aupa. Me acuerdo perfectamente. Me lo encargó la señorita Juuudy Riiifkin.

– Exactamente.

– ¿Y qué puedo hacer por usted, don Joseph Lassiter? Supongo que usted será el gran jefe, ¿no? ¿O nos encontramos ante una de esas extrañas coincidencias que se dan en la vida?

– No. Soy el jefe.

Stoykavich se rió al otro lado de la línea.

– Pues usted me dirá, jefe.

– Estoy buscando a una mujer que en 1991 vivía en Minneapolis. -Lassiter le contó los detalles.

– Una pregunta -dijo Stoykavich. -Esta Marie A. Williams, ¿se ha mudado o ha desaparecido? Y, si ha desaparecido, ¿no se estará escondiendo?

Lassiter pensó en ello. Realmente, era una buena observación.

– No lo sé -contestó.

– Lo digo porque, si se estuviera escondiendo, la tarifa podría variar considerablemente.

– Entiendo. Pero, la verdad, señor Stoykavich, es que me temo que lo que va a averiguar es que Marie A. Williams está muerta.

– Ah.

Lassiter le dijo que le enviaría inmediatamente el historial financiero de la mujer y le explicó lo que ya había hecho Freddy.

Stoykavich dijo que consultaría con la oficina local de tráfico. También miraría a ver si encontraba algo en los periódicos o en los juzgados.

– Una última cosa -añadió Lassiter. -Es muy posible que estuviera embarazada cuando dejó el apartamento. Es más, estoy seguro de que lo estaba. Probablemente de unos cuatro meses.

– Eso puede servirme de ayuda -afirmó Stoykavich. – ¿Se le ocurre alguna otra cosa?

– Ahora mismo no.

– Pues en seguida me pongo en ello -declaró Stoykavich.

Lassiter estaba estudiando los contratos preliminares para la venta de Lassiter Associates cuando Victoria lo llamó por el intercomunicador para decirle que Deva Collins, del departamento de investigación, quería verlo.

– Que pase.

Deva Collins era joven y estaba bastante nerviosa. Al entrar, se echó la larga melena rubia hacia atrás y se quitó las gafas. Después se quedó quieta como una estatua, en posición de firmes, con un montón de documentos en cada mano. Lassiter le pidió que se sentara. Ella obedeció.

– Esto es lo que he podido encontrar hasta ahora -dijo ella.

– ¿De qué estamos hablando exactamente?

Ella no se esperaba esa pregunta y por un momento pareció desconcertada. Después volvió a ponerse las gafas bruscamente. Así, parecía encontrarse un poco más cómoda.

– Del doctor italiano: Ignazio Baresi.

– Parece mucho material.

– Realmente no lo es. La mayoría son referencias de fuentes secundarias. Sobre todo de científicos y académicos. He ordenado el material. La segunda parte, la que está detrás de la hoja amarilla, son referencias sin importancia; la mayoría de las veces simples menciones de su nombre o de alguno de sus trabajos.

– ¿Y qué me dice de las publicaciones del propio Baresi?

– Me temo que eso va a tardar un poco más. Aunque, la verdad, creo que ya he encontrado casi todas. -Vaciló un instante. -Bueno, no sólo yo. Todos nosotros. Hemos encontrado parte del material en las bibliotecas universitarias. El problema es que Baresi trabajaba en dos campos distintos, por lo que sus publicaciones son difíciles de clasificar. De hecho, yo estoy familiarizada con parte de su obra.

– ¿De verdad?

Deva se sonrojo.

– Sí. Con sus estudios bíblicos. Estudié religiones comparadas en la universidad. El nombre de Baresi era uno de los más citados.

– Eso es fantástico. Seguro que la habrá ayudado en la investigación. -Lassiter quería darle ánimos, pero ella parecía avergonzada.

– Puede que me ayudara un poco -reconoció ella finalmente. -Al menos con sus trabajos de temática teológica. Pero para los de genética tuvimos que buscar asesoramiento en la Universidad de Georgetown.

– Me parece una buena idea.

Deva parecía un poco menos nerviosa. Se volvió a quitar las gafas.

– Podemos conseguir la mayoría de sus publicaciones en las principales bibliotecas universitarias, pero el problema es que alguien tendrá que hacerle un resumen; a no ser que prefiera que las traduzcamos.