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Roland Mackey se declaró culpable y el informe previo que contenía el archivo citaba su historial juvenil, pero no mencionaba los Ochos de Chatsworth. En septiembre de 1987, el joven ladrón de coches fue condenado a un año de libertad vigilada por un juez del tribunal superior, que trató de convencer a Mackey de que abandonara la vida delictiva.

La transcripción de la vista en que se le condenó estaba en el archivo. Bosch leyó el discurso de dos páginas del juez, en el cual le explicaba a Mackey que había visto a hombres jóvenes como él un centenar de veces con anterioridad. Le dijo a Mackey que estaba ante el mismo precipicio que los otros. Un delito podía ser una lección de vida, o podía ser el primer paso en una espiral descendente. Instó a Mackey a no seguir el camino equivocado. Le dijo que reflexionara a conciencia y que tomara la decisión acertada acerca de qué camino seguir.

Las palabras de advertencia obviamente habían caído en saco roto. Al cabo de seis semanas, Mackey fue detenido por robar en la casa de un vecino mientras el matrimonio que vivía allí estaba trabajando. Mackey había desconectado una alarma, pero el corte en el suministro eléctrico quedó registrado con la compañía de seguridad y se envió un coche patrulla. Cuando Mackey salió por la puerta de atrás con una cámara de vídeo y diversos objetos electrónicos y de joyería, había dos agentes esperándole con las pistolas desenfundadas.

Puesto que Mackey se hallaba en libertad vigilada por el robo del coche, ingresó en la prisión del condado mientras se esperaba la disposición del juez sobre el caso. Después de treinta y seis días entre rejas se presentó de nuevo ante el mismo juez y, según la transcripción, suplicó perdón y otra oportunidad. Esta vez el informe previo advertía de que el test de droga indicaba que Mackcy era consumidor de marihuana y que había comenzado a frecuentar un grupo de jóvenes conflictivos de la zona de Chatsworth.

Bosch sabía que esos jóvenes eran probablemente los Ochos de Chatsworth. Fue a primeros de diciembre, y su plan de sembrar el terror y rendir un homenaje simbólico a Adolf Hitler estaba a sólo una pocas semanas. Pero nada de eso constaba en el informe. Éste simplemente afirmaba que Mackey frecuentaba un grupo conflictivo. Al sentenciar a Mackey, el juez podría no haber sabido lo conflictivo que era ese grupo.

Mackey fue condenado a tres años de prisión que quedaron reducidos al tiempo que ya había cumplido. También le impusieron dos años de libertad vigilada. El juez, consciente de que la prisión sólo sería una escuela de posgrado para un delincuente como Mackey, le estaba dando una oportunidad y tratando de asustarlo al mismo tiempo. Mackey salió del tribunal en libertad, pero el juez estableció una serie de pesadas restricciones a su condicional. El magistrado dictó que Mackey pasara semanalmente pruebas de drogas, que mantuviera un empleo remunerado y que se sacara el graduado escolar en un período de nueve meses. Por último, advirtió a Mackey de que si incumplía cualquier requisito de la orden de condicional sería enviado a una prisión estatal para completar una sentencia de: tres años.

«Puede considerarlo duro, señor Mackey -dijo el juez, según la transcripción-, pero yo lo considero muy amable. Le estoy concediendo una última oportunidad. Si me falla, sin ninguna duda irá a prisión. La sociedad renunciará a intentar ayudarle en ese punto. Simplemente le apartará. ¿Lo entiende?»

«Sí, señoría», dijo Mackey.

El archivo venía acompañado de los informes estudiantiles de Chatsworth High. Mackey obtuvo su graduado escolar en agosto de 1988, poco más de un mes después de que Rebecca Verloren fuera sacada de su cama y asesinada.

A pesar de los esfuerzos del juez para apartar a Mackey de una vida de crímenes, Bosch tenía que preguntarse si esos esfuerzos le habían costado la vida a Rebecca Verloren. Tanto si Mackey había disparado el arma como si no, había estado en posesión de la pistola que la había matado. ¿Era razonable pensar que la cadena de acontecimientos que conducía al asesinato se habría roto si Mackey hubiera estado entre rejas? Bosch no estaba seguro. Cabía la posibilidad de que Mackey sólo hubiera desempeñado un papel al ser la persona que proporcionó el arma. Si no hubiera sido él, habría sido cualquier otro. Bosch sabía que no tenía sentido desmontar la cadena de lo que podía haber ocurrido o no.

– ¿Algo nuevo?

Bosch levantó la cabeza. Rider estaba de pie ante su escritorio. Harry cerró la carpeta.

– No, la verdad es que no. Estaba leyendo el archivo de la condicional. El material más antiguo. Un juez se interesó por él al principio, pero después lo dejó ir. Lo mejor que pudo hacer fue conseguir que sacara el graduado escolar.

– Y le sirvió de mucho, ¿eh?

– Sí.

Bosch no dijo nada más. Él tampoco tenía más que un graduado escolar. También se había situado ante un juez como ladrón de coches. El coche en el que había salido a divertirse también era un Corvette. Salvo que no era de un vecino, sino de su padre adoptivo. Bosch se lo había llevado como una forma de enviarlo al cuerno. Pero fue el padre adoptivo el que le mandó el cuerno en última instancia. Bosch fue devuelto al reformatorio y tuvo que arreglárselas solo.

– Mi madre murió cuando yo tenía once años -dijo Bosch de repente.

Rider lo miró, y enarcó las cejas en su gesto habitual.

– Lo sé. ¿Por qué lo dices ahora?

– No lo sé. Pasé mucho tiempo en el reformatorio después de eso. O sea, pasé algunos periodos con familias adoptivas, pero nunca duró mucho. Siempre volvía.

Rider esperó, pero Bosch no continuó.

– ¿Y? -le instó ella.

– Bueno, no había bandas en el reformatorio -dijo él-, pero había una especie de segregación. Ya sabes, los blancos se quedaban juntos. Los negros. Los hispanos. Entonces no había asiáticos.

– ¿Qué estás diciendo, que te da pena este capullo de Mackey?

– No.

– Mató a una chica, o al menos ayudó a matarla, Harry.

– Ya lo sé, Kiz. No iba por ahí.

– ¿Por dónde ibas?

– No lo sé. Supongo que me estaba preguntando qué hace que la gente siga caminos diferentes. ¿Cómo resulta que ese tipo se convierte en un racista? ¿Cómo es que yo no?

– Harry, estás pensando demasiado. Vete a casa y duerme bien. Lo necesitarás porque no vas a dormir mañana por la noche.

Bosch asintió con la cabeza, pero no se movió.

– ¿Vas a irte? -preguntó Rider.

– Sí, dentro de un rato. ¿Tú te vas?

– Sí, a no ser que quieras que te acompañe a antivicio de Hollywood.

– No, no te preocupes. Hablemos por la mañana después de que tengamos el diario.

– Sí, no sé dónde podré conseguir el Daily News en el South End. A lo mejor tendré que llamarte para que me lo leas.

El Daily News gozaba de una gran circulación en el valle de San Fernando, pero en ocasiones resultaba difícil encontrarlo en otras partes de la ciudad. Rider vivía cerca de Inglewood, en el mismo barrio en el que había crecido.

– Perfecto. Llámame y te lo leeré. Hay una caja de diarios al pie de la colina de mi casa.

Rider abrió uno de los cajones y sacó el bolso. Miró a Bosch y volvió a mover la ceja.

– ¿Estás seguro de hacer esto, de marcarte así?

Se estaba refiriendo al plan de su compañero para que Mackey viera el diario al día siguiente. Bosch asintió.

– He de poder convencerlo -dijo-. Además, puedo llevar manga larga un tiempo. Aún no es verano.

– Pero ¿y si no es necesario? ¿Y si ve el artículo en el periódico y entonces coge el teléfono y empieza a contar todas sus penas?

– Algo me dice que eso no va a pasar. De todos modos, no es permanente. Vicki Landreth me dijo que duraba dos semanas a lo sumo, dependiendo de con qué frecuencia uno se duche. No es, como esos tatuajes de alheña que se hacen los chicos en el muelle de Santa Mónica. Esos duran más.