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– No hay que perderlo de vista -dijo ella-. Pero no veo que haya que echar las campanas al vuelo con eso.

– No había nada en el expediente…

Comieron en silencio durante unos minutos. Bosch siempre pensaba que Chinese Friends tenía las gambas más suaves y dulces que había comido nunca con el arroz frito. Las costillas de cerdo, tan finas como los platos de plástico en los que las comían, también eran exquisitas. Y Kiz tenía razón, era mejor comerlas con la mano.

– ¿Y Green y García? -preguntó Rider al fin.

– ¿Qué pasa con ellos?

– ¿Cómo los calificarías en esto?

– No lo sé, quizás un suficiente, siendo generoso. Cometieron errores y retardaron las cosas. Después parece que cumplieron el expediente. ¿Y tú?

– Lo mismo. Escribieron un buen expediente, aunque da la sensación de que lo hicieron para cubrirse las espaldas, como si supieran que nunca iban a resolverlo. Se esmeraron en que el expediente mostrara que no habían dejado piedra sin mover.

Bosch asintió y miró su bloc en la silla vacía que tenía al lado. Leyó la lista de gente a interrogar.

– Hemos de hablar con los padres y con García y Green. También necesitamos una foto de Mackey. De cuando tenía dieciocho.

– Creo que es mejor dejar a los padres hasta que hayamos hablado con los demás. Puede que sean los más importantes, pero han de ser los últimos. Quiero saber lo más posible antes de sacudirlos, con esto después de diecisiete años.

– Bien. Quizá deberíamos empezar con la condicional. Hace sólo un año que terminó. Probablemente estaba asignado a Van Nuys.

– Sí. Podemos ir allí y después pasamos a hablar con Art García.

– ¿Lo has encontrado? ¿Sigue trabajando?

– No tuve que buscar. Ahora es jefe de la comandancia del valle.

Bosch asintió. No estaba sorprendido. A García le había ido bien. El puesto de inspector de comandancia lo situaba justo por debajo del subdirector. Eso significaba que era segundo al mando en las cinco divisiones de policía del valle de San Fernando, incluida la de Devonshire, donde años antes había investigado el caso Verloren.

Rider continuó.

– Además de nuestros proyectos regulares en la oficina del jefe, cada uno de los ayudantes especiales era una especie de enlace con una de las cuatro comandancias. Mi asignación era el valle. Así que el inspector de comandancia García y yo hablábamos de vez en cuando, aunque solía tratar con su ayudante, un tal Vartan.

– Ya te entiendo… Tengo una compañera muy bien conectada. Probablemente le estabas diciendo a Vartan y García cómo manejar el valle.

Ella negó con la cabeza simulando estar enfadada.

– No me vengas con hostias. Trabajar en la sexta planta me dio una buena visión del departamento y de cómo funciona.

– O cómo no funciona. Y hablando de eso, hay algo que debería contarte.

– ¿Qué es?

– Me encontré con Irving cuando fui a buscar café. Justo después de que te fueras.

Rider inmediatamente se mostró preocupada. -¿Qué pasó? ¿Qué dijo?

– No mucho. Me llamó recauchutado y mencionó que voy a estallar y que, cuando me pase eso, el jefe caerá conmigo por haberme recontratado. Y, por supuesto, cuando pase la tormenta, Don Limpio estará allí para subir un peldaño.

– Joder, Harry. ¿Un día en el trabajo y ya tienes a Irving mordiéndote el culo?

Bosch separó las manos, casi golpeando el hombro del señor que estaba sentado en la mesa de al lado.

– Fui a buscar café y estaba allí. Fue Irving el que se me acercó, Kiz. Estaba ocupándome de mis asuntos, te lo juro.

Rider bajó la mirada y continuó comiendo sin hablarle. Dejó el último trozo de costilla de cerdo, a medio comer, en el plato.

– No puedo comer más, Harry. Vámonos de aquí.

– Yo estoy listo.

Bosch dejó más que suficiente dinero en la mesa y Rider dijo que la próxima vez pagaría ella. Se metieron en el coche de Bosch, un Mercedes SUV negro, y recorrieron Chinatown hasta la entrada norte de la 101. Llegaron hasta la autovía antes de que Rider volviera a hablar de Irving.

– Harry, no te lo tomes a la ligera -dijo ella-. Ten mucho cuidado.

– Siempre tengo cuidado, Kiz, y nunca me he tomado a ese hombre a la ligera.

– Lo único que digo es que le han pasado por delante dos veces para el puesto máximo. Podría estar un poco desesperado.

– Sí, pero ¿sabes lo que no entiendo? ¿Por qué tu hombre no se deshizo de él cuando llegó aquí? ¿Por qué no hizo limpieza? Mandar a Irving al otro lado de la calle no es poner fin a una amenaza. Eso lo sabe cualquiera.

– No podía deshacerse de él. Irving lleva más de cuarenta años de servicio.

Tiene muchos contactos fuera del departamento y en el City Hall. Y sabe dónde están enterrados muchos cadáveres. El jefe no podía tomar ninguna medida contra él sin estar seguro de que no habría respuesta.

Otra vez se instauró el silencio. El tráfico de primera hora de la tarde hacia el valle era fluido. Tenían puesta la KFWB, la emisora de todo noticias e informes de tráfico y en la radio no hablaban de problemas más adelante. Bosch miró el indicador de gasolina y vio que todavía le quedaba medio depósito.

Antes habían decidido alternar el uso de sus coches particulares. Habían solicitado y obtenido la aprobación para compartir un vehículo del departamento, pero ambos sabían que ésa era la parte fácil. Podían pasar meses, o incluso más, antes de que dispusieran del vehículo. El departamento no tenía ni el coche sobrante ni presupuesto para comprar uno. La solicitud era un mero trámite burocrático previo a que el departamento pagara por gasolina y kilometraje de sus coches particulares. Bosch sabía que con el tiempo haría tantos kilómetros en su Mercedes que el gasto probablemente sería mayor que el del coche aprobado.

– Mira -dijo él al fin-. Ya sé lo que estás pensando, aunque no lo estés diciendo. No te preocupas sólo por mí. Te jugaste el cuello por mí y convenciste al jefe para que me contratara. Créeme, Kiz, sé que no sólo me la juego yo…, este recauchutado. No has de preocuparte y puedes decirle al jefe que no tiene que preocuparse. Lo he entendido. No habrá un reventón.

– Bien, Harry, me alegra oír eso.

Pensó en qué podía decir para convencerla más. Sabía que las palabras eran sólo palabras.

– ¿Sabes? No sé si te lo he contado nunca, pero después de dejado al principio me gustó. No sé, estar fuera de la brigada y hacer lo que me apetecía, sin más. Luego empecé a echarlo de menos y volví a trabajar casos. Por mi cuenta. La cuestión es que empecé a andar con una especie de cojera.

– ¿Cojera?

– Muy leve. Como si uno de mis talones fuera más bajo que el otro. Como si estuviera desequilibrado.

– Bueno, ¿te revisaste los zapatos?

– No tenía que revisar mis zapatos. No eran los zapatos, era la pistola.

Bosch la miró. Ella tenía la vista fija al frente, con las cejas en una profunda V que utilizaba mucho con él. Bosch volvió a concentrarse en la carretera.

– He llevado pistola tanto tiempo que cuando dejé de llevarla perdí el equilibrio. Estaba descompensado.

– Harry, es una historia extraña.

Estaban atravesando el paso de Cahuenga. Bosch miró por la ventanilla a la colina, buscando su casa, alojada entre las otras en los pliegues de la montaña. Creyó captar un atisbo de la terraza de atrás asomándose al matorral marrón.

– ¿Quieres llamar a García y ver si podemos pasarnos a hablar con él después de ir a las oficinas de la condicional? -preguntó.

– Sí, lo haré. En cuanto me cuentes la moraleja de tu historia. Bosch pensó un momento antes de responder.

– La moraleja es que necesito la pistola. Necesito la placa. Si no, estoy desequilibrado. Necesito todo esto, ¿vale?

Miró a Rider. Ella le devolvió la mirada, pero no dijo nada.

– Sé lo que vale esta oportunidad. Así que a la mierda Irving y que me llame recauchutado. No la cagaré.