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Mi padre fue el primero en darse cuenta de que algo estaba cambiando. Yo dormitaba y su grito me despertó:

– ¡Atención! ¡Aquí se toca!

Debajo de nosotros la materia de la nébula, que siempre había sido fluida, empezaba a condensarse.

En realidad, desde hacía algunas horas mi madre había comenzado a revolverse, a decir: -¡Uf! ¡No sé de qué lado ponerme!-, en fin, según ella había sentido un cambio en el lugar donde estaba acostada: el polvillo ya no era el de antes suave, elástico, uniforme, en el que uno podía removerse cuanto quería sin dejar huellas, sino que se iba formando como una hondonada o hundimiento, sobre todo donde ella solía apoyarse con todo su peso. Y le parecía sentir allí debajo algo como muchos granitos o espesamientos o protuberancias, que quizá estaban sepultos cientos de kilómetros más abajo y pujaban a través de todos aquellos estratos de polvillo tierno. No es que habitualmente hiciéramos mucho caso de estas premoniciones de mi madre; pobrecita, para una hipersensible como ella, y ya bastante entrada en años, la modalidad de entonces no era la más indicada para los nervios.

Y después a mi hermano Rwzfs, que por entonces era un niño, en cierto momento, sintiendo, ¿qué sé yo?, que tiraba, que cavaba, en fin, que se agitaba, le pregunté: -¿Pero qué haces? -y él me dijo-: Juego.

– ¿Juegas? ¿Y con qué?

– Con una cosa -dijo.

¿Comprenden? Era la primera vez. Cosas con qué jugar nunca había habido. ¿Y cómo quieren que jugáramos? ¿Con aquella papilla de materia gaseosa? Vaya diversión; estaba bien para mi hermana G'd (w)n, y gracias. Si Rwzfs jugaba era señal de que había encontrado algo nuevo; tanto que en seguida se dijo, en una de sus habituales exageraciones, que había encontrado un guijarro. Guijarro no, pero seguramente un conjunto de materia más sólida o -digamos- menos gaseosa. Sobre este punto él nunca fue preciso, incluso contó patrañas según se le antojaba, y cuando llegó la época en que se formó el níquel y no se hablaba sino de níquel, dijo: -¡Eso, era níquel, jugaba con níquel! -por lo cual le quedó el sobrenombre "Rwzfs de níquel". (No como dicen ahora algunos, que lo llamamos así porque se volvió de níquel no consiguiendo, por ser lento, pasar del estadio mineral; las cosas son distintas, lo digo por amor a la verdad, no porque se trate de mi hermano; siempre había sido un poco lento, eso sí, pero no de tipo metálico, sino más bien coloidal; tanto que, siendo todavía muy joven, se casó con una alga, una de las primeras, y no se supo más de él.)

En fin, parece que todos habían sentido algo menos yo. Oí -no recuerdo si durante el sueño o ya despierto- la exclamación de nuestro padre: -¡Aquí se toca! -una expresión sin significado (porque hasta entonces nadie había tocado jamás nada, tengan la seguridad), pero que adquirió un significado en el mismo instante en que fue dicha, esto es, significó la sensación que empezábamos a experimentar, levemente nauseabunda, como una charca de fango que nos pasara debajo, de plano, y sobre la cual nos parecía que rebotábamos. Y yo dije, con tono de reprobación: -¡Oh, abuelita!

Me he preguntado muchas veces por qué mi primera reacción fue tomármelas con nuestra abuela. La abuela Bb'b, que había conservado sus costumbres de otros tiempos, tenía a menudo cosas fuera de propósito: seguía creyendo que la materia estaba en expansión uniforme y, por ejemplo, que bastaba tirar las basuras de cualquier manera para que se enrarecieran y desaparecieran lejos. Que el proceso de condensación hubiese comenzado hacía un tiempo, es decir, que la suciedad se espesase en las partículas de modo que no se consiguiera sacarla de alrededor, no le entraba en la cabeza. Por eso yo oscuramente relacioné aquel hecho nuevo del "¡se toca!" con algún error que podía haber cometido mi abuela y lancé esa exclamación.

Y entonces la abuela Bb'b: -¿Qué? ¿Encontraste el almohadón?

Este almohadón era un pequeño elipsoide de materia galáctica en forma de rosca que la abuela había descubierto quién sabe dónde en los primeros cataclismos del universo y había llevado siempre consigo para sentarse encima. En cierto momento, en la gran noche, se había perdido, y mi abuela me acusaba de habérselo escondido. Pero era cierto que yo había odiado siempre aquel almohadón, tan sin gracia y fuera de lugar en nuestra nébula, pero todo lo que podía reprochárseme es que no lo hubiera vigilado constantemente, como pretendía mi abuela.

Hasta mi padre, que con ella era muy respetuoso, no pudo menos de hacérselo notar: -¡Vamos, mamá, aquí esta ocurriendo quién sabe qué, y usted me viene con el almohadón!

– ¡Ah, yo decía que no podía dormir! -dijo mi mamá, con otra observación poco apropiada.

En ese momento se oye un gran: -¡Puach! ¡Uach! ¡Sgrr! -y comprendimos que al señor Hnw debía de haberle sucedido algo: escupía y expecioraba a todo vapor.

– ¡Señor Hnw! ¡Señor Hnw! ¡Venga arriba! ¿Dónde ha ido a parar? -empezó a decir mi padre, y en aquellas tinieblas todavía sin resquicio, a tientas, conseguimos atraparlo y alzarlo a la superficie de la nébula, para que recobrase el aliento. Lo extendimos sobre aquel estrato exterior, que iba asumiendo entonces una consistencia coagulada y resbalosa.

– ¡Uach! ¡Se te pega encima esta cosa! -trataba de decir el señor Hnw, cuya capacidad para expresarse nunca había sido muy notable-. ¡Uno baja, baja y ¡traga! ¡Scrach! -y escupía.

La novedad era ésta: ahora el que en la nébula no estaba atento, se hundía. Mi madre, con el instinto de las madres, fue la primera en comprenderlo. Y gritó: -Chicos, ¿estáis todos? ¿Dónde estáis?

En realidad éramos un poco distraídos, y si al principio, mientras todo se mantenía regularmente durante siglos, nos preocupábamos siempre de no dispersarnos, ahora ni se nos ocurría.

– Calma, calma. Nadie se aleje -dijo mi padre-. ¡G'd (w)n ¿Dónde estás? ¡El que haya visto a los mellizos que lo diga!

Nadie contestó. -¡Dios mío, se han perdido! -gritó nuestra madre. Mis hermanitos todavía no estaban en edad de saber transmitir un mensaje; por eso se perdían fácilmente y los vigilábamos continuamente. -¡Voy a buscarlos! -dije.

– ¡Sí, vé, valiente Qfwfq! -dijeron papá y mamá, y luego, súbitamente arrepentidos-: ¡Pero si te alejas te pierdes tú también! ¡Quédate aquí! Bueno, anda, pero avisa dónde estás: ¡silba!

Eché a andar en la oscuridad, en el pantano de aquella condensación de nébula, emitiendo un silbido continuo. Digo andar, esto es, un modo de moverse en la superficie, inimaginable pocos minutos antes, y que entonces apenas si se podía hablar de él porque la materia oponía tan poca resistencia que si no se prestaba atención, en vez de continuar sobre la superficie uno se hundía al sesgo o directamente en perpendicular y terminaba sepultado. Pero en cualquier dirección que se anduviera y en cualquier nivel, las probabilidades de encontrar a mis hermanitos eran iguales: quién sabe dónde se habían metido aquellos dos.

De pronto rodé; como si me hubieran hecho -se diría hoy- una zancadilla. Era la primera vez que me caía, no sabía siquiera qué era ese "caerse", pero todavía estábamos sobre lo mullido y no me hice nada.

– No pisar aquí -dijo una voz-, Qfwfq, no quiero -era la voz de mi hermana G'd (w)n.

– ¿Por qué? ¿Qué hay ahí?

– Hice algo con algo… -dijo. Me llevó un poco de tiempo darme cuenta, a tientas, de que mi hermana, frangollando con aquella especie de barro, había levantado una montañita toda pináculos, almenas y agujas.

– ¿Pero qué te has puesto a hacer?

G'd (w)n daba siempre respuestas sin pies ni cabeza: -Un afuera con un adentro dentro. Tzlll, tzlll, tzlll…

Seguí mi camino a tumbos. Tropecé bambién con el consabido señor Hnw, que había terminado nuevamente de cabeza dentro de la materia en condensación. -¡Arriba, señor Hnw, señor Hnw! ¡Es posible que no consiga estar de pie! -y tuve que ayudarlo de nuevo a salir, esta vez con un empujón de abajo arriba, porque yo también estaba completamente inmerso.