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“De mierda”, era malo. Definitivamente no quería eso. Ser implantada a una pared no mejoraría las cosas.

Jesse apareció en el asiento trasero.

– Por cierto, ¿Habeis notado que Gloria se desvaneció durante la persecución? No tengo idea si considerarlo como algo bueno o como algo malo.

La tristeza la envolvió mientras ponía en marcha el coche.

– Estoy segura de que es malo. Pero nos preocuparemos por ella después de hablar con Tate. A menos que puedas encontrarla en el otro plano, no hay mucho más que podamos hacer por ella ahora.

El miedo destelló en los castaños ojos de Jesse.

– Sí, claro. ¿Recuerdas lo que sucedió la última vez que hice eso? No es una experiencia que quiera volver a frontar.

Tampoco ella. El pobre Jesse casi había sido devorado por un Daimon.

Simone condujo hacia la oficina de Tate y cogió el teléfono. Marcó el número para asegurarse de que él estuviera dentro.

Atendió a la cuarta llamada.

– Hola, mi amor. Acabo de cortar con los Escuderos.

Deslizó su mirada hacia Xypher, que permanecía sentado luciendo adusto e irritable.

– Eso es genial, pero ahora mismo tengo un real y apremiante problema.

– ¿Encontraste algo?

– Más bien, algo me encontró a mí.

– ¿A qué te refieres? -preguntó, su voz denotaba miedo.

Simone consideró cual sería la mejor manera de contarle lo que había sucedido. No acostumbraba a andarse con rodeos. Además, si Tate trabajaba para los Dark-Hunters, tal vez estuviera al tanto de lo que era un Dream-Hunter.

– Mientras buscaba en los alrededores, un grupo de Daimons apareció y también… un Skotos.

Se rió nerviosamente.

– Me estás tomando el pelo, ¿no es cierto?

Xypher enarcó una bonita ceja como si pudiera oír la conversación.

– No, -le respondió, alargando la palabra-y me estoy jugando que sabes de que se trata.

– Absolutamente. ¿Te han herido?

– Raspado, un poco. -Miró a la izquierda sobre el Canal-. Pero el meollo del asunto es que los Daimons me han abrochado algo en la muñeca y también en la del Skotos. No sabemos lo que es y necesitamos encontrar a alguien que lo sepa.

– Necesitas un oráculo. -Tate hizo que eso sonara como algo tan fácil.

Simone sacudió la cabeza.

– Sí, y nos encontramos un poquito alejados de Delphi, cariño.

– No tienes que ir a Grecia, nena. Conoces a Julián Alexander, ¿cierto?

Frunció el ceño ante el nombre tan familiar.

– ¿El sexy profesor de historia?

– No es que lo considere sexy, pero sí.

Ella ignoró el sarcasmo.

– ¿No estarás realmente diciéndome que él es un oráculo que habla con los dioses?

Tate rió con malicia.

– Prepárate, nena. Es hijo de Afrodita.

Por supuesto que lo era… ¿Por qué debería algo en este mundo tener sentido?

Dios santo, no es como si no estuviera sentada junto a uno de los hombres más guapos del mundo que también era un dios. O que tuviera un tonto fantasma adolescente sentado en el asiento trasero de su coche, tarareando la letra de la canción “Todos quieren dominar el mundo”, del grupo Tears for Fears.

Lo único que tenía sentido era que el buenorro del departamento de historia era también, un semidiós…

– Estaba segura de que no me gustaría la respuesta, -murmuró-. Y pensar que todo este tiempo, solo creí que se trataba de un profesor mono.

– Y todos tus alumnos creen que eres una excéntrica porque pareces hablar sola, cuando te descubren teniendo una conversación con Jesse.

– Por supuesto que lo creen. Vale, ¿cómo lo encuentro?

– Te daré su número.

Simone repitió el número para que Jesse la ayudara a recordarlo. Colgó la llamada con Tate, e inmediatamente llamó a Julián.

Cogió el teléfono a la tercera llamada.

– ¿Dr. Alexander?

– ¿Sí?

– No sé si me recordará, pero nos hemos encontrado en un par de funciones de la facultad. Soy la Doctora Simone Dubois, la profesora de Examinación Médica y Patología…

– Sí, la recuerdo.

Eso era impresionante, dado que no tenía nada de especial. Era de estatura mediana, peso mediano, tenía el cabello ondulado de color castaño oscuro y ojos pardos y normalmente vestía en tonos beige o marrones, o usaba su bata blanca de laboratorio. Como regla general, no permanecía en la memoria de las personas. De hecho, su grupo de secundaria la había votado como la “Persona Con Más Probabilidades de Ser Olvidada” o “Que Se le Sentaran Encima Por Accidente”. El hecho de que el Dr. Alexander la recordara, le provocaba una pequeña e infundada emoción.

– Bien, porque estoy metida en algún tipo de embrollo.

– ¿Y eso sería? -Aún a través del teléfono ella podía oír su tono de reserva.

Xypher le arrebató el móvil de las manos y empezó a hablar con Julián en una lengua que ella ni siquiera pudo identificar. A pesar de eso, la suave y lírica cualidad del lenguaje era increíblemente sexy. Era el tipo de tono que podría calentar a una mujer aún si estuviera pidiendo una pizza. Odiaba el hecho de que le afectara.

Apuesto o no, era un cretino y lo último que una mujer necesitaba era alimentar su masivo y prepotente ego.

Pocos minutos después, le devolvió el teléfono.

– Va a darte indicaciones para llegar a su casa.

– Gracias, -le dijo fríamente. Tomó el teléfono que le entregaba. -¿Dr. Alexander?

– Llámeme Julián.

Escuchó mientras le explicaba como encontrar su casa. Afortunadamente, no estaban muy lejos.

No le llevó mucho tiempo encontrar el pequeño bungalow en las afueras de St. Charles. Simone no había terminado de aparcar antes de que Xypher los transportara hasta el porche.

– Sabes, eso es realmente molesto y desconcertante.

– No me importa en absoluto. -Llamó a la puerta.

Simone sacudió la cabeza y Jesse la imitó. Lucía tan encantado como ella.

Julián abrió la puerta con cara de pocos amigos. Nunca fallaba en conmocionarla la magnitud de lo apuesto que era ese hombre. Y no era la única que pensaba así. Sus clases estaban siempre colmadas de estudiantes femeninas que no querían otra cosa que mirarlo fijamente. El hecho de fuera uno de los mayores expertos en el mundo sobre civilizaciones antiguas era una especie de bonificación.

El buen doctor estrechó sus ojos ante Xypher como si no pudiera creer lo que veía.

– Tienes emociones.

Xypher curvó su labio.

– En realidad no. Solo tengo una. Ira. A menos que cuentes una insaciable sed de venganza como tal. Entonces serían dos.

El ceño de Julian se profundizó.

– Cómo es que puedes.

– Mira -Xypher habló bruscamente-. No tengo tiempo para esto. Quita el brazalete para que pueda largarme a hacer lo que tengo que hacer.

– Tiene la idea fija, -explicó Simone.

– Sí, ya veo. -Julián dio un paso atrás-. Entra y déjame verlo.

Literalmente arrojó su brazo en la cara de Julián. El hombre era realmente odioso.

– Ahí.

– Tengo la sospecha de que ha sido criado por simios, -le dijo Simone a Julián.

Rió por lo bajo antes de coger el antebrazo de Xypher y examinar el brazalete mientras permanecían de pie en la entrada.

– Esto no es griego.

Xypher se mofó.

– Por supuesto que lo es. Conozco el trabajo de Hefesto.

– También yo y esto no lo es. -Dobló su brazo para ver mejor el cerrojo.

– No puedo saberlo con exactitud, pero creo que el origen de esto es Atlante.

Aún no parecía del todo convencido.

– ¿Estás seguro?

Julian asintió severamente.

– Hefesto es mi padrastro. Tengo sus baratijas por toda mi casa… y experiencia con algunos de sus artículos. Incluyendo esposas. El cerrojo en estas es definitivamente algo diferente.

Simone quería gemir por la frustración. Si Julián no podía ayudarlos, entonces ¿quién podría?

– ¿Sabes para qué sirve?

– En realidad no, pero si pudieran entrar en la casa y salir así del campo de visión de mis vecinos, puedo preguntar.