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Trucos de su mente, oyó el eco de la voz del sacerdote. Alucinaciones.

Se tambaleó, estuvo a punto de perder el conocimiento, puso sus temblorosas manos detrás de la espalda y se sujetó con firmeza al borde del lavabo.

¡Y todo pasó!

Regresó al dormitorio jadeando y miró ansiosamente a su alrededor. Corrió escaleras abajo y se quedó en el recibidor, tratando afanosamente de buscar aire, temblando y dolorida en todo el cuerpo. Entró en el salón. Allsop estaba mirando su taza de café con intensa concentración. Parecía incómodo cuando ella regresó.

– No sabía que tenía usted… otro hijo.

– ¿Cómo? -Lo miró casi incapaz de hablar.

– El joven que acaba de subir las escaleras.

¿Por qué sonreía? ¿Qué le parecía tan divertido? Después se dio cuenta de que no se trataba de una sonrisa, sino de su tic nervioso.

– ¿De pelo rubio? -tartamudeó Alex.

– Sí -respondió con calma.

– ¿Con un jersey grueso?

El sacerdote afirmó de nuevo.

Buscó apoyo en el brazo de un sillón, incapaz de seguir de pie, se sentó y cerró los ojos. Los abrió al cabo de un momento y lo miró de nuevo con fijeza.

– No tengo ningún otro hijo. Era Fabián.

Oyó un repentino golpe metálico producido por la taza del sacerdote al ser dejada violentamente sobre el platillo. Alex vio cómo la cucharilla vibraba en su mano, rozando contra el borde de la taza, como si estuviera tocando un pequeño instrumento musical, y que un poco de café se derramaba por uno de sus lados.

– Ya veo -dijo finalmente.

Su ojo derecho se abría y se cerraba. Con gran dificultad dejó el platillo y la taza y su mirada recorrió la habitación. Temblaba claramente y trató de recuperar la compostura.

– ¿Es a eso a lo que se refería usted?

Alex notó algo suave y se dio cuenta de que aún continuaba con la toalla en la mano. Comenzó a doblarla, alisando cuidadosamente los pliegues.

– No lo sé.

– ¿No hay posibilidad de que haya alguien en la casa?

– ¿Qué quiere decir?

– Un fontanero, el encargado de limpiar las ventanas o algo parecido.

Ella negó con la cabeza.

– No -dijo él, abriendo y cerrando la boca varias veces. «Como un pez de colores en un acuario», pensó Alex.

– ¿Comprende ahora lo que quiero decir?

El cura volvió a recorrer la estancia con la mirada, que de vez en cuando se fijaba en Alex.

– ¿Con respecto al exorcismo?

– Sí.

El hombre unió las manos formando un cáliz y suavemente se meció adelante y atrás en su asiento. Miró sus manos, ensimismado en profunda concentración.

– Hay otras alternativas… al exorcismo, que producen el mismo efecto. El exorcismo es pocas veces aconsejable y me temo que en estos días se requiere mucho trabajo burocrático antes de conseguir la autorización. Hay que exponer el caso al obispo y es él quien decide; los trámites pueden durar varias semanas, cuando menos. -La miró temeroso-. Todo está bien regulado. A un clérigo ordinario como yo no le está permitido celebrar una ceremonia de exorcismo.

– No puedo esperar varias semanas -dijo Alex-. Por favor, tiene que hacer algo.

– En su caso aún podría tardar más, de acuerdo con nuestras directrices actuales.

– ¿Qué quiere decir?

– No se suele conceder ese permiso hasta transcurridos dos años como mínimo de la defunción.

Alex recordó la sensación de terror en el cuarto de baño y se sintió invadida por la desesperación.

– ¿Dos años? -repitió débilmente, como un eco.

– Me temo que la Iglesia considera que el equilibrio mental de las personas puede verse alterado durante largo tiempo después de un fallecimiento. Sólo si las manifestaciones extrañas continúan después de transcurrido ese período, se toma en consideración el Servicio de Liberación.

– ¿Liberación?

– Así se le llama al exorcismo en la terminología moderna -Allsop sonrió y Alex pudo ver de nuevo su tic nervioso-. La Iglesia prefiere ese término: la palabra Liberación… suena, ciertamente, menos dramática.

– Pero en el caso en que se pueda probar… Usted mismo lo ha visto, ¿no es así?

– Durante siglos la Iglesia viene teniendo consciencia de que el estado de posesión está causado, normalmente, por una enfermedad psíquica y no por los espíritus. Los actuales jefes de la Iglesia anglicana se sienten cada vez más interesados por la psicología; se han dado cuenta de que no todos los problemas pueden ser resueltos exclusivamente con el auxilio pastoral. Supongo que se trata de un esfuerzo de la Iglesia por ponerse a la altura de los tiempos, de hacerse más responsable. Con frecuencia los clérigos han diagnosticado la necesidad de celebrar un exorcismo y lo llevaron a cabo, cuando realmente las circunstancias indicaban la existencia de una enfermedad mental. En ocasiones eso ha dificultado aún más las cosas.

– ¿Y usted cree que yo soy una enferma mental?

Él la miró y después de nuevo la habitación.

– No, creo que es posible que tenga razón. Hay alguna presencia extraña en esta casa. Algo está perturbado, pero no creo que un exorcismo sea necesario. Lo que necesitamos es averiguar por qué está alterado ese espíritu y es posible que seguidamente llegue a descansar. -Siguió meciéndose en su silla.

– Yo sé por qué está alterado.

Allsop observó a Alex sin dejar de mecerse adelante y atrás en su silla.

– ¿Le gustaría decírmelo? -le preguntó amablemente.

Ella lo miró y movió la cabeza.

– No, no puedo.

– Sería una gran ayuda conocer la razón.

Alex miró por la ventana y, después, de repente, el recibidor, convencida de que había visto algo que se movía por allí. Escuchó atentamente, observando, pero no sucedió nada más. Se volvió al sacerdote.

– Creo que dejó algunos asuntos sin terminar.

Allsop dejó de mecerse un momento y después continuó haciéndolo.

– Me temo que la mayoría de nosotros no estamos preparados para morir y dejamos sin realizar muchas de las cosas que pretendíamos hacer en la vida.

Alex inclinó la cabeza.

– ¿Es eso lo que quiere decir?

– No. -Alex miró la toalla que tenia en la mano y después a Allsop-. Creo que quiere regresar para matar a alguien.

Bajó la mirada, incapaz de sostener la del sacerdote, de hacer frente a la idea de su convencimiento de que estaba loca.

– Creo que una misa de réquiem podría ser la solución -le oyó decir con voz suave y amable.

Alex lo contempló con fijeza.

– ¿Qué quiere decir?

– Podríamos celebrar una sencilla misa de difuntos aquí, en la casa. Creo que después de eso todo volverá a la normalidad.

Se sintió incómoda, asustada por aquellas palabras.

– ¿Cómo…? ¿Qué…? No estoy completamente segura de qué quiere decir.

– Podríamos oficiar la misa hoy mismo, si así lo desea, tan pronto vuelva de recoger a mi hijo. Sólo necesito traer algunas cosas.

– ¿Qué cosas?

El cura consultó su reloj, sin responderle directamente.

– ¿Le va bien a eso de las seis?

¿Podía ayudarla aquel hombre joven y solemne con sus inmaculados téjanos? ¿Podría controlar todo lo que estaba ocurriendo con sólo unas cuantas oraciones? ¿Se reirían de él los espíritus y lo arrojarían de la casa?

– Está bien -se oyó decir a si misma-. Muchas gracias.

– ¿Qué piensa hacer hasta esa hora?

– ¿Qué? -dijo su voz.

– Creo que es mejor que no se quede esta tarde en la casa. ¿Tiene algún lugar a donde ir? ¿Algunos amigos a los que visitar?

– Mi despacho. Me iré a la oficina.

– Sí -aprobó el párroco-. Una buena idea. Trate de pensar en algo diferente.

El sacerdote se levantó, miró nervioso a su alrededor y caminó hacia la puerta de la casa. Dirigió la vista a la escalera y sus ojos se abrieron llenos de duda e incertidumbre.

Alex lo siguió fuera de la casa sin mirar hacia atrás.