– ¿El señor Compton sigue fuera del pueblo? -me preguntó cuando hube terminado.
– Nueva Orleáns -susurré, apenas capaz de hablar.
– Buscaremos el rifle en la casa de Rene, ahora que sabemos que es tuyo. Será una prueba ratificatoria muy importante.
En ese instante entró en la habitación una mujer joven reluciente, vestida de blanco, que me miró y le dijo a Andy que tendría que volver en otro momento. Él asintió en dirección a mí, me dio una palmadita avergonzada en la mano, y se marchó. Mientras se iba, lanzó a la doctora una mirada de admiración. Era muy guapa, pero también llevaba un anillo de casada, así que Andy volvía a llegar demasiado tarde. Ella pensaba que él parecía demasiado serio y sombrío.
No quería escuchar aquellas cosas, pero no tenía las fuerzas suficientes para mantener a la gente fuera de mi cabeza.
– Señorita Stackhouse, ¿cómo se siente? -me preguntó la chica con voz demasiado alta. Era morena y delgada, con grandes ojos castaños y boca amplia.
– Fatal-susurré.
– Ya me lo imagino-dijo, asintiendo repetidas veces mientras me examinaba. Por algún motivo, no creí que pudiera imaginárselo. Seguro que nunca la había golpeado un asesino múltiple en un cementerio-. También ha perdido a su abuela, ¿no es así? -añadió con afecto. Asentí, apenas un milímetro-. Mi marido murió hace unos seis meses -explicó-. Sé lo que es el dolor. Es duro enfrentarse a ello, ¿verdad?
Vaya, vaya, vaya. Esbocé una pregunta con mi rostro.
– Tenía cáncer -me explicó. Traté de mostrar mis condolencias sin mover nada, lo que es casi imposible-. Bien añadió mientras se erguía, retomando sus maneras bruscas Señorita Stackhouse, su vida no corre peligro. Tiene una clavícula rota, y también dos costillas y la nariz.
¡La madre del cordero! No era de extrañar que me sintiera tan mal.
– Su cara y su cuello han sido golpeados con fuerza. Por supuesto, ya sabe que ha sufrido daños en la garganta.
Traté de imaginarme el aspecto que tendría. Menos mal que no había un espejo a mano.
– Y tiene gran cantidad de contusiones y cortes relativamente leves en brazos y piernas. -Sonrió-. Su estómago está bien, y también sus pies.
Jajaja, qué graciosa.
– Le he prescrito medicación contra el dolor, así que cuando comience a sentirse mal, solo tiene que llamar a la enfermera. Una visita asomó la cabeza por la puerta. La doctora se giró, tapándome la visión, y dijo:
– ¿Sí?
– ¿Es la habitación de Sookie?
– Sí, estaba terminando de examinarla. Puede pasar. -La doctora, cuyo apellido, según la placa, era Sonntag, me miró inquisitiva para obtener mi permiso, y yo logré pronunciar un leve: "Claro".
JB du Rone se acercó hasta mi cama, con un aspecto tan adorable como el modelo de la cubierta de una novela rosa. Su cabello leonado brillaba bajo las luces fluorescentes. Sus ojos eran del mismo color, y su camiseta sin mangas mostraba una definición muscular que parecía cincelada con un… bueno, con un cincel. Mientras él me miraba, la doctora Sonntag se lo comía con los ojos.
– Hola, Sookie, ¿te encuentras bien? -preguntó. Me pasó con suavidad un dedo por la mejilla y besó un punto de mi frente que había escapado a las magulladuras.
– Gracias -susurré-, me pondré bien. Te presento a mi doctora.
JB dirigió su mirada hacia la Dra. Sonntag, que prácticamente se moría por presentarse ella misma.
– Los doctores no eran tan guapos cuando venía a ponerme inyecciones-dijo JB con sinceridad y sencillez.
– ¿No has estado en el médico desde que eras un niño? – preguntó la doctora, sorprendida.
– Nunca me pongo enfermo-le sonrió-. Soy fuerte como un buey.
Y también tenía su cerebro. Pero era probable que la Dra. Sonntag tuviera los sesos necesarios para los dos. Ya no podía imaginarse ningún motivo para seguir rondando por allí, pero mientras salía lanzó una mirada triste por encima del hombro. JB se inclinó hacia mí y dijo con amabilidad:
– ¿Puedo traerte algo, Sookie? ¿Unas Nabs u otra cosa? La idea de tratar de comer galletas crujientes hizo que me vinieran lágrimas a los ojos.
– No, gracias -musité-. La doctora es viuda.
Con JB podías cambiar de tema sin que se le ocurriera preguntarse por qué lo hacías.
– Guau -dijo, impresionado-. Es inteligente y soltera. – Arqueé las cejas de manera significativa-. ¿Crees que debería pedirle salir? -JB parecía todo lo pensativo que era posible en él-. Eso sería una buena idea. Siempre que tú no quieras salir conmigo,Sookie -me dijo sonriente-. Tú siempre serás la primera para mí. Solo tienes que agitar el meñique y vendré corriendo.
Qué chico tan dulce. No me creí ni por un instante su devoción, pero sí que sabía cómo hacer que una mujer se sintiera bien, incluso si, como yo, estaba segura de que tenía un aspecto penoso. Y me dolía bastante. ¿Dónde estaban esas malditas pastillas para el dolor? Traté de sonreír a JB.
– Te duele-me dijo-. Llamaré a la enfermera.
Eso era estupendo. La distancia hasta el pequeño botón parecía hacerse cada vez mayor mientras trataba de mover el brazo.
Me besó una vez más antes de irse y dijo:
– Buscaré a esa doctora tuya, Sookie. Será mejor que le haga unas cuantas preguntas más sobre tu recuperación.
Después de que la enfermera inyectara alguna cosa en mi goteo intravenoso, me limité a esperar que desapareciera el dolor. La puerta se abrió de nuevo.
Era mi hermano. Permaneció junto a mi cama durante largo tiempo, estudiando mi cara. Al final dijo, con voz pesada:
– He hablado durante un minuto con la doctora antes de que se fuera a la cafetería con JB. Me ha contado todo lo que tienes. -Se alejó, dio un paseo por la habitación y volvió. Me contempló un rato más-. Tienes un aspecto horrible.
– Gracias -susurré.
– Ah, sí, tu garganta. Lo había olvidado.-Empezó a darme unas palmaditas, pero se lo pensó mejor.
– Escucha, hermanita, debo darte las gracias, pero me molesta que ocuparas mi lugar cuando llegó la hora de pelear. De haber podido, le habría dado una patada.
¡Que había ocupado su lugar, demonios!
– Te debo muchísimo, hermanita. He sido tan tonto, pensando que Rene era un buen amigo.
Traicionado. Se sentía traicionado.
Y entonces entró Arlene para acabar de poner las cosas interesantes.
Estaba hecha un desastre. Llevaba el pelo enredado en una maraña rojiza, iba sin maquillaje y había escogido la ropa al azar. Nunca había visto a Arlene sin el pelo rizado ni todo su brillante maquillaje encima.
Me miró desde arriba (oh, sería feliz cuando pudiera volver a incorporarme) y, durante un segundo, su rostro fue duro como el granito. Pero cuando de verdad me miró a la cara, empezó a derrumbarse.
– Estaba tan furiosa contigo, no podía creerlo. Pero ahora que te veo y compruebo lo que te ha hecho… Oh, Sookie, ¿podrás perdonarme algún día?
Maldición, no quería que estuviera allí. Traté de telegrafiárselo a Jason, y por una vez lo logré, porque puso un brazo alrededor de los hombros de Arlene y se la llevó. Antes de llegar a la puerta ella ya estaba llorando.
– No lo sabía -dijo, apenas coherente-. ¡No lo sabía!
– Diablos, yo tampoco-añadió Jason con firmeza.
Me eché una siestecita después de tratar de ingerir una deliciosa gelatina verde.
Mi gran ilusión por la tarde fue caminar hasta el baño, más o menos sola. También me senté en la silla durante diez minutos, tras los cuales estaba más que dispuesta a volver a la cama. Me miré en un espejo que había en la mesita con ruedas, y lamenté que estuviera ahí.
Tenía algo de fiebre, lo suficiente para parecer destemplada y con la piel dolorida. Mi cara era azul y gris, y mi nariz estaba inflada hasta el doble de su tamaño. Tenía el ojo derecho hinchado, casi cerrado del todo. Me encogí de hombros, e incluso eso me dolió. Mis piernas… oh, demonios, ni siquiera quise comprobarlo. Me tumbé con mucho cuidado y esperé a que aquel día terminara. Quizá en cuatro días me sintiera estupendamente. ¡Y el trabajo! ¿Cuándo podría volver a trabajar?