Katie no dijo nada. Myron intentó interpretar su cara. No estaba acobardada, pero había algo, lo mismo que había visto en su madre. Se inclinó a su nivel.
– ¿Quieres que te saque de aquí? -preguntó.
– ¿Qué? -Katie levantó la cabeza de golpe-. No, por supuesto que no. Nos queremos.
Myron la miró, buscando señales de ansiedad. No vio ninguna.
– Vamos a tener un hijo -dijo.
– ¿Por qué has mirado a Rufus de esa manera cuando he mencionado el cajero?
– Ha sido una estupidez. Olvídelo.
– Dímelo de todos modos.
– He pensado… pero me equivocaba.
– ¿Qué has pensado?
Rufus volvió a apoyar los pies en la mesita y los cruzó.
– No pasa nada, cielo. Díselo.
Katie Rochester mantuvo los ojos bajos.
– Ha sido sólo una reacción, ¿sabe?
– ¿Una reacción por qué?
– Rufus estaba conmigo. Sólo eso. Fue idea suya usar ese último cajero. Pensó que al estar en el centro y eso, sería más difícil relacionarnos con un lugar como éste.
Rufus arqueó una ceja, orgulloso de su ingenuidad.
– Pero Rufus tiene a muchas chicas trabajando para él. Las lleva al mismo cajero y les hace retirar el dinero. Tiene uno de los clubes de aquí, un local llamado Barely Legal. * Es para hombres que quieren chicas…
– Creo que puedo deducir lo que quieren. Siga.
– Legal -dijo Rufus, levantando un dedo-. Se llama Barely Legal. La palabra clave es legal. Todas las chicas tienen más de dieciocho años.
– Estoy seguro de que tu madre es la envidia de su grupo de lectura, Rufus. -Myron volvió a mirar a Katie-. Así que pensaste ¿qué?
– No pensé. Ya se lo he dicho: he reaccionado.
Rufus bajó los pies y se sentó.
– O sea que ha pensado que esa Aimee podría ser una de mis chicas. No lo es. Mire, ésa es la mentira que vendo. Los hombres creen que esas chicas se escapan de sus granjas o de sus hogares en los suburbios y vienen a la gran ciudad a ser, no sé, actrices o bailarinas, o lo que sea, y como no lo consiguen, acaban rodando películas porno. Les vendo esta fantasía. Quiero que los hombres crean que se llevan a la hija de un granjero, si eso les pone. Pero la verdad es que sólo son tiradas de la calle. Las más afortunadas ruedan porno -señaló un póster de una película- y las más feas trabajan en las habitaciones. Así de sencillo.
– ¿No reclutas a chicas en los institutos?
Rufus se rió.
– Ojalá. ¿Quiere saber dónde las recluto?
Myron esperó.
– En reuniones de alcohólicos anónimos. En centros de rehabilitación. Esos sitios son como salas de espera de castings, no sé si me entiende. Me siento atrás, tomo café de ese tan malo y escucho. Hablo con ellas durante las pausas, les dejo una tarjeta y espero a que vuelvan a caer en la bebida. Siempre lo hacen. Y allí estoy yo, preparado para recogerlas.
Myron miró a Katie.
– Uaua, qué bárbaro.
– Usted no le conoce -dijo ella.
– Sí, seguro que tiene un fondo. -Myron sintió la comezón en los dedos otra vez, pero se la tragó-. ¿Cómo os conocisteis?
Rufus meneó la cabeza.
– No fue así.
– Estamos enamorados -dijo Katie-. Conoce a mi padre por negocios. Vino a casa y en cuanto nos vimos… -Sonrió y parecía más bonita, joven, feliz y tonta.
– Amor a primera vista -dijo Rufus.
Myron le miró.
– ¿Qué? -dijo él-. ¿No le parece posible?
– No, Rufus, pareces un gran partido.
Rufus meneó la cabeza.
– Esto es sólo un trabajo para mí. Nada más. Katie y el bebé son mi vida. ¿Lo entiende?
Myron siguió sin decir nada. Metió la mano en el bolsillo y sacó la foto de Aimee Biel.
– Échale una mirada, Rufus.
La miró.
– ¿Está aquí?
– Tío, lo juro por mi hijo no nato que nunca he visto a esta chavala y que no sé dónde está.
– Si estás mintiendo…
– Ya está bien de amenazas, ¿vale? Es una chica desaparecida. La policía la busca. Sus padres la buscan. ¿Se cree que quiero tantos problemas?
– Es una chica desaparecida -repitió Myron-. Su padre removerá cielo y tierra por encontrarla. Y la policía también está interesada.
– Pero esto es diferente -dijo Rufus, y su tono se volvió suplicante-. La quiero. Cruzaría el fuego por Katie. ¿No lo ve? Pero esa otra… no vale la pena. Si la tuviera aquí, la devolvería. No quiero jaleos.
Por triste y patético que fuera, tenía sentido.
– Aimee Biel usó el mismo cajero -volvió a decir Myron-. ¿Tiene alguna explicación?
Los dos negaron con la cabeza.
– ¿Se lo dijiste a alguien?
– ¿Lo del cajero? -preguntó Katie.
– Sí.
– Creo que no.
Myron volvió a arrodillarse.
– Escúchame, Katie. No creo en coincidencias. Tiene que haber una razón por la que Aimee Biel fuera a ese cajero. Hay una relación entre vosotras dos.
– Apenas conocía a Aimee. Sí, vale, íbamos al mismo instituto, pero no salíamos juntas ni nada. A veces la veía por el centro comercial, pero ni siquiera nos saludábamos. En el instituto siempre iba con su novio.
– Randy Wolf.
– Sí.
– ¿Le conoces?
– Claro. Es el chico de oro del instituto con un padre rico que le sacaba de todos los apuros. ¿Sabe cómo apodan a Randy?
Myron recordaba haber oído algo en el aparcamiento del instituto.
– Farmboy o algo así.
– Pharm, no Farm Boy. Es con PH, no con F. ¿Sabe por qué?
– No.
– Es una abreviatura de Pharmacist. * Randy es el mayor traficante del Livingston High. -Katie sonrió-. Mire, ¿sabe cuál es mi relación con Aimee Biel? Ésta es la única que se me ocurre. Su novio me vendió drogas.
– Espera. -Myron sintió como si la habitación empezara a rodar lentamente-. ¿Qué has dicho de su padre?
– Big Jake Wolf, un pez gordo de la ciudad.
Myron asintió, casi temeroso de seguir.
– ¿Qué has dicho de sacar a Randy de apuros? -Su propia voz, de repente, le parecía muy lejana.
– Es sólo un rumor.
– Cuéntame.
– ¿Usted qué cree? Un profesor pilló a Randy traficando en el campus. Le denunció a la policía. Su padre los compró, y al profesor también, creo. Todos dijeron que no querían arruinar el futuro de un quarterback.
Myron siguió asintiendo.
– ¿Quién era el profesor?
– No lo sé.
– ¿No oíste ningún rumor?
– No.
Pero Myron tenía una idea de quién podía ser.
Hizo varias preguntas pero no sabían nada más. Randy y Big Jake Wolf. Todo volvía a ellos, al profesor/asesor Harry Davis y al músico/profesor/comprador de lencería Drew Van Dyne. Volvía a aquella ciudad, Livingston, y a los jóvenes que se rebelaban y a la tensión que sufrían por triunfar.
Al final, Myron miró a Rufus.
– Déjanos solos un minuto.
– Ni hablar.
Pero Katie había recuperado algo de su aplomo.
– No pasa nada, Rufus.
Él se levantó.
– Estaré al otro lado de la puerta -dijo- con mis socios. ¿Entendido?
Myron reprimió la respuesta y esperó a que estuvieran solos. Pensó en Dominick Rochester, en cómo se esforzaba por buscar a su hija pensando si estaría en un lugar como ése con un hombre como Rufus, y en que su exagerada reacción, su deseo de encontrar a su hija, era muy comprensible.
Myron se acercó al oído de Katie y susurró:
– Te sacaré de aquí.
Ella se apartó e hizo una mueca.
– ¿De qué me habla?
– Sé que quieres huir de tu padre, pero este tipo no es la solución.
– ¿Cómo sabe usted la solución para mí?
– Regenta un burdel, por el amor de Dios. Casi te pega.
– Rufus me quiere.
– Puedo sacarte de aquí.
– No me iría -dijo ella-. Prefiero morir que vivir sin Rufus. ¿Queda suficientemente claro para usted?
– Katie…
– Márchese.
Myron se levantó.
– ¿Sabe qué? -añadió ella-. Tal vez Aimee y yo nos parezcamos más de lo que cree.