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Hasta aquí, diría que todo respalda mi teoría. ¿No?

Bien dices. Hasta aquí, Theresa… Tenemos razones para pensar que no faltaba quien quisiera engordar las culpas de nuestra querida priora, por su excesiva intimidad con los dos hombres más influyentes y por tanto más odiados del reino. Pero también tenemos indicios que desdicen de su supuesta humildad, y que apuntan su propensión a cometer alguno de los deslices de los que fue acusada. Por ejemplo, tratar de ganar el ánimo del Conde Duque, y quien sabe si algo más, inventándose que Dios le había revelado que pronto había de nacerle el hijo que tanto esperaba…

Eso no es más que una especulación.

Cierto, con lo que tenemos, sólo podemos hacer especulaciones. Pero me apoyo en las propias palabras de Teresa. Es significativo que en algún pasaje de su memorial aluda a los religiosos que con acciones no del todo convencionales habían alcanzado la santidad. ¿Qué perseguía una joven noble y ambiciosa, tomando los hábitos y fundando un convento? ¿Qué modelo tenía en mente? A lo mejor buscaba emular a otra monja insigne y visionaria, tocaya suya, que un siglo atrás había fundado cierta orden…

Santa Teresa de Jesús…

Desde luego, no parece que le repugnara asemejarse a ella. Teresa reconoce que el confesor le prohibió que le hablara de sus visiones al Conde Duque, y que ella insistió hasta que le permitió escribírselas. Porque Dios la empujaba, dice. Chica lista. Nadie podía llamar a testificar a Dios, así que nadie iba a desmentirla en ese punto.

¿Y no es posible que la mujer creyera de buena fe tener la visión, y que Dios le pedía que se la comunicara al Conde Duque para ofrecerle alguna luz en medio de su desconsuelo?

Sí, esa irreprimible lástima suya por los afligidos que dice nuestra priora. El caso es que el Conde Duque no tuvo ningún hijo. Y ante el fiasco, Teresa culpa de sus erróneas visiones a las insidias del demonio y se queda tan ancha. Con lo que llegamos a un capítulo interesante de nuestra historia: los demonios que entraron en el convento, y que tanto le cunden a Teresa. Porque hay otras muchas acusaciones, y lo que es más importante, otro condenado, el infortunado padre Francisco, al que, te hago notar, nunca alcanzó la absolución.

No entiendo. ¿Adónde quieres ira parar?

Al meollo. Adónde si no. ¿Me permites una pregunta?

Dispara.

¿Crees en el demonio?

¿Qué importa si yo creo o no?

Responde.

No.

¿Y en la posesión diabólica?

¿Estás poniendo a prueba mi sentido de la lógica? Mal puedo creer en lo segundo si no creo en lo primero.

Yo tampoco creo en ella. Quiero decir que nunca he obtenido ninguna prueba concluyente de que exista, que es lo único que podría hacerme creer. Te haré una confidencia. En cierta ocasión, no viene al caso porqué, asistía un exorcismo. Lo que allí vi fue bastante desagradable, pero no presencié nada sobrenatural. Nada que no pudiera explicar una intensa autosugestión del supuesto poseso, agravada por toda la parafernalia del ritual con que se le trataba de sacar el demonio de dentro. En resumen, que no acepto la existencia de la posesión diabólica, y en esto coincido con los inquisidores, que siempre fueron muy reacios a dar por probada cualquier clase de fenómeno paranormal, lo que vale tanto para las manifestaciones demoníacas como para la brujería y otras supersticiones del populacho.

Ya… Y de todo eso, ¿qué se deduce?

Me permito recordarte que Teresa, no sólo al referirse a sus visiones sobre la inminente paternidad del Conde Duque, sino en otros muchos hechos y dichos que se le imputan, se exime de toda responsabilidad traspasándola a los demonios que según ella la poseían. No niega haber hecho ni dicho aquello de lo que la acusan, sino que alega en su descargo que los demonios la movían y que por eso no pueden pedírsele cuentas. Pero si tú no crees en los demonios, la estás dejando sin su principal excusa…

Bueno, no necesariamente. Lo que ella llama demonios yo lo llamaría trastorno nervioso, delirio, o como prefieras. El caso es que no estaba en su ser cuando hacía y decía tales cosas.

Ya… Ésa es la interpretación a la que se apunta el bueno de Menéndez Pelayo. Que le valga a él, que es un historiador católico militante y no puede dejar de suscribir la decisión final del Santo Tribunal, tiene un pase. Pero de ti, una súbdita de Su Graciosa y hereje Majestad Británica, esperaba otra cosa.

Bueno, no olvides que soy escocesa. Una súbdita más bien levantisca de esa Majestad que dices…

Bromas aparte. Has leído a nuestra Teresa, y estoy seguro de que lo has hecho con atención. ¿Te parece una mujer sugestionable?

Estaba en un entorno cerrado. Bajo la influencia de un confesor de escrúpulos más que dudosos. Y rodeada de un grupo de monjas muy jóvenes que empezaron a perder los nervios y el juicio. No me parece imposible que se dejara arrastrar. O que la situación la desbordara de tal manera que terminase por alterar su equilibrio mental, además de echarle a perder la salud.

Ahora que mencionas al confesor… ¿Crees que les predicó a las monjas doctrina de alumbrados? Ya sabes, simplificando mucho, que con amor todo vale, incluida la laxa observancia del sexto mandamiento…

Creo que pudo hacerlo. Aunque quizá no muy a las claras, porque ya estaba escarmentado de su primera condena.

¿Y crees que la puso en práctica? Quiero decir, en sus caricias, sus confianzas verbales y acaso otros tocamientos…

Es posible. Teresa admite las caricias. No sé hasta qué punto, pero sobre esto también la creo a ella. Que no pasó de aquello que pudiera resultar equívoco si era libidinoso o no.

En plata, que no les echó mano a los pechos, por ejemplo.

No a Teresa, al menos.

Está claro que la priora te ha ganado para su causa. Yo no estaría tan seguro. En este punto Teresa demuestra una gran habilidad para arrojar balones fuera. Niega rotundamente aquello que sabe que no puede dejar pasar, y luego trata de dar una versión suavizada de lo que confesó durante la instrucción, acusando al instructor de falsificar sus declaraciones. Otras cosas dice no recordarlas bien y el resto las deja sin responder porque sería «demasiado fatigoso». Mi intuición es que algo hubo. Fray Francisco andaba sobrado de testosterona. Y entre tanta hembra tierna y sometida a su autoridad, algún patinazo hubo de dar. También con Teresa, que era con quien más trato tenía. Que ella quisiera ver otra cosa, y aun acabara viéndola, porque en caso contrario habría sido su deber acudir ella misma al Santo Oficio para denunciar al capellán, puede ser. Pero en aquel convento debió de relajarse más de la cuenta el monjil recato. Y a partir de esto, mezclado con todo lo demás, se desencadenó el desastre.

Concluyendo, que la condena no fue arbitraria, según tú.

No la que le impusieron. Una abjuración de levi. La pena mínima. Qué menos para la superiora de un convento que acabó sumido en el caos, y que no ofrece para disculpar su conducta, cuando menos negligente y a ratos estrambótica, otra circunstancia eximente que haber estado arrebatada por los demonios. Ella misma es consciente de que su empeñoso alegato no termina de desmontar la acusación. Por eso carga las tintas en el tono sumiso y compungido, y termina tachando meticulosamente a todos los testigos de cargo. En resumen, Teresa es olvidadiza cuando le conviene, pero concienzuda cuando hace falta. No niego que fuera una víctima, pero no tan ingenua como ella se dice.

Qué despiadado eres con ella. ¿No te da pena?

Al contrario. La admiro. Por no arrugarse. Por resistir. Por prevalecer, después de todo. El que me da pena, si acaso, es otro.

No te referirás al confesor…

Convendrás conmigo en que no es muy justo que a él no se le absolviera. Si se dan por buenas las afirmaciones de Teresa, ni hubo herejía ni tratos deshonestos. Aunque no deja de llamar la atención cómo nuestra buena priora no descarta que lo que ella hizo y consintió inocentemente, en el ánimo del otro no fuese tan casto y limpio. Por si la solución era la que al final fue: salvarla a ella de la quema cargándole todo el muerto al confesor. Una actitud poco solidaria, ¿no crees?