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No importa cuánto amase la mujer al hombre, nunca hubiera podido hacerle feliz porque nunca hubiese podido saber qué es lo que él quería. Nunca hubiera podido conocer cuáles eran sus expectativas porque no podía conocer sus sueños.

Si tomas tu felicidad y la pones en manos de alguien, más tarde o más temprano, la romperá. Si le das tu felicidad a otra persona, siempre podrá llevársela con ella. Y como la felicidad sólo puede provenir de tu interior y es resultado de tu amor, sólo tú eres responsable de tu propia felicidad. Jamás podemos responsabilizar a otra persona de nuestra propia felicidad, aunque cuando acudimos a la iglesia para casarnos, lo primero que hacemos es intercambiar los anillos. Colocamos la estrella en manos de la otra persona con la esperanza de que nos haga felices y de que nosotros la haremos feliz a ella. No importa cuánto ames a alguien, nunca serás lo que esa persona quiere que seas.

Ese es el error que la mayoría de nosotros cometemos nada más empezar. Asentamos nuestra felicidad en nuestra pareja y no es así como funciona. Hacemos todas esas promesas que somos incapaces de cumplir, y entonces, nos preparamos para fallar.

IV. El camino del amor, el camino del miedo

Toda tu vida no es más que un sueño. Vives inmerso en una fantasía en la que todo lo que sabes sobre ti mismo sólo es verdad para ti. Tu verdad no es la verdad de nadie más y eso incluye a tus propios hijos o a tus propios padres. Piensa, sencillamente, en lo que tú crees acerca de ti mismo y en lo que tu madre cree de ti. Ella dice conocerte muy bien, pero en realidad no tiene ni idea de quién eres. Tú sabes que no lo sabe. Por otro lado, tú puedes creer que conoces a tu madre muy bien, pero no tienes ni idea de quién es realmente. En su mente guarda todas esas fantasías que nunca compartió con nadie. No tienes la menor idea de lo que hay en su mente.

Si analizas tu propia vida e intentas recordar lo que hacías cuando tenías once o doce años, comprobarás que a duras penas recuerdas más del cinco por ciento de las cosas que has hecho. Rememorarás las más importantes, por supuesto, cosas como tu nombre, porque es algo que se repite constantemente. Pero, en ocasiones, hasta te olvidas del nombre de tus hijos o del de tus amigos. Eso ocurre porque tu vida se compone de sueños: una infinidad de pequeños sueños que cambian constantemente. Los sueños tienden a disolverse, y por esa razón, olvidamos con tanta facilidad.

Todo ser humano tiene un sueño personal de la vida y ese sueño es completamente diferente del sueño de cualquier otra persona. Soñamos en concordancia con todas las creencias que tenemos y modificamos nuestro sueño según sea nuestra manera de juzgar, según sean nuestras heridas. A eso se debe que los sueños nunca sean iguales para dos personas. En una relación podemos fingir que somos iguales, que pensamos de la misma manera, que sentimos lo mismo, que soñamos lo mismo, pero eso es del todo imposible. Hay dos soñadores con dos sueños. Cada soñador soñará su sueño a su manera. Este es el motivo por el que necesitamos aceptar las diferencias que existen entre dos soñadores; necesitamos respetar el sueño de cada uno.

Es posible mantener miles de relaciones a la vez, pero cada una de esas relaciones es sólo entre dos personas y no más de dos. Yo tengo una relación con cada uno de mis amigos y sólo tiene lugar entre los dos.

Tengo una relación con cada uno de mis hijos y cada relación es completamente distinta de las otras. Según el modo en que sueñen estas dos personas se creará la dirección del sueño que denominamos relación. Cada relación que tenemos -con mamá, papá, los hermanos, las hermanas, los amigos- es única porque soñamos un pequeño sueño juntos. Toda relación se convierte en un ser vivo que ha sido engendrado por dos soñadores.

De la misma manera que tu cuerpo está hecho de células, tus sueños están hechos de emociones. Existen dos cuentes principales para esas emociones: una es el miedo y todas las emociones que surgen de él; la otra es el amor y todas las emociones que emanan de él. Experimentamos ambas emociones, pero, en la gente corriente, la que predomina es la del miedo. Podría decirse que, en este mundo, el tipo normal de relación está compuesto por un 95 por ciento de miedo y un 5 por ciento de amor. Esto cambia según las personas, por supuesto, pero aun cuando el miedo ocupe el 60 por ciento y el amor el 40 por ciento, todavía seguirá basándose en el miedo.

Para comprender mejor estas emociones, describiré determinadas características sobre el amor y sobre el miedo que yo denomino el «camino del amor» y el «camino del miedo». Estos dos caminos son meros puntos de referencia para entender de qué modo vivimos nuestra vida. El propósito de estas divisiones es facilitarle a la mente lógica la comprensión para que, de este modo, intente obtener algún control sobre las elecciones que hacemos. Veamos algunas de las características del amor y del miedo.

En el amor no existen obligaciones. El miedo está lleno de obligaciones. En el camino del miedo, la razón de cualquier cosa que hagamos es que «tenemos» que hacerla y esperamos que otras personas hagan algo porque «tienen» que hacerlo. Tenemos una obligación y tan pronto como «tenemos» que hacer algo, nos resistimos a hacerlo. Cuanta más resistencia opongamos, más sufriremos. Más tarde o más temprano intentamos escaparnos de nuestras obligaciones. Por otra parte, el amor no tiene resistencias. Todo lo que hacemos es porque queremos hacerlo. Se convierte en un placer; es como un juego y nos divertimos con él.

El amor no tiene expectativas. El miedo está lleno de expectativas. Cuando tenemos miedo, hacemos cosas porque suponemos que tenemos que hacerlas y esperamos que los demás hagan lo mismo. Esa es la razón por la que el miedo provoca dolor y el amor no. Esperamos algo, y si no tiene lugar, nos sentimos heridos: no es justo. Culpamos a los demás por no satisfacer nuestras expectativas. Cuando amamos no tenemos expectativas; cuando hacemos algo es porque queremos y si los demás lo hacen o no, es porque quieren o no quieren hacerlo y no nos lo tomamos como algo personal. Cuando no esperamos que suceda nada, y no sucede nada, no nos llama la atención. No nos sentimos heridos porque, suceda lo que suceda, está bien. Esta es la razón por la que, cuando estamos enamorados, las cosas apenas nos duelen; no esperamos nada de nuestro amante y no tenemos obligaciones.

El amor se basa en el respeto. El miedo no respeta nada, ni tan siquiera se respeta a sí mismo. Desde el momento que yo siento lástima por ti, dejo de respetarte, porque creo que no eres capaz de hacer tus propias elecciones. Y cuando empiezo a hacer las elecciones por ti, te pierdo el respeto del todo. Entonces, como no te respeto, intento controlarte. Para poner un ejemplo, podríamos decir que la mayoría de las veces en las que les decimos a nuestros hijos cómo deben vivir su vida, es porque no los respetamos. Sentimos lástima de ellos e intentamos hacer lo que deberían hacer por sí mismos. Por otro lado, cuando yo no me respeto a mí mismo, siento lástima de mí mismo, pienso que no soy lo bastante bueno para desenvolverme en este mundo. Pero ¿cómo puedes saber una cosa así si no te respetas a ti mismo, si no dejas de decirte: «Pobre de mí, no soy lo suficientemente fuerte, no soy lo suficientemente inteligente, no soy lo suficientemente guapo, no puedo hacerlo»? La autocompasión proviene de la falta de respeto.

El amor no tiene piedad; no siente lástima por nadie, pero tiene compasión. El miedo está lleno de pena, siente lástima por todos. Tú sientes lástima por mí cuando no me respetas, cuando piensas que no soy lo bastante fuerte para desenvolverme por mí mismo. Por el contrario, el amor respeta. Te amo, sé que puedes hacerlo. Sé que eres lo suficientemente fuerte, lo suficientemente inteligente, y estás lo suficientemente capacitado para hacer tus propias elecciones. Yo no tengo que hacerlo por ti. Tú puedes conseguirlo. Si te caes, te tenderé la mano, te ayudaré a levantarte. Te diré: «Puedes hacerlo, adelante». Eso es compasión, pero tener compasión no es lo mismo que sentir lástima. La compasión proviene del respeto y del amor; el sentimiento de lástima proviene de la falta de respeto y del miedo.