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– No se de qué estás hablando.

Hulan se arrodilló a sus pies. Se le abrió el kimono, dejando al descubierto la curva de sus senos. El la apartó, se levantó y cruzó la habitación. Dio unas vueltas, voivió a grandes zancadas hasta donde ella se había sentado en el suelo ofreciendo una buena imitación de la perplejidad, la agarró por los brazos y la obligo a ponerse en pie. La toalla le cayó de la cabeza y los cabellos de Hulan se desparramaron en mechones mojados.

– Creías que era tan estúpido que no to descubriría? -dijo él con voz áspera y el rostro a unos centímetros del suyo. Ella meneó la cabeza lentamente.

– Desde que llegue aquí -continuo David-, confié en ti, pero tu no hiciste más que encaminarme en la dirección equivocada una y otra vez. Me guiabas para alejarme de lo importante. Incluso cuando oía cosas, no escuchaba. Recuerdas el día de la Posada de la Tierra Negra? Recuerdas que Nixon Chen y los demás hablaron de ti? Recuerdas que me contaste que te habían puesto el nombre de una revolucionaria modelo, que tu misma fuiste un modelo de guardia rojo, que gracias a tus conexiones compraste tu salida de la comuna y fuiste a América? Era todo eso parte de una compleja trama, como las que hacían los soviéticos en los viejos tiempos, la de enviar a una niña para que se críara en territorio enemigo de modo que cuando creciera se convirtiera en el mejor de los espías, con la mejor tapadera y sin acento?

David la atrajo contra su pecho. Notó el corazón de ella contra el suyo. Bajo la voz a un tono casi sensual.

– ¿Recuerdas como me dejaste, Hulan? ¿Lo recuerdas? ¿Significo algo para ti? -Volvió a apartarla-. Recuerdas como te mostré abiertamente mi corazón en Los Angeles? Creía que dirías algo para explicar tus acciones pasadas. i Pero no! Por que ibas a decirme la verdad? ¿Por qué ibas a contarme nada? Y yo, como un idiota, no quise presionarte.

Hulan empezó a debatirse, pero él siguió aferrándola.

– Así que volvemos a Pekin, a tu ciudad, y todo el tiempo dependo de tí para que me traduzcas lo que se dice. ¿Me has dicho alguna vez la verdad de lo que se hablaba? Ayer mismo, en la cárcel, llamaste a Zai o formaba parte de una nueva representación? Y todas las sugerencias que yo hacia, todas las personas con quienes yo quería hablar. Tu me alejabas en otra dirección. iY tus emociones! -Sintió un escalofrío-. En la parte de atrás de la camioneta, cuando lamentabas la muerte de Peter. ¿Era una actuación como todo lo demás? -Hulan no replicó y David dijo-: De hecho, ahora que lo pienso, ocultaste la verdad desde el día en que nos conocimos. Nunca me has amado. Siempre me has utilizado. Eres tan corrupta, tan sucia, tan repugnante…

El chillido de Hulan le interrumpio. Ella se desasió violentamente y chocó contra la pared. Con las manos aferraba la seda que se deslizaba hacia abajo. Tenía la cabeza gacha y respiraba entrecortadamente. Por fin, alzo los ojos para mirarlo a la cara.

19

Más tarde, Granja de la Tierra Roja

– Quieres saber la verdad? -dijo Hulan-. ¿Por donde empiezo? ¿Por tus preguntas? Si, ese dinero es mío. Si, soy rica. Se supone que debo ser rica. Soy una Princesa Roja. Soy de la clase especial, como Henglai, Bo Yun, Li Nan y el resto de ellos.

– Mientes.

– No, no miento -dijo ella con resignación. Después de tantos años, de tantas preguntas, todo lo que quedaba era la verdad que David había anhelado oír desde el principio-. Como puedo hacértelo comprender? Hablas de aquel día en la Posada de la Tierra Negra. ¿Por qué no escuchaste a Nixon y a los demás? Por qué no prestaste atención a las historias de Peter sobre la auténtica Liu Hulan? Te dijeron tantas cosas de mí que me llevé un susto de muerte. Pero luego vi que no escuchabas, que no querías escuchar. Nunca te conté nada porque la amarga verdad es que tú no querías oír nada. ¿Crees que me odias? Pues escucha esto. -Retorció el kimono de seda con las manos-. Como sabes, me pusieron el nombre de Liu Hulan. ¿Pero como emular a una revolucionaria modelo cuando eres una Princesa Roja, cuando vives en medio de la riqueza y los privilegios, cuando llevas una vida rodeada de amor y de comodidades?

Hulan solto la tela del kimono y señalo el altar de Ano Nuevo y las fotos de sus antepasados.

– Esta casa pertenecía a la familia de mi madre. Eran intérpretes imperiales. Tuve tías bisabuelas que eran cortesanas en la Ciudad Prohibida. Es del dominio público. Pero la mayoría de la gente sabe poco de la familia de mi padre. Lo miran y ven a un hombre dedicado a su trabajo en cuerpo y alma. Durante generaciones, los Liu fueron prósperos terratenientes. Mi bisabuelo fue magistrado aquí, en la capital. Incluso tras la caída de los manchues, la familia Liu, al contrario que la de mi madre, conservo su poder. De hecho, se hicieron aun más ricos.

– iQué me importan! -exclamo él airadamente-. No haces mas que contarme historias para alejarme de la verdad.

– Mi padre -continuó ella, sin dar muestras de haberle oído-, al igual que su padre antes que él, era un estudioso de la historia. Vio el mundo y huyo para unirse a Mao. Cuando las tropas de Mao marcharon sobre Pekín en 1949, mi padre tenía veinticuatro años de edad y era un colaborador de confianza del Líder Supremo. Mis padres fueron recompensados por sus esfuerzos y sus sacrificios. Conoces el dicho, «Todo el mundo trabaja Para que todo el mundo coma» Esa era la esencia del comunismo de Mao, pero desde el principio, algunas personas comieron mejor que otras.

Hulan se remonto a 1966, cuando ella tenía ocho años de edad. Mao y su esposa acababan de dar inicio a la Revolución Cultural para borrar del país las fuerzas burguesas.

– Mi padre me llevo a la plaza de Tiananmen el dieciocho de agosto para que viera la primera formación oficial de los Guardias Rojos. Un millon de jóvenes de Pekín se apiñaban allí vistiendo los viejos uniformes del ejército de sus padres, gritando consignas, cantando, agitando ejemplares del Pequeño libro rojo, y desmayándose cuando Mao apareció sobre las murallas de la Ciudad Prohibida para saludar.

Mao dijo que debíamos desterrar las viejas tradiciones en cuatro terrenos: ideas, cultura, costumbres y hábitos, y fue como si un huracán devastara la ciudad. Todo el país enloqueció. La gente decidió que la luz roja debería significar adelante y la luz verde stop. En todas las esquinas se veían accidentes. Durante siglos, las mujeres chinas se habían enorgullecido de sus largas cabelleras, pero entonces la Guardia Roja pateaba las calles, elegía mujeres al azar y les cortaban el pelo. Decidieron dar nuevo nombre a todo, calles, gentes, escuelas, restaurantes, con hong por aquí y bong por allá, rojo esto y rojo lo otro. Los viejos amigos se convirtieron en Ejército Rojo o Peonía Roja, las calles pasaron a llamarse Camino de la Paz Roja o Carretera Roja. Yo conserve mi nombre, pues era Liu Hulan.

– Quiero que me hables de las libretas de banco -la interrumpió David-. Quiero saber qué relación tienes con el Ave Fénix.

– Cualquier persona que se considerara feudal, vieja o extranjera -prosiguió ella sin hacerle caso- era perseguida. Hicieron desfilar a médicos y artistas por las calles con orejas de burro y letreros en los que se enumeraban sus defectos. Los apalearon, humillaron y arrojaron en prisión. Los directores de las oficinas tuvieron que enfrentarse con reuniones de lucha en las que los obreros los acusaron de ser capitalistas, reaccionarios, espías extranjeros y renegados. Allá donde fueras, había alguien a quien la gente escupiía, mordía, golpeaba, daba lecciones y humillaba, alguien a quien se enviaba a trabajos forzados o a la cárcel por delitos imaginarios. Los maestros eran unos ignorantes. Los estudiantes escribían dazibao, grandes carteles con caracteres en los que se censuraba a los maestros por burgueses, por retrógrados y perros de presa del capitalismo. Pronto ya no quedaron maestros, y al final de la Revolución Cultural, setenta y siete millones de jóvenes habían carecido de una educación.