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Hulan meneó la cabeza.

– ¿Y qué es esa historia de los vaqueros de Montana? -preguntó David, tamborileando sobre el volante con los dedos mientras reflexionaba-. Henglai era un Príncipe Rojo. Ese chaval estaba acostumbrado a la vida nocturna de Pekín, la Rumours Disco, el karaoke, Remy Martin y todo lo demás. ¿Para qué ir a aquel rancho? ¿Para qué aquellas fiestas?

– Fácil. ¿Crees que no hemos oído hablar de los vaqueros y de la fascinación de la vida en el Oeste? Seguramente quería alardear de haber conocido el auténtico Oeste delante de sus amigos de Pekín.

David siguió tamborileando mientras repasaba los hechos una vez más.

– Billy Watson mintió a sus padres. En lugar de estudiar en la universidad, estaba en Montana dando fiestas, mostrando a su amigo la auténtica vida del Oeste. -Hulan asintió y David continuó-: Tenemos a dos chavales ricos de veintipocos años, ¿no? Veo chicas guapas. De hecho, veo montones de chicas del Oeste alimentadas con maíz.

– Billy y Henglai eran hombres jóvenes. Es normal.

– Entonces ¿por qué invitaban siempre a los vaqueros? ¿No hubiera bastado con una fiesta? ¿No hubieran preferido tener a todas esas chicas guapas para ellos solos?

– Dímelo tú. Tú eres el hombre.

– Ese es el problema, Hulan. No puedo explicártelo, porque no consigo quitarme a esos vaqueros de la cabeza. -David lanzó al aire otra posibilidad-. ¿Crees que Billy y Henglai eran homosexuales?

– No; lo hubiera visto en el expediente personal de Henglai. Créeme, mi gobierno no habría pasado por alto una cosa así.

– Pero ¿y si fue así?

– Entonces nos lo habrían dicho Bo Yun o Li Nan, o incluso Nixon Chen.

– De acuerdo -admitió David-, pero sigo sin creer que Billy y Henglai estuvieran interesados en las chicas. Esos dos eran unos mentirosos y eran cómplices. Querían algo de esos vaqueros igual que querían algo del tío de Henglai. La relación, y no me preguntes qué es porque no lo sé, tiene que ser el producto.

– Con suerte la encontraremos mañana en el aeropuerto. -Hulan puso la mano sobre la rodilla de David y la deslizó lentamente hacia su entrepierna-. Vamos, hoy ya no podemos hacer nada más. Volvamos al hotel.

Era la sugerencia más brillante que él hubiera oído jamás.

14

4 de febrero, aeropuerto internacional de Los Ángeles

A la mañana siguiente, una hora antes de la prevista para la llegada del vuelo de la United procedente de Pekín vía Tokio, todo el grupo, menos Noel Gardner, que dirigía la vigilancia de Zhao, se reunió con Melba Mitchell en el mostrador de aduanas de la planta de salida de pasajeros de la Terminal Bradley del aeropuerto internacional de Los Angeles. Melba, una mujer negra de mediana edad, era el enlace de aduanas.

Mientras caminaban por la terminal, Melba les resumió el papel de la aduana en el aeropuerto.

– Nos encargamos de hacer cumplir seiscientas leyes de sesenta organismos gubernamentales diferentes. Eso significa que buscamos de todo: gemas, narcóticos, dinero, pornografía infantil, chips de ordenador. Yo diría que un setenta y cinco, quizá hasta un ochenta y cinco por ciento de la gente que pasa por aquí es honrada. Pero el resto, sea o no a sabiendas, intenta introducir artículos ilegalmente.

Se hallaban en el ascensor de camino a la planta inferior, cuando David preguntó:

– ¿Cómo saben lo que han de buscar? ¿Tienen el perfil del contrabandista típico?

Melga abrió una puerta en la que se leía SEGURIDAD.

– Si lo que quiere saber es si registramos el equipaje de cualquier persona de origen mejicano, la respuesta es no. -Frunció el entrecejo-. No registramos a la gente por motivos étnicos, de sexo o de edad.

– Entonces, ¿qué es lo que buscan?

– Déjeme que se lo muestre -dijo Melba. Se hallaban en la zona de aduanas. La enlace apartó un par de barreras de cinta y el grupo se dirigió a una de las cintas transportadoras donde los viajeros aguardaban para recoger el equipaje de un vuelo procedente de París. Como decía, no tenemos un perfil específico, porque sabemos que intentan pasar desapercibidos entre los demás. De modo que nos fijamos en el lugar de origen. ¿Salió alguien de Bogotá y cambió de avión en Guadalajara? Tenemos en cuenta la época del año, sobre todo en el caso de los narcóticos. Obviamente, estamos más alerta en los períodos posteriores a la época de cosecha de la marihuana y la adormidera del opio. Nos fijamos en las tendencias en otros aeropuertos de todo el mundo. Bolsos. Productos farmacéuticos. Diamantes. Y siempre buscamos productos fabricados en países con embargo comercial. En otras palabras, buscamos cualquier cosa fabricada en Irán, Vietnam, Camboya.

– ¿Se limitan a hacer registros al azar?

– Qué va -dijo Melba Mitchell, echándose a reír. Señaló a un hombre y una mujer que llevaban uniforme y radioteléfonos-. Esos dos inspectores esperan con los pasajeros. Buscan a personas que parezcan nerviosas, que suden demasiado, que acaben de llegar en un avión de Air France como hoy con un juego nuevo de maletas Louis Vuitton, o que lleven ropa inadecuada.

– ¿Como qué?

– Como un abrigo en un vuelo desde cabo San Lucas. -Melba contempló a los pasajeros en silencio durante unos instantes-. También buscamos personas que no parezcan viajeros internacionales. Me refiero a gente pobre. A menudo cogemos a personas que ganan unos doscientos dólares al año y les han pedido que transporten algo a cambio de setecientos. Pero lo que ven ahora es sólo una parte. También tenemos agentes de paisano que aparentan esperar su equipaje. Se mezclan con los demás, observan lo que les rodea y suelen encontrar cosas antes de que el pasajero llegue si quiera a la zona de inspección.

– Les llegan aquí muchos inmigrantes chinos con pasaportes falsos? -preguntó David, cambiando de tema.

– Eso compete al Servicio de Inmigración, pero estamos juntos y buena parte del trabajo se realiza de forma conjunta. -Melba miró con nerviosismo a la delegación china.

– Sabemos que en el aeropuerto Kennedy de Nueva York se detiene a muchos chinos -dijo Hulan para tranquilizar a Melba.

– También aquí arrestamos a algunos hace unos cuantos años. Pero es una tendencia más. Los inmigrantes, mejor dicho, los indeseables que los dirigen, se dieron cuenta de que en Los Angeles no funcionaría. Pero le diré que nos estamos preparando para una llegada masiva a finales de año. Ya sabe, por la gente que querrá salir de Hong Kong.

– ¿Cómo los atraparán? -preguntó Peter con aire sombrío.

– Inmigración dispone de un gran sistema informático -explicó Melba-. Con él llevan el control de nombres, fechas de entradas y salidas, cantidad de dinero con la que viaja la gente y cuánto tiempo permanecerán aquí.

– Tenemos las fechas de entrada y salida de Guang y Cao -dijo Hulan-. ¿Podría comprobar si hay otras personas que sigan el mismo patrón en las mismas fechas?

– Esa información estaría protegida por la ley de libertad de información -dijo Melba.

– Acaso no trabaja usted con el Departamento de Justicia y el FBI? -preguntó David.

– Sí -contestó ella-. Pero…

– Le preocupan nuestros visitantes -constató David-. Déjeme asegurarle que se hallan aquí por un asunto que afecta a nuestros dos países y que son nuestros invitados.

Al ver que la enlace seguía mostrándose reticente, Jack Campbell añadió:

– Yo respondo por ellos, y si no quiere aceptar mi palabra, le daré un par de números a los que puede llamar para confirmarlo.

Melba desechó realizar esas llamadas y los llevó a la zona de inmigración que se hallaba al fondo. Se detuvo ante una de las cabinas en la que un agente del Servicio de Inmigración estaba a punto de tomarse un descanso. Melba explicó la situación e iniciaron la búsqueda inmediatamente. El agente introdujo las fechas en el ordenador y aguardó con los demás a que apareciera la información en la pantalla.