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En la sala había una chica que se encargaba de las botellas. Esperé mi turno en un rincón mirando hacia todos lados tratando de ver a Nina, pero no tuve suerte. Tendí mi vaso a la chica. Los tipos habían puesto la música prácticamente a tope.

– Me pregunto dónde se habrá metido Nina -le dije.

Estaba sirviéndome y me indicó que no oía nada.

– ¡¡NINA!! ¡¡¿¿DÓNDE ESTÁ NINA??!! -vociferé.

La chica me miró hinchando los carrillos, lo que no la favorecía en absoluto. Sacudió la cabeza.

– Bueno, no importa -dije.

Cogí mi copa y llegué hasta la salida. Empecé a registrar a fondo la zona, e incluso regresé a la barraca aquella y subí la escalera. Visité todas las habitaciones, aquellas en las que se jodia y las otras, las que aún estaban libres. No encontré el menor rastro de Nina, así que volví a bajar despacio.

Al pasar, le tendí mi vaso a la chica.

– ¿Qué, la has encontrado? -me preguntó.

– No, imposible.

– Unos cuantos se han ido a sacar fotos -añadió-. Quizás haya ido con ellos…

Me sentí cansado y estiré la mano hacia mi vaso.

– Pues dejo de buscar -dije-. Realmente, soy un tipo con suerte, igual se han ido a hacer un reportaje sobre las puestas de sol en Groenlandia.

– Tal vez, pero de momento han ido a la casa de al lado.

– ¿Sí?

– Sí, la primera, un poco más allá, la que tiene los postigos rojos.

Salí a la carreterea con mi vaso en la mano y empecé a caminar en dirección a la casa aquella. Oía simplemente el sonido de mis pasos sobre el asfalto, y sentía una sensación de espacio infinito y de ligereza despreocupada. La luz era soberbia, sólo un rayo de luna azulado que tocaba algunas cosas casi como desnudándolas. Me quité las gafas. Respiraba despacio porque tenía la impresión de que ese aire me embriagaba. Aquel paseo parecía un sueño, no me habría sorprendido que todo ese asunto explotara, y que el gigantesco decorado se convirtiera en polvo tras un ruido infernal.

Pero el asunto se mantenía firme, y me había puesto en camino para vivir aquel famoso coñazo una vez más. Era una casa de madera con ventanales y zonas de pintura descascarillada, y que de plano tenía los pies en el agua. Una especie de galería de tablas la rodeaba por completo, a unos dos metros del suelo, y el conjunto descansaba sobre cuatro pilares de hormigón. Una especie de casa de locos. Había dos coches aparcados delante de la entrada y podía ver que había luz en el interior, pese a que las cortinas estaban cerradas. Me adelanté hacia la puerta pero en el momento en que iba a llamar cambié de idea y me metí en la galería; no se oía nada excepto el chapoteo de las minúsculas olas que chocaban contra los pilares. Recorrí todo un lado de la casa, pasé delante de los postigos cerrados, y cuando giré al final, en la parte que daba al mar, me encontré cara a cara con Nina; casi choqué con ella.

Estaba apoyada en la balaustrada, ligeramente inclinada sobre el agua. Levantó lentamente la cabeza para mirarme y vi que estaba bastante bebida. Sacudió la cabeza y miró hacia otra parte. Me acodé a su lado, y dejé que corriera un poco de silencio antes de soltar algunas palabras.

– Me ha costado mucho encontrarte -le dije-. No conocía en absoluto este lugar. Las casas no están nada mal…

– Bueno, y ahora, ¿qué quieres? -me preguntó.

Era una buena pregunta, me dije, ¿pero cómo encontrar la respuesta?

– No lo sé. No creía encontrarte en este estado.

– ¿Y qué pasa? No me encuentras en plena forma, ¿verdad? ¿Y has hecho todo el viaje hasta aquí para decirme eso…?

Se irguió y hundió las manos en los bolsillos. La encontraba formidable. Todo lo demás me superaba.

– Ya estoy harta de todo este follón contigo. Sería mejor que te fueras.

– La cosa no es tan fácil.

Me miró fijamente y las aletas de su nariz se estrecharon bajo los efectos de la cólera. Su voz me pareció más grave.

– Tienes razón, no es tan fácil. Pero vas y te presentas sin más, en plena noche, sin avisar… Dios santo, ¿qué te has creído…?

No contesté, pensaba así son las cosas, no se puede hacer más. Retiró las manos de los bolsillos y se cogió de la balaustrada con la mirada en el vacío.

– ¡Sí, mierda, ¿qué te has creído?! -me repitió.

Lo más divertido es que no me salía ni una palabra de la boca. No sé,,pero supongo que la habría dejado hacer si hubiese agarrado cualquier cosa para golpearme. La habría dejado hacer, incluso me habría gustado. Pero no tuve tiempo de pensar en el asunto, porque repentinamente se echó a reír de forma bastante brutal:

– Pero, a ver, ¿estás soñando o qué…? Tendría que estar totalmente loca para volver con un tipo como tú. ¡No hay lugar para mí en tu vida, no hay lugar para nadie, no cabéis más que tú y tus malditos libros!

– No, te equivocas -le dije.

– Tú no necesitas a nadie, ¿aún no te has dado cuenta de que no necesitas a nadie?

– Deja ya de decir tonterías -le dije-. Mírame, ¿tengo aspecto de ser un tipo que no necesita a nadie?

– ¡Sí! ¡Eres el mejor representante de esa especie que he visto en mi vida!

– ¡Santo Dios!, óyeme, ¿te crees que estaría haciendo todo este numerito si no te necesitara?

Creo que, por un segundo, todo el alcohol salió de su cuerpo y me clavó una mirada brillante; a lo mejor había tocado un nervio o alguna cosa sensible. Sentí que algo ocurría.

– ¡Guuaauuuu…! -exclamó-. Parece que has progresado, ¿eh? Normalmente, eso se te habría atravesado en plena garganta. ¿Qué te ha pasado?

– Nada -dije.

En aquel momento tenía los músculos totalmente tetanizados, como si tuviera dentro una sobredosis de cualquier cosa, y no lograba saber si lo que corría por mis venas era hielo o fuego, o un poco de cada. Era a la vez delicioso y atroz. Retiré la mano de la baranda antes de que explotara por la presión de mis dedos.

Vaya, Djian, ibas a lanzarte a fondo. Era la gran zambullida, ¿verdad, colega?, yo tenía muy claro que ibas a echar el resto sobre la mesa. Claro, deseabas a esa chica, ¿no?, te habías envenenado el cerebro con su imagen y ahora te tocaba pagar. No me has hecho caso, Djian, te quedaste delante de ella con los ojos bajos, como un pobre tipo.

– Mierda… ¿Qué demonios te pasa…? ¿Por qué te has presentado así? -preguntó ella.

No me miraba, miraba no sé qué a lo lejos, o tal vez la luna. Me hubiera gustado hacer una foto del conjunto, me hubiera gustado conservar algo de aquel momento y pegármelo en el fondo de la cabeza para no olvidarlo.

– Lo que tú quieres es que nos volvamos locos los dos, ¿verdad? -murmuró.

Iba a seguir más o menos con cosas del mismo estilo pero un tipo se interpuso entre nosotros de forma sobrenatural. Lo reconocí, era Paul Newman, y pasó el brazo por el talle de Nina de forma desenvuelta.

– Te presento a Charles -me anunció ella-. Es fotógrafo. El tipo me guiñó un ojo.

– ’nas noches -dije yo.

Empecé a bajar en vuelo planeado y la cosa no terminaba nunca. Tardé un momento en comprender de dónde podía haber salido aquel chorbo. Además, su parecido con Paul Newman era una putada. Yo siempre había visto a aquel tipo en películas en las que volvía locas a todas las mujeres, y lo mismo pasaba en la sala.

En resumen, que el gilipollas aquel lo estropeó todo en una milésima de segundo, y mientras ellos charlaban, yo me dediqué a descomprimirme con toda la tranquilidad que pude reunir.

– ¿Qué? -preguntó ella-. ¿Ya está?

– Sí, Harold está guardando los aparatos. Vamos a poder respirar un poco.

Puta mierda, pensé, ¿quedaba toda una colonia allí adentro o qué? Eh, Djian, vuelve, pasa de esa pequeña isla desierta y olvidada en los mapas, no sueñes, colega, vas a tener que comportarte como un ser humano. No tienes elección, así que sé buen jugador, y tranquilízate un poco, hombre. Aunque la mano de ese cabronazo vaya más allá de lo que te gustaría en el talle de Nina, dedícale una sonrisa, Djian, hazlo por mí.