Las luces se derramaban sobre los ladrillos del piso como ámbar líquido, los mozos vestidos como marionetas se movían eficientemente, ordenados y limpios, por el salón. Nos sirvieron una tras otra las entradas, sushi de atún, pepino encurtido, camarones secos y sopa de mariscos.
– ¿Sabes que ya no salgo con Dick? -me dijo.
– ¿De veras? -la miré, tenía la cara descompuesta-, ¿por qué? -Realmente no sabía la razón pero no pensaba decir que lo había visto con Zhusha en el Goya. Zhusha era mi prima y Madonna mi amiga, debía tomar ese asunto con mucha objetividad.
– ¿Acaso no lo sabes? Es tu prima, tu prima Zhusha me robó a mi hombre -gimió y se tomó de un trago el sake.
– Bueno, ¿acaso no es posible que Dick hubiera tomado la iniciativa? -dije con frialdad. Para mí Zhusha era una mujer impecable, incapaz de algo así. Por las mañanas, maquillada discretamente, se subía a un autobús con aire acondicionado o al taxi y se iba a la office, al mediodía tomaba su "almuerzo ejecutivo" en una cafetería de estilo occidental o en un restaurante pequeño, a la noche cuando las luces apenas se empezaban a encender, con pasos de gato, salía e iba al almacén Mei-mei de la calle Huaihai e impasiblemente miraba los estantes llenos de las marcas de última moda. Luego en la esquina de la calle Changshu bajaba por las escaleras eléctricas y tomaba el subte, y como muchas otras mujeres Zhusha se arreglaba el maquillaje manteniendo en su rostro una leve expresión de cansancio y satisfacción. Precisamente porque hay muchas mujeres como Zhusha en esta ciudad es que existe una cierta elegancia y un cierto control, en medio de estos tiempos desbordados, ostentosos y excéntricos. Los reclamos confusos de las mujeres que salieron de la pluma de Zhang Ailin, y la elegante melancolía de los escritos de Chen Danyan, se basaban en lo que ocurre aquí. Muchos llaman a Shangai la "ciudad de las mujeres", probablemente comparándola con las ciudades de machos del norte.
– Creí que conocía a Dick, podía adivinar todo lo que pensaba, pero jamás adiviné que se aburriría de mí tan pronto. Soy muy rica pero mi cara es fea ¿verdad? -Sonriendo tocó mi mano y levantó su cara hacia la luz.
Lo que vi fue una cara no muy hermosa pero sí difícil de olvidar, un rostro afilado, cejas oblicuas, piel pálida con poros un poco abiertos, pintura labial cara tan espesa que amenazaba con escurrirse. Había sido bella pero ahora el sauce se había marchitado, las nubes se habían dispersado, los pétalos marchitos se habían caído. Era un rostro por el que habían pasado placeres ácidos, locura, sueños, esas cosas corroen, dejaron huellas sobre la piel suave, endurecieron las facciones, marcas y cansancio que pueden herir pero también ser vulnerables.
Sonrió, sus ojos estaban rojos, húmedos, era como toda la historia de las mujeres, un espécimen que había concentrado las cualidades, los valores y la naturaleza de todas las mujeres.
– ¿De veras te importa tanto Dick? -le pregunté.
– No sé… pero no me siento bien, siento que me usó, que me engañó, estoy enojada, ya no quiero tener otro hombre, quizá ya no haya otro hombre joven interesado en estar conmigo. -Tomó el sake como agua, su cara se encendió como un girasol de Van Gogh bajo el Sol. Me tomó totalmente por sorpresa cuando levantó la mano y estrelló la copa contra el piso, miles de pedazos como de jade blanco se desparramaron en el suelo.
El mozo vino de inmediato.
– Disculpe, fue un accidente -le dije.
– A decir verdad, eres muy afortunada, tienes a Tiantian y también a Mark. ¿Verdad?, súper completa. Cuando se es mujer y se puede tener todo eso, entonces eres feliz. -Seguía sosteniendo mi mano y mi palma de pronto empezó a transpirar frío.
– ¿Qué Mark ni qué? -trataba de mantener la calma. En ese instante un mozo con cara de alumno de secundaria nos miraba a través de sus lentes. Es interesante observar a dos mujeres jóvenes que hablan de su vida privada.
– No quieras disimular, ¿qué puede escapar a mis ojos?, mis ojos son muy agudos, además tengo intuición, tantos años de ser mami en el sur no fueron en vano -rió-. Relájate, no le diré a Tiantian, si le digo lo mato, es muy puro y débil… además tú tampoco haces nada malo, te entiendo. -Me tomé la cabeza con las manos, esa bebida japonesa caliente, aparentemente inofensiva, hacía su efecto, mi cabeza empezó a dar vueltas, sentía que volaba.
– Estoy borracha -dije.
– Vamos a hacernos una limpieza facial, aquí al lado. -Pagó la cuenta, me tomó de la mano, salimos del restaurante y entramos en el salón de belleza por la puerta contigua.
El salón no era grande, en las cuatro paredes colgaban pinturas, algunas originales y otras copias. Se decía que el dueño del salón sabía mucho de arte, frecuentemente entraban hombres al salón, no para ver a las mujeres sino para comprar un cuadro auténtico de Lin Fengmian.
Suave música, suave olor a incienso de frutas, suave la cara de la cosmetóloga.
Madonna y yo nos acostamos en dos camas vecinas, nos taparon los ojos con dos rebanadas de pepino, ya no pudimos ver nada. La mano suave de la mujer resbalaba por mi cara, la música provocaba sueño, Madonna decía que cuando venía a hacerse la cara con frecuencia se quedaba dormida. Ese ambiente creaba una sensación sutil de intimidad y simpatía mutua entre las mujeres. Las suaves caricias de manos femeninas sobre la cara son mucho mejores que las caricias de un hombre. En los salones de belleza se respira un fuerte aire de cultura lesbiana. En alguna cama alguien se estaba tatuando las cejas, podía oír el sonido del metal perforando, se me erizaba la piel. Después me relajé. Me dormí embriagada por los dulces pensamientos de que mi cutis al rato sería como el de Elizabeth Taylor de joven.
El Santana blanco corrió volando como el viento por la autopista en la noche silenciosa. Escuchando la radio, fumábamos en una atmósfera quieta como el agua.
– No quiero ir a mi casa. Es tan grande y silenciosa. Sin un hombre que me acompañe parece una tumba, ¿puedo ir a tu casa? -preguntó.
Asentí con la cabeza.
Estuvo en el baño mucho tiempo. Marqué el teléfono del hotel donde estaba Tiantian. Su voz era soñolienta (siempre se oye así por teléfono). Su respiración familiar llegó a mi oído a través del cable telefónico.
– Estás dormido, te llamo después -le dije.
– Eh, no, no importa, estoy muy relajado, parece que tuve un sueño, soñé contigo, además había cantos de pájaros, se me antoja comer esa sopa rusa que tú haces… ¿Hace frío en Shangai? -Se sonaba la nariz, parecía resfriado.
– No mucho, Madonna se quedará conmigo esta noche, no se siente bien, Dick y Zhusha están saliendo juntos. ¿Cómo están tú y Ovillo?
– Ovillo tiene diarrea, la llevé al veterinario, la inyectaron y le dieron una medicina, yo tengo algo de gripe. Desde que regresé de nadar empecé, pero no importa. Acabo de ver una película de Hitchcock, su estilo me recordó un poco las novelas de artes marciales de Gu Long. Por cierto, quiero contarte algo que vi con mis propios ojos. Justo ayer, mientras estaba sentado en un colectivo, un ladronzuelo de catorce o quince años le arrancó la gargantilla de oro a la señora que estaba a mi lado. Nadie intentó detenerlo, se bajó y corrió sin dejar huella.
– Qué horror, cuídate, te extraño mucho.
– Yo también, es lindo tener a quien extrañar.
– ¿Cuándo regresas?
– Cuando termine de leer estos libros, y de dibujar unos bosquejos. La gente de aquí no es como en Shangai, este lugar es como el sudeste de Asia.
– Está bien, un beso. -Se oyó en el teléfono un largo chasquido de labios, contamos uno, dos, tres y al mismo tiempo colgamos el teléfono.
Madonna me llamó desde el baño:
– Querida, pásame una bata. -Abrí el armario, saqué la bata gruesa de algodón de Tiantian. Ella ya había abierto la puerta y se secaba en la espesa niebla del baño.