VIII La prima divorciada
Viven diecinueve hombres en mi vecindario,
dieciocho de ellos son tontos
y el otro no sirve para nada.
Bessie Smith
Mis padres me llamaron por teléfono, finalmente capitularon ante mí, los padres chinos con mucha facilidad sucumben ante sus hijas. Su voz en el teléfono sonaba tierna pero no perdían el tono autoritario. Me preguntaron cómo estaba, si tenía o no problemas. Cuando supieron que no tenía quién hiciera el trabajo doméstico, mi madre casi se ofreció a venir a ayudar. Le aconsejé: -Cuídense ustedes, salgan a pasear, cuando papá tenga vacaciones vayan a algún lado para disfrutar y descansar.
Tal vez el mejor período de la vida viene después de la madurez, cuando uno puede ver con claridad el camino bajo los pies y entender muchos porqués. Quería que fueran desalmados, para que dejaran de preocuparse por mí. Así podría tener mi propia felicidad.
Mi madre me dio una noticia por teléfono, mi prima Zhusha se acababa de divorciar, se había ido de su casa. Por lo pronto no encontraba algo apropiado, y como mi cama estaba desocupada se fue a vivir a nuestra casa. Encima, en el trabajo tampoco le iba muy bien, por lo que no andaba bien de ánimo. Mi madre me pidió que la acompañara y conversara con ella en caso de tener tiempo.
Me sorprendí un poco:
– ¿Zhusha divorciada?
Zhusha era una mujer de comportamiento serio. Era cuatro años mayor que yo. Cuando se graduó en el departamento de Alemán en el Instituto de Lenguas Extranjeras, se casó con un compañero de estudios. Trabaja en una casa comercial alemana y nunca le había gustado que le dijeran "la bella ejecutiva", esa expresión la irrita. Algunos de sus hábitos, como el no ceder a toda costa, no eran de mi gusto, aunque teníamos temperamentos completamente diferentes, nos teníamos simpatía mutua.
Recuerdo que de niña mis padres siempre me aconsejaban aprender de Zhusha. Ella desde muy pequeña siempre estaba en los primeros lugares, en su brazo portaba una condecoración de tres rayas. Tenía las mejores calificaciones en toda la escuela, cantaba, bailaba, en todo sobresalía. Una foto de ella, con una sonrisa ingenua, hasta la fecha está en exhibición en el aparador del Estudio de Fotografía de Shangai sobre la avenida Nanjing. Muchos conocidos y amigos iban a verla. En aquel tiempo le tenía mucha envidia a mi prima. Una vez en la fiesta del día del niño, un 1° de junio, a escondidas vacié la tinta azul y negra de mis lapiceras sobre su falda blanca de crepé. Cuando salió al escenario del auditorio de la escuela a bailar Cinco ramilletes, se la veía muy ridícula. Al bajar empezó a llorar. Nadie supo que yo había hecho eso. Cuando la vi así, al principio me dio mucha risa pero luego empecé a sentirme mal por ella. En realidad era muy buena conmigo, me enseñaba matemáticas, me daba dulces, me tomaba de la mano al cruzar la calle.
Poco a poco crecimos. Cada vez nos veíamos menos. Me acuerdo que cuando se casó yo aún estaba en la Universidad. Aquel día había mucho sol pero, cuando los novios filmaban el video del recuerdo en un jardín de lilas, de repente se desató una tormenta. Lo que más se grabó en mi memoria fue la imagen de Zhusha empapada, su sonrisa congelada, su pelo negro ondulado empapado, su vestido blanco arruinado por la lluvia, todo parecía tener una belleza indescriptible y frágil.
Su esposo Li Mingwei había sido su compañero de escuela y también presidente de la Asociación Estudiantil del departamento. Era alto, blanco, usaba unos anteojos con montura de plata, trabajó un tiempo como traductor en el consulado alemán. Cuando se casaron ya era redactor de un boletín de información financiera en la Cámara de Comercio Alemana. No era muy comunicativo, pero sí muy educado, en su cara siempre tenía una sonrisa leve y distante. En una época pensaba que los hombres con esa apariencia aunque no servían para amantes convenían para esposos.
Jamás me imaginé que de repente se iban a divorciar, aumentando la ya de por sí en constante alza tasa de divorcio de esta ciudad.
Me comuniqué por teléfono con mi prima Zhusha. La angustia era patente en su voz. El teléfono tampoco ayudaba, se oía como una leve lluvia fría. Le pregunté dónde estaba, me dijo que se dirigía en taxi hacia el Castillo de Vanesa, un spa para mujeres muy apreciado entre las ejecutivas.
– ¿Vienes? -me preguntó-, podemos hacer ejercicio juntas.
Pensé un poco.
– No, no haré ejercicio pero sí iré a conversar contigo.
Atravesé un pasillo, en una habitación había un grupo de mujeres de edad vestidas con trajes apretados, en un grupo de ballet amateur, bailando El lago de los cisnes, bajo las indicaciones de un instructor ruso. En otra habitación, entre un montón de aparatos, vi a mi prima corriendo, empapada en sudor.
Tenía buen cuerpo, aunque se veía un poco más delgada.
– ¡Ey! -me saludó con la mano.
– ¿A diario vienes aquí? -pregunté.
– Sí, y más últimamente -me respondió mientras seguía corriendo.
– Ten cuidado, si exageras te vas a poner muy dura y eso es peor que el divorcio -le dije en broma.
No respondió, continuó corriendo, la cara llena de sudor.
– Para y descansa, deja de dar vueltas, ya me mareaste -le dije.
Me dio una botella de agua y abrió otra para ella. Nos sentamos en las escaleras del costado. Me miró detenidamente:
– Estás cada día más bonita. Las niñas feas cuando crecen son mujeres bonitas -intentó bromear.
– Las mujeres son más bellas cuando son amadas -dije-. ¿Qué pasó contigo y Li Mingwei? Oí que te estaba maltratando.
Permaneció en silencio, como si no quisiera hablar del pasado. Luego despacio y con pocas palabras me explicó la situación. Después de casados su vida era tranquila y muy bella. Se movían entre parejas de su nivel, con frecuencia organizaban fiestas de salón, reuniones, viajes, vacaciones, charlas, banquetes, idas al teatro, todos se complementaban mutuamente. A los dos les gustaban deportes como el tenis y la natación. Apreciaban la misma música, los mismos libros. Esa forma de vida sin viento ni olas, tiene limitaciones pero no es aburrida, sin problemas de dinero aunque no tenían tanto como para espantar, la vida de los yuppies aunque no es muy excitante sí es tranquila y tiene cierta elegancia.
Bajo esa apariencia de vida cómoda y tersa había un sufrimiento mudo. Ellos casi no tenían vida sexual, porque durante la noche de bodas ella estuvo chillando de dolor. No tenían experiencia previa, eran el primer y el último amor el uno para el otro. Por eso su matrimonio tenía un inevitable sabor insípido.
No prestaban mucha atención al sexo, hasta dormían en habitaciones separadas. Cada mañana el esposo tocaba la puerta de ella con el desayuno preparado en las manos. Él la besaba, la llamaba "princesa". Cada vez que ella tosía él le preparaba jarabe, cada vez que le llegaban los dolores de la menstruación, él transpiraba nervioso, la acompañaba a ver al médico de medicina tradicional, cuando ella vestía falda negra de Chanel, él se ponía traje de Gucci, cuando ella hablaba él escuchaba. En una palabra, eran una pareja ejemplar de yuppies contemporáneos sin sexo.
Un día se exhibió la película Titanic, que en ese momento causaba furor, y ellos, tomados de la mano, fueron a verla. Quién sabe qué fue lo que sacudió a Zhusha, tal vez fue la elección final de la protagonista quien dejó a su estable, guapo y aburrido prometido por un hombre impetuoso, un amor inolvidable. Gastó una caja de pañuelos para secarse las lágrimas y de pronto descubrió que jamás había amado. Una mujer que se acerca a los treinta sin haber amado es una tristeza.
Esa noche el marido quería quedarse en su cuarto, le preguntó si quería tener un hijo, ella negaba con la cabeza. Estaba muy confundida, poco a poco tenía que poner orden en sus pensamientos. En un matrimonio sin amor traer un hijo es terrible. El marido se enojó, ella también se enojó, dijo que no quería hijos y punto.