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Habían atravesado el establecimiento. Baldini abrió la trastienda, que daba al río y servía a la vez de almacén, taller y laboratorio, donde se cocían los jabones, removían las pomadas y mezclaban las aguas aromáticas en panzudos recipientes.

– Ahí -dijo, indicando una gran mesa colocada ante la ventana-. ¡Déjalas ahí!

Grenouille salió de la sombra de Baldini, dejó el cuero sobre la mesa y retrocedió de un salto para situarse entre Baldini y la puerta. El perfumista se quedó quieto un momento, con la vela un poco apartada para que no cayeran gotas de cera sobre la mesa y acarició con las yemas de los dedos la lisa superficie del cuero. Luego dio la vuelta a la piel de encima y pasó los dedos por el dorso aterciopelado y tosco a la vez. Era un cuero muy bueno, como hecho ex profeso para la piel española. Se encogería apenas después del secado y, bien tratado con la plegadera, volvería a ser flexible, se notaba en seguida al apretarlo entre el índice y el pulgar; retendría el perfume durante cinco o diez años; era un cuero muy, muy bueno, quizá incluso podría hacer guantes con él, tres pares para sí mismo y tres para su mujer, que usarían durante el viaje a Mesina.

Retiró la mano. Emocionaba ver la mesa de trabajo con todos los utensilios a punto: el barreño de cristal para el baño oloroso, la placa de cristal para el secado, los rascadores para la impregnación de la tintura, el pistilo y la espátula, el pincel, la plegadora y las tijeras. Daba la sensación de que todas estas cosas dormían porque era de noche y mañana volverían a cobrar vida. ¿Y si se llevara la mesa consigo a Mesina? ¿Y tal vez una parte de sus utensilios, sólo las piezas más importantes…? Era una mesa muy buena para trabajar; estaba hecha con tablones de roble, al igual que el caballete y, como los refuerzos se habían puesto de través, nunca temblaba ni se tambaleaba, aparte de que era resistente al ácido y los aceites e incluso a los cortes de cuchillo. Pero costaría una fortuna mandarla a Mesina, ¡aunque fuera en barco! Lo mejor era venderla, venderla mañana mismo junto con todo lo que tenía encima, debajo y alrededor. Porque él, Baldini, poseía sin duda un corazón sentimental, pero también un carácter fuerte y llevaría a cabo su decisión por mucho que le costara; se desprendería de todo con lágrimas en los ojos, pero lo haría porque estaba convencido de que así tenía que ser; al fin y al cabo, había recibido una señal.

Se volvió para irse y casi tropezó con el hombrecito contrahecho que seguía ante la puerta y al cual ya había olvidado.

– Es bueno -dijo Baldini-. Di al maestro que el cuero es bueno. Dentro de unos días pasaré para pagárselo.

– Está bien -contestó Grenouille sin moverse del sitio, cerrando el paso a Baldini, que se disponía a abandonar el taller. Baldini titubeó un poco, pero en su ignorancia no atribuyó la conducta del muchacho al descaro, sino a la timidez.

– ¿Qué quieres? -preguntó-. -Has de hacerme algún encargo? ¡Habla!

Grenouille continuó encorvado, mirando a Baldini con ojos que parecían llenos de miedo pero que en realidad brillaban por la tensión de una rara vigilancia.

– Quiero trabajar con vos, "maitre" Baldini. Quiero trabajar en vuestro negocio.

No lo dijo en tono de ruego, sino de exigencia, y tampoco con voz normal, sino como disparado a presión, con un sonido sibilante. Y Baldini confundió de nuevo la inquietante seguridad de Grenouille con una timidez juvenil. Le sonrió amistosamente.

– Eres aprendiz de curtidor, hijo mío; no tengo trabajo para ti. Ya dispongo de un ayudante y no necesito ningún aprendiz.

– ¿Queréis que huelan estos cueros de cabra, "maitre" Baldini? Estos cueros que os he traído… ¿Queréis que huelan? -silabeó Grenouille como si no hubiese oído la respuesta de Baldini.

– Pues claro -respondió éste.

– ¿Al "Amor y Psique" de Pèlissier? -inquirió Grenouille, encorvándose todavía más.

Un pequeño estremecimiento de susto recorrió el cuerpo de Baldini. No porque se preguntara la razón de que el muchacho conociera aquel detalle, sino por la simple mención del nombre de aquel aborrecido perfume cuya composición no había sabido descifrar.

– ¿Cómo se te ocurre la absurda idea de que yo utilizaría un perfume ajeno para…?

– ¡Vos oléis a él! -silabeó Grenouille-. Lo lleváis en la frente y en un pañuelo empapado que guardáis en el bolsillo derecho de la levita. Este "Amor y Psique" no es bueno, es malo, contiene demasiada bergamota y demasiado romero y le falta esencia de rosas.

– Vaya -dijo Baldini, totalmente sorprendido por el giro y los detalles de la conversación-. ¿Y qué más?

– Azahar, lima, clavel, almizcle, jazmín, alcohol y otra cosa cuyo nombre no conozco, mirad, ¡ahí está, en esa botella! -Y señaló con el dedo hacia la oscuridad. Baldini dirigió el candelero hacia el lugar indicado, siguió con la mirada el índice del muchacho y se fijó en una botella de la estantería que estaba llena de un bálsamo gris amarillento.

– ¿Estoraque? -preguntó.

Grenouille asintió con la cabeza.

– Sí, eso es lo que contiene. -Y se encogió como si sufriera un calambre y murmuró por lo menos doce veces la palabra "estoraque": "Estoraque storaquestoraquestoraque…"

Baldini sostuvo el candelero ante el hombrecillo que graznaba "estoraque" y pensó: o está poseído o es un estafador o ha recibido la gracia del talento. Porque las sustancias mencionadas podían componer el perfume "Amor y Psique" en las proporciones debidas; era incluso muy probable que así fuera. Esencia de rosas, clavel yestoraque… aquella misma tarde había buscado como loco estos tres componentes, junto a los cuales las otras partes de la composición -que también creía haber reconocido- eran los fragmentos que redondeaban el todo. Ahora sólo quedaba la cuestión de averiguar la proporción exacta en que debían mezclarse. A fin de resolverlo él, Baldini, tendría que hacer experimentos durante días y días, un trabajo agotador, casi peor que la simple identificación de las partes, porque ahora se trataba de medir, pesar, anotar y ceñirse a estos cálculos sin la menor desviación, ya que un descuido ínfimo -un temblor de la pipeta, un error en la cuenta de las gotas- podía estropearlo todo. Y cada intento fallido era terriblemente caro, cada mezcla inservible costaba una pequeña fortuna…

Quería poner a prueba al hombrecillo, quería preguntarle la fórmula exacta de "Amor y Psique". Si la conocía con exactitud, en gramos y gotas, significaría que era sin lugar a dudas un estafador que se había apoderado de algún modo de la receta de Pèlissier con objeto de conseguir la entrada y una colocación en casa de Baldini. Si, en cambio, la adivinaba de forma aproximada, se trataría de un genio del olfato y como tal despertaría el interés profesional de Baldini. ¡No era que Baldini se retractara de su decisión de cesar en el negocio! El perfume de Pèlissier no le interesaba como tal; aunque el muchacho se lo mezclara a litros, Baldini no pensaba ni en sueños perfumar con él la piel española del conde Verhamont, pero… pero uno no era perfumista durante toda la vida, ¡uno no se pasaba la vida entera mezclando fragancias para perder en una hora toda su pasión profesional! Ahora le interesaba conocer la fórmula de este condenado perfume y, más aún, poner a prueba el talento de este misterioso muchacho que le había olido un perfume en la frente. Quería saber qué se ocultaba detrás de aquello. Sentía simplemente curiosidad.

– Por lo visto tienes una nariz muy fina, muchacho -dijo cuando Grenouille hubo terminado sus graznidos, volviendo hacia la mesa y dejando sobre ella el candelero con movimientos pausados-, muy fina, no cabe duda, pero…

– Tengo la mejor nariz de París, "maitre" Baldini -interrumpió Grenouille con voz gangosa-. Conozco todos los olores del mundo, todos los de París, aunque no sé los nombres de muchos; pero puedo aprenderlos. Todos los olores que tienen nombre no son muchos, sólo algunos miles y yo los aprenderé. Jamás olvidaré el nombre de este bálsamo, estoraque, el bálsamo se llama estoraque, se llama estoraque…