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– ¿A que es una monada? -me susurró la abuela en la cocina-. Igualito que el muñeco de las pastas Pillsbury.

Después de la cena le pedí a mi padre que me llevara a casa.

– ¿Qué piensas del clown ese? -me preguntó por el camino-. Parece que le gusta mucho Valerie. ¿Crees que hay alguna posibilidad de que haya algo?

– No se ha levantado y se ha ido cuando la abuela le ha preguntado si era virgen. Eso me parece una buena señal.

– Sí, lo ha aguantado. Debe de estar completamente desesperado si está dispuesto a entrar en una familia como la nuestra. ¿Alguien le ha dicho que la niña caballo es de Valerie?

Me imaginé que no habría problemas con Mary Alice. Kloughn, probablemente, se entendería con una niña que fuera diferente. Lo que a lo mejor no entendería serían las zapatillas de peluche rosa de Valerie. Tendríamos que ocuparnos de que no las viera nunca.

Cuando mi padre me dejó en casa eran casi las nueve. El aparcamiento estaba lleno y en las ventanas de las casas se veían las luces encendidas. Los mayores ya se habían encerrado para pasar la noche, víctimas de la mala visión nocturna y de la adicción a la televisión. A las nueve en punto estaban felizmente acampados y automedicados con largos vasos de licor y Diagnóstico: asesinato. A las diez se tragaban una pastillita blanca y se zambullían en horas de apnea del sueño.

Me acerqué a la puerta de mi apartamento y reconocí que había rechazado el sistema de seguridad de Ranger con demasiada ligereza. Habría estado bien saber si me esperaba alguien dentro. Llevaba la pistola guardada en la cintura de los vaqueros. Y tenía un plan trazado en mi cabeza. El plan era abrir la puerta, sacar la pistola, encender todas las luces de la casa y hacer otra bochornosa imitación de los polis de la tele.

La cocina era fácil de inspeccionar. No había nada. Lo siguiente eran el salón y el comedor. También eran fáciles. El cuarto de baño era más peliagudo. Tenía que vérmelas con la cortina de la ducha. Tenía que acordarme de no cerrarla. Descorrí la cortina y solté un suspiro de alivio. No había ningún muerto en la bañera.

A primera vista, el dormitorio parecía en orden. Desgraciadamente, sabía por experiencias anteriores que el dormitorio estaba lleno de escondrijos para todo tipo de cosas desagradables, como serpientes. Miré debajo de la cama y en todos los cajones. Abrí el armario y solté otro suspiro. No había nadie. Había recorrido todo el apartamento y no había encontrado ni muertos ni vivos. Podía encerrarme con total seguridad.

Estaba saliendo del dormitorio cuando caí en la cuenta. El recuerdo visual de algo extraño. Algo fuera de lugar. Regresé al armario y abrí la puerta. Y allí estaba, colgado con el resto de mi ropa, entre la chaqueta de ante y una camisa vaquera. El disfraz de conejo.

Me puse unos guantes de goma, saqué el traje de conejo del armario y lo dejé en el ascensor. No quería que mi apartamento volviera a ser objeto de otra investigación policial a gran escala. Utilicé el teléfono público del vestíbulo para hacer una llamada anónima a la policía, contando lo del disfraz de conejo en el ascensor. A continuación regresé a mi apartamento y metí Los cazafantasmas en el reproductor de DVD. A media película me llamó Morelli.

– No sabrás nada del disfraz de conejo que hay en el ascensor de tu casa, ¿verdad?

– ¿Quién, yo?

– Extraoficialmente, sólo por curiosidad morbosa, ¿dónde lo has encontrado?

– Estaba colgado en mi armario.

– Dios.

– ¿Tú crees que eso significa que el conejo ya no lo necesita? -pregunté.

Llamé a Ranger a primera hora de la mañana.

– Quiero hablarte del sistema de seguridad -dije.

– ¿Sigues teniendo visitas?

– Anoche encontré un disfraz de conejo en mi armario.

– ¿Con alguien dentro?

– No. Sólo el traje.

– Te mando a Héctor.

– Héctor me aterroriza.

– Sí, a mí también -dijo Ranger-. Pero no ha matado a nadie desde hace más de un año. Y es gay. Seguro que estarás a salvo.

15

Qué Vida Ésta pic_16.jpg

LA SIGUIENTE LLAMADA era de Morelli.

– Acabo de llegar al trabajo y me he enterado de una cosa muy interesante -dijo-. ¿Conoces a Leo Klug?

– No.

– Es carnicero, trabaja en la tienda de Sal Carto. Tu madre seguramente compra las salchichas allí. Leo es como de mi altura pero más corpulento. Tiene una cicatriz que le recorre la cara. Pelo oscuro.

– Vale. Ya sé quién es. Hace un par de semanas estuve allí comprando salchichas y me atendió él.

– Aquí es bien sabido que Klug hace algunos trabajos de carnicería extras.

– No estás hablando de vacas.

– Las vacas son el trabajo fijo -dijo Morelli.

– Tengo la sensación de que no me va a gustar el rumbo que está tomando esta conversación.

– Últimamente, a Klug se le ha visto con un par de tíos que trabajan para Abruzzi. Y esta mañana, Klug ha aparecido muerto, víctima de un accidente de coche.

– Ay, Dios mío.

– Lo encontraron en una cuneta, a media manzana de la carnicería.

– ¿Se sabe quién le atropello?

– No, pero hay muchas posibilidades de que fuera un conductor borracho.

Pensamos en ello durante un instante.

– Lo mejor sería que tu madre llevara el LeSabre a un túnel de lavado -sugirió Morelli.

– Hostias. Mi madre ha matado a Leo Klug.

– Eso no lo he oído -dijo Morelli.

Colgué el teléfono y preparé café. Me hice un huevo revuelto y metí una rebanada de pan en la tostadora. Stephanie Plum, diosa del hogar. Salí sigilosamente del apartamento, le birlé el periódico al señor Wolesky y lo leí mientras desayunaba.

Lo estaba devolviendo a su sitio cuando Ranger y Héctor salieron del ascensor.

– Ya sé dónde están -dijo Ranger-. Acabo de recibir una llamada. Vámonos.

Dirigí la mirada a Héctor.

– No te preocupes por Héctor -dijo Ranger.

Agarré el bolso y la chaqueta y apreté el paso para alcanzar a Ranger. Otra vez llevaba el todoterreno de los faros especiales. Me encaramé al asiento y me puse el cinturón de seguridad.

– ¿Dónde está?

– En el aeropuerto de Newark. Jeanne Ellen volvía con su fugitivo y vio a Dotty, a Evelyn y a los niños en la sala de espera de la puerta de embarque contigua. Hice que Tank comprobara qué vuelo era. Tenía que salir a las diez, pero lo han retrasado una hora. Tenemos que llegar a tiempo.

– ¿Adonde iban?

– A Miami.

Había mucho tráfico en la zona de Trenton. Durante un rato se fue aligerando, pero volvió a complicarse en la autopista. Afortunadamente, mantenía un flujo constante. El típico tráfico de Jersey. De ese que te hace subir la adrenalina. Parachoques contra parachoques a ciento veinte kilómetros por hora.

Miré el reloj cuando tomamos la desviación del aeropuerto. Eran casi las diez. Unos minutos después, Ranger entraba en la terminal de salidas y se detenía junto a la acera.

– Vamos muy ajustados de tiempo -dijo-. Adelántate tú mientras aparco. Si llevas un arma, tendrás que dejarla en el coche.

Le entregué la pistola y salí corriendo. Revisé el panel de salidas en cuanto entré en la terminal. El vuelo no se había vuelto a retrasar. Y seguía en la misma puerta de embarque. Me chasqueé los nudillos mientras esperaba en la cola del control de seguridad. Estaba a un paso de Evelyn y Annie. Si las perdía aquí sería una faena enorme.

Pasé el control de seguridad y seguí los indicadores hasta la puerta de embarque. Mientras recorría los pasillos iba mirando a todo el mundo. Miré al frente y vi a Evelyn y a Dotty con los niños, dos puertas más allá. Estaban sentados, esperando. No había en ellos nada de raro. Dos madres con sus hijos, de viaje a Florida.

Me acerqué a ellas sigilosamente y me senté en un asiento vacío junto a Evelyn.