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La pregunta no esperaba contestación; Hester no le indicó al médico que podía hablar, simplemente hizo una inspiración moderada y continuó:

– Ahora consideremos las cualidades del ser al que, de forma algo fantasiosa, nos referimos como la niña en la neblina. Esa niña escucha las historias, es capaz de comprender y emocionarse con un lenguaje que no es el de las gemelas. Eso sugiere una voluntad de relacionarse con otras personas. Pero de las dos gemelas, ¿a quién le ha sido asignada la tarea de relacionarse con la gente? ¡A Emmeline! De modo que Adeline ha de reprimir esa parte de su personalidad.

Hester se volvió hacia el médico y le brindó esa mirada que significaba que le cedía el turno de palabra.

– Es una idea curiosa -respondió él con cautela-. Yo habría imaginado lo contrario, ¿no le parece? Que por el hecho de ser gemelas cabría esperar que tuvieran más similitudes que diferencias.

– Pero hemos observado que no es así -se apresuró a replicar Hester.

– Hummm.

Hester le dejó rumiar. El médico contemplaba la pared desnuda, absorto en sus pensamientos, al tiempo que ella le lanzaba miradas nerviosas, tratando de leer en su rostro la acogida que estaba teniendo su teoría. Finalmente, estuvo listo para hacer su dictamen.

– Aunque su idea resulta interesante -esbozó una sonrisa afable para suavizar el efecto de sus desalentadoras palabras-, no recuerdo haber leído nada sobre esa división de la personalidad entre gemelos en ninguno de los especialistas en la materia.

Hester pasó por alto la sonrisa y le miró manteniendo la compostura.

– Los especialistas no lo consideran así, eso es cierto. De estar en algún lugar, estaría en Lawson, y no es el caso.

– ¿Ha leído a Lawson?

– Naturalmente. Ni por un momento se me ocurriría exponer una opinión sobre un tema, el que fuera, sin estar primero segura de mis fuentes.

– Oh.

– Existe una referencia a unos niños gemelos peruanos en Harwood que sugiere algo similar, si bien el autor se queda corto en cuanto a las conclusiones que podrían extraerse.

– Recuerdo ese caso… -El médico dio un ligero respingo-. ¡Oh, ya veo la relación! Me pregunto si el estudio de Brasenby guarda alguna relación con este caso.

– No he podido obtener el estudio completo. ¿Cree que podría prestármelo?

Y así empezó todo.

Impresionado por la agudeza de las observaciones de Hester, el médico le prestó el estudio de Brasenby. Cuando ella se lo devolvió, llevaba adjunta una hoja con anotaciones y preguntas expuestas de manera sucinta. Mientras tanto, él había obtenido otros libros y artículos para completar su biblioteca sobre gemelos, trabajos de reciente publicación, ejemplares de investigaciones en curso de diferentes especialistas y ediciones extranjeras. Transcurrida una o dos semanas cayó en la cuenta de que podía ahorrarse mucho tiempo si primero le pasaba los trabajos a Hester y luego leía los concisos e inteligentes resúmenes que ella elaboraba. Cuando entre los dos hubieron leído cuanto era posible leer, regresaron a sus observaciones personales. Ambos habían recopilado notas, él médicas, ella psicológicas; había abundantes anotaciones con la letra de él en los márgenes del manuscrito de ella; ella, por su parte, había hecho aún más anotaciones en el manuscrito de él e incluso adjuntado sus convincentes ensayos en hojas aparte.

Leían, pensaban, escribían, se reunían, discutían. Así continuaron hasta que supieron todo lo que había que saber sobre gemelos, pero todavía había algo que desconocían, y ese algo era, en realidad, lo único que importaba.

– Todo este trabajo -dijo el médico una noche en la biblioteca-, todas estas hojas, y seguimos como al principio. -Se mesó el pelo con gesto nervioso. Le había dicho a su esposa que estaría de regreso a las siete y media e iba a llegar tarde-. ¿Es por Emmeline que Adeline contiene a la niña en la neblina? Creo que la respuesta a esa pregunta se halla fuera de los límites del conocimiento actual. -Suspiró y arrojó el lápiz sobre la mesa, entre irritado y resignado.

– Tiene razón. Así es. -Era comprensible que Hester pareciera molesta, pues él había tardado cuatro semanas en llegar a una conclusión que ella podría haberle brindado desde el principio solo con que él hubiera estado dispuesto a escucharla.

El médico se volvió hacia ella.

– Solo hay una forma de averiguarlo -prosiguió Hester con calma.

Él enarcó una ceja.

– Mi experiencia y mis observaciones me han llevado a creer que aquí existen posibilidades de realizar un proyecto de investigación pionero. Lógicamente, siendo una mera institutriz yo tendría dificultades para convencer a la revista adecuada de que publicara cualquier trabajo que pudiera ofrecerle. Echarían un vistazo a mi currículo y me tomarían por una estúpida con ideas que no son de mi competencia. -Se encogió de hombros y bajó la mirada-. Quizá tengan razón y así sea. Sin embargo -astutamente volvió a levantar la vista-, para un hombre con la formación y los conocimientos adecuados, estoy segura de que aquí hay un proyecto jugoso.

La primera reacción del médico fue de pasmo, pero después se le empañaron los ojos. ¡Una investigación pionera! La idea no era tan descabellada. Entonces pensó que después de todo lo que había leído en los últimos meses, ¡por fuerza tenía que ser el médico mejor informado del país sobre el tema de los gemelos! ¿Quién más sabía lo que él sabía? Y más importante aún, ¿quién más tenía el caso idóneo ante sus propias narices? ¿Una investigación pionera? ¿Por qué no?

Hester le permitió recrearse unos minutos más y cuando vio que su insinuación había calado hondo murmuró:

– Por supuesto, si necesitara una ayudante sería un placer para mí colaborar con usted en lo que precisara.

– Es usted muy amable -asintió él-. Naturalmente, usted ha trabajado con las niñas… Tiene experiencia de primera mano… Una experiencia inestimable… Ciertamente inestimable.

El doctor Maudsley se marchó de Angelfield y llegó flotando en una nube hasta su casa, donde no reparó en que la cena estaba fría y su esposa de mal humor.

Hester recogió los papeles de la mesa y salió de la biblioteca; su satisfacción podía oírse en sus pasos enérgicos y la firmeza con que cerró la puerta tras de sí.

La biblioteca parecía vacía, pero no era así.

Tendida cuan larga era en lo alto de las librerías, una muchacha se estaba mordiendo las uñas y pensando.

Investigación pionera.

«¿Es por Emmeline que Adeline contiene a la niña en la neblina?»

No hacía falta ser un genio para imaginar lo que estaba a punto de ocurrir.

Actuaron de noche.

Emmeline no se revolvió en ningún momento cuando la levantaron de la cama. Debía de sentirse segura en los brazos de Hester; quizá le tranquilizó reconocer, dormida, el olor a jabón mientras se la llevaban del cuarto por el pasillo. Fuera cual fuese el motivo, esa noche no se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Su despertar a la realidad se produciría muchas horas después.

Para Adeline fue diferente. Rápida y perspicaz, despertó de inmediato al sentir la ausencia de su hermana. Corrió como una flecha hasta la puerta, pero la rauda mano de Hester ya había girado la llave. En un instante lo supo todo, lo sintió todo. Separación. No gritó, no aporreó la puerta con los puños, no arañó la cerradura con las uñas. Su espíritu combativo la había abandonado por completo. Se derrumbó en el suelo, cayó echa un ovillo contra la puerta y allí permaneció toda la noche. Las tablas desnudas mordían sus prominentes huesos, pero no sentía el dolor. La chimenea estaba apagada y el camisón era fino, pero no sentía el frío. No sentía nada. Estaba destrozada.

Cuando a la mañana siguiente fueron a por ella, no oyó la llave en la cerradura, no reaccionó cuando la puerta la arrastró al abrirse. Tenía la mirada inerte, la piel pálida. Qué fría estaba. Podría haber sido un cadáver de no ser por los labios, que temblaban incesantemente, repitiendo un mantra silencioso que podría haber sido «Emmeline, Emmeline, Emmeline».