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– Que yo supiera sólo eras adicto al alcohol y al hachís…

– Y a la cola de impacto… No me toques los cojones, Sebastián: ¿no te tomarías un café?, pues esto se parece mucho a la cafeína. Aspira un poco de polvo y será como si te bebieras un cuarto de litro de expreso, te sentará bien.

– Gracias, pero no necesito que ningún politoxicómano me dé lecciones de farmacología.

– Es verdad, lo que necesitas con urgencia son lecciones de urbanidad. Primera: hay que mostrarse amable con quien te acaba de recomponer la tocha.

– Te equivocas, la Primera dice que hay que dejarse romper la tocha para proteger al imbécil de tu hermano menor. ¿No se te ocurre por qué me han dejado la cara así?

– Déjame pensar, ¿tiene que ver con tus modales de pijo sabelotodo?

– Tiene que ver contigo, mamarracho. Me dejo medio matar por no dar tu nombre y luego tú solito te metes en la boca del lobo.

– Oye, come-mierda, el que se ha metido en la boca del lobo has sido tú, yo estaba poli-intoxicándome tan ricamente cuando me metiste en este fregao: a mí y a toda la familia.

– Ya te dije que te olvidaras de la casa de Guillamet, ¿te lo dije o no te lo dije?

Estábamos realmente gritándonos en voz baja. Sin embargo, su mención a la casa de marras consiguió que me olvidara por un momento de la pelotera:

– ¿Estamos en la casa de Guillamet?

– Tú sabrás…, ¿por dónde has entrado?

– No sé, estaba inconsciente.

– Valiente rescate…

– Oye, don Virtudes, ¿quieres que hagamos algo por escapar juntos o prefieres que te vuelva a atar a la silla y me busque la vida yo solo? Te advierto que hoy eres tú el que huele peor que yo, así que no apetece nada discutir contigo.

Hizo un silencio. Realmente olía bastante mal, a una mezcla de sudor y orina. Además de sangre, varios cercos amarillentos manchaban sus calzoncillos Kalvin Klein originalmente blancos: debían haberlo tenido allí sentado durante días. Cualquiera se hubiera derrumbado por el miedo y la humillación acumulada, pero The First es mucho The First, hay que reconocer que tiene un par de huevos, meaos pero un par. Asintió a mi ultimátum con un punto de cansancio. Yo relajé la cara de Baloo enfurecido y le pasé la papelina y el billete. No discutió más y se metió un tirito por cada agujero del narizo. Yo diría que tenía práctica.

– Ayúdame a levantarme, quiero beber más agua.

Le ofrecí apoyo y se puso en pie. Excepto por un golpe amoratado en la espinilla tenía las piernas en bastante buen estado, aunque un poco débiles por la inmovilidad. Lo peor era el dolor en el costado, pero los últimos pasos hacia la pila del agua los dio él solo. Le dije que de momento no se lavara, que convenía que mantuviera aproximadamente el mismo aspecto, y contestó que no pensaba hacerlo. Traté entonces de ganar tiempo hablándole mientras él sorbía agua del chorrito de la manguera:

– Oye, ¿dices que vienen de vez en cuando a zurrarte?

Movió la cabeza afirmativamente.

– ¿Cuántos?

Levantó dos dedos.

– ¿Armados?

Otra vez asentimiento y gesto de pistola con los dedos.

– Bueno, en la salida de arriba hay un solo guardia, pero tiene treinta metros de pasillo a la vista para darse cuenta de que vamos a por él. Sería mejor intentar sorprender a los dos que entran en tu celda -dije «tu celda»-. Les soltamos un par de guantazos, les quitamos las pistolas y subimos a por el de arriba bien pertrechados. ¿Sabes usar una pistola como Dios manda?

Hizo gesto de que sí. Me pregunté dónde podía haber adquirido semejante habilidad y enseguida recordé que había sido Estupendo Alférez en las COE, casi me pareció volver a verlo con su uniforme hecho a medida y su estrella de seis puntas cosida a la boina negra (nada que ver con el Che).

Terminó de beber:

– ¿Y tú?, ¿sabes usar una pistola?

– No, pero he visto muchas películas.

– Oye, ¿cómo has llegado hasta aquí sin que te vieran? ¿No podríamos salir haciendo el camino inverso?

– He bajado ocho pisos por el desagüe de un respiradero de lavabos -me pareció oportuna la pequeña exageración-. Para hacer el camino inverso tendríamos que subir el primer tramo de escaleras y es fácil que el guardia nos viera. Además tú no estás para trepar por tuberías, y creo que yo tampoco. Veo más fácil quedarnos emboscados y prepararles una fiesta a las visitas. Hasta puede que eso nos proporcione un disfraz además de las armas. ¿Qué te parece?

– Falla un detalle.

– Qué detalle.

– Te lo diré en cuanto consigamos reducir a los dos primeros.

The First y sus adivinanzas, no lo soporto.

Volvimos a la celda, él caminando despacio, pero ya un poco mejor. Al llegar se quedó de pie y empezó a hacer movimientos vagamente chinos: no era taichí pero tenía un aire.

– ¿Y los que vienen a zurrarte son también guardias, de esos con mono azul y botas?

– No. Van de paisano, con traje. Actúan también en el exterior.

– ¿Podremos con ellos?, quiero decir, ¿son tíos gansos, y tal?

– Están en forma, son duros y saben pelear.

«Gorilas contra hienas», pensé.

– Ya: uno de ésos me hizo una exhibición -me señalé la sien.

– ¿Una farola?

– Una patada.

– Muy bien dada…

– Si tengo oportunidad ya felicitaré al autor.

– Tampoco creas que dejarte a ti fuera de combate tiene mucho mérito. Eres como una morsa: mucha masa y poca movilidad.

– Ah, sí: pues has de saber que esta morsa tiene sus recursos.

– ¿Emborrachar al contrincante?… Oye, qué tal si en vez de perder el tiempo en delicadezas nos concentramos en urdir una estrategia mínima.

– Muy bien: tú le arreas el primer guantazo al que se te acerque, y yo salgo de detrás de la cortina y le sacudo al otro.

– ¿Y quién nos garantiza que no sea él el que te sacuda a ti? Hace falta mucho nervio para tumbar a un tipo de esos sin darle tiempo a sacar la pistola.

– Tú ocúpate del tuyo. Finge que apenas puedes hablar y deja que acerque el oído a tu boca. Cuando lo tengas a tiro le das un mazazo y yo salgo inmediatamente de la cortina a por el otro. Espero que no tengas Síndrome de Estocolmo…

– Déjate de tonterías y procura que no te vuelvan a sorprender con una patada de principiante. Cúbrete al menos la cabeza, y los genitales…, así, ¿ves? Evita que te desequilibren; presenta el perfil, las piernas abiertas, bascula un poco; ¿a ver? -me punzó con el índice en el ombligo-, bueno, si te dan ahí saldrán rebotados, lo que no sé es qué poder ofensivo puedes oponer.

– No te preocupes, de pequeño me caí en un caldero. Lo peor es que con el jaleo igual se entera el guardia de arriba.

– Está acostumbrado a que haya jaleo aquí abajo… Prueba a meterte detrás de la cortina, a ver si se te ve.

Probé. Oculto tras el telón de plástico gris y opaco había un retrete rebozado con mierda humana de varias generaciones. The First, dando ahora botecitos cortos, avisó que se me veían mucho los pies. Corregí la posición, dio el visto bueno y salí de allí enseguida: casi olía mejor mi Estupendo Hermano que aquel rincón.

– ¿Tienes alguna idea de cuánto pueden tardar?

– Últimamente se pasan por aquí dos o tres veces diarias. La última vez ha sido esta mañana, debe de hacer tres o cuatro horas, he perdido un poco la noción del tiempo dormitando.

– ¿Y cómo sabes que era por la mañana?

– Por la mañana les huele el aliento a café con leche. Por la tarde a cerveza.

– No está mal para tener el narizo hecho fosfatina…

El tío seguía saltando.

– Ahora casi no me pegan. Llegan, me interrogan de mala gana, me dan a probar un poco de comida, un sorbito de agua y se van.

– ¿Y qué demonios esperan que les digas?

– Entre otras cosas tu nombre. Sabían que había encargado a alguien investigar la entrada de Jaume Guillamet, pero no a quién. Ahora ya lo saben…

– Oye, por cierto: ¿tú llamaste a tu mujer para que metiera algo en un sobre?