– Por partes -concedió el bachiller-. La relojería del arte está para que las cosas sucedan como si fuesen reales sin serlo, lo cual no quita para que se falte a la verdad. Que muchas veces habrás visto tú cosas reales que parecen falsas, y otras, sueños que parecen vivos.
– Así es -admitió Sancho-. Que yo a menudo sueño que me sigue por el campo un toro que quiere atropellarme y cornearme, y me despierto bañado en sudores fríos, y otras, ante cosas que nos suceden en la vida, tengo que frotarme los ojos para asegurarme de que lo que veo no es un sueño. Y estos últimos días, con mi pobre don Quijote, que se me aparece y me sigue hablando como si no hubiese muerto, me tengo que despertar para asegurarme que todo es un sueño, porque yo lo siento como si fuese todavía parte de nuestras vidas.
– Pues de eso ha aprendido el arte, que no es más que un embeleco con el que hacer que corra el tiempo a nuestra conveniencia y gusto, y que las sombras parezcan vivas, y los vivos sombras, y que el pasado vuelva y que el presente no huya. Y así podemos hacer los poetas que tú estés en un segundo en los antípodas, y te encuentres de vuelta apenas un párrafo después. ¿Lo entiendes? Si yo digo, en este papel, la marquesa ha salido a las cinco, no tengas la menor duda de que la marquesa salió a las cinco.
– ¿Qué marquesa? ¿Y de dónde salió?
– Es un modo de hablar, un ejemplo. Puedo escribir que estuviste ayer en Argel y que te encuentras hoy en Conocusco, moliendo chocolate en un ingenio, y para todos los que lo lean, eso habrá sido, aunque tú no te hayas movido de aquí.
– Pero yo podría probar lo contrario.
– ¿Con un pleito? No te lo aconsejaría nunca. Acuérdate de aquello, tengas pleitos y los ganes, y basta llevar una causa a un juez, por injusta que sea, para que recabe en ese punto unos partidarios, y aparecer en los papeles impresos y publicados, para que muchos ya lo den por bueno, real y verdadero. Así que me pondré a esa historia, y nos verás y leerás, ahora que puedes hacerlo, vestidos de pastorcicos y cortejando riscos y apacentando valles, y a don Quijote, vivo.
– ¿Será más o menos como lo que nos ocurrió en la cueva de Montesinos?
– Algo he oído hablar de esa maravillosa cueva.
– Aún está por aparecer la crónica verdadera de la última salida que hicimos don Quijote, señor bachiller -replicó Sancho-, pero saliendo a la luz, no me cabe la menor duda de que a ese episodio le dedicarán allí los historiadores más de un capítulo, por lo jugoso que fue, que bajamos con una cuerda a don Quijote, y allí se estuvo él no llegó a una hora, y salió de allí creyendo que había pasado tres días con sus tres noches, empleadas en hablar y tratar con toda la corte principal de los más famosos capitanes, a quienes aseguró había tenido tan a la mano como le tengo yo ahora a vuesa merced. Hubo incluso quien le pidió dineros, porque aquel es un reino donde gobierna no sólo la sombra, sino la pobretería. Cuando salga a luz el libro, ya se verá. Yo, sin embargo, me refería a si en esa crónica que asegura va a escribir vuestra merced salimos don Quijote y yo con nuestra misma naturaleza, yo vivo, y don Quijote muerto, o nos saca a los dos muertos, o vivos a los dos, pues digo yo que si vuesa merced es capaz de hacer que viva don Quijote en un libro, estando muerto, no le será tampoco difícil hacer que ande también por él como un muerto viviente, o a los dos como vivos muertos.
– No me voy a meter en otros jardines, Sancho, sino que os sacaré tal cual estabais el último día que os vi juntos y sanos, él como pastor Quijotiz, y tú como pastor Panano, iguales entre vosotros, ya ni amo ni señor, sin tuyo ni mío, como él quería, sino uno con otro, dedos de la misma mano, y han de acompañaros los dos perros que compré a Marcelo Ladrón, el ganadero de Quintanar, y a quienes ya había puesto los nombres apropiados de Barcino y Butrón. Igualmente saldré yo, con el nombre que don Quijote me dijo haber encontrado para mí, unas veces como Carrascón y otras como Sansonino, y vendrán a hacernos compañía el pastor Miculoso, que no será otro que maese Nicolás, y hasta el cura, al que llamaremos Curiambro, acabará bendiciendo las uniones que hagamos con las pastoras de nuestras entretelas. Y andará todo tan ajustado, que aunque no hubiera sucedido nada de lo que allí se cuente, todos lo hallarán muy verdadero. Porque la verdad, como la virtud, no sólo tiene que serlo, sino parecerlo, y los libros se escriben con palabras, pero han de ir primera y directamente al corazón, que ha de darlas por buenas, hermosas y verdaderas. Yo te sacaré, Sancho, más discreto que un catedrático, y no habré inventado nada con ello, y así podrás verlo tú mismo.
– ¿Y todo eso sin tener que dejar este pueblo, sin haber estudiado, sin mejorarme? Mirad que yo preferiría las cosas a la antigua usanza, a saber, que fuese todo ello cierto, que cosiéramos nuestras pellizas, que calzáramos nuestros greguescos y capotillos, que afináramos chirimías y rabeles y nos marcháramos al monte, corno aquel Cárdenlo que encontrarnos mi amo y yo en la serranía, y cuánto mejor sería que las corderas, pariendo, nos dieran buenos corderos, y los corderos buenos dineros o buenas ollas. Y hacer tiernos quesos, y matar una oveja al día, y preparar con ella buenas pitanzas. Ni me atrevo a contarle todo esto a mi Teresa, cosas que pasan no pasando, o salarios que me dan, no cobrándolos, porque si ya me creía loco hace un rato, ¡qué no pensaría ahora!
– No tienes por qué decirle nada. Todo esto anda revuelto ahora en mi magín -y el bachiller se golpeó la frente con los nudillos, como si llamara a una puerta-, pero pronto saldrá ordenadamente a ocupar primero ese rimero de pliegos, y más tarde, si el parto fue afortunado, a hacer su jornada por el mundo entre las gentes notables y los espíritus más agudos, porque yo te digo que más reales son los personajes de un libro, a poco bien que estén traídos, que los autores que los destilaron del alambique de su cabeza, y más reales son ya para nosotros Calixto, Melibea y la vieja Celestina que el autor que los imaginó, industrió y pulió, y más nos importa hoy saber qué o qué no sintieron, dijeron, hicieron y pensaron ellos, que no su autor, del que apenas sabemos gran cosa, y del que lo mismo da que las supiéramos, para apreciar lo que aquellos señores de su imaginación sintieron, dijeron, hicieron y pensaron.
La verdad es que Sancho, a partir de un punto de estos coloquios, decidió guardar silencio, pues empezó a creer que quien se había vuelto rematadamente loco ahora era el bachiller Sansón Carrasco, y pidió, al cabo de un rato, licencia para irse, con el libro ya en sus manos
Se la dio el bachiller, no sin antes hacerle una grave advertencia:
– Te llevas, Sancho, no un libro, no una historia, sino una reliquia, el crisol de todas las maravillas, el lucero de donde nace, como huracán, la aurora de estos tiempos modernos. De no ser tú quien eres, puedes creerme que jamás me desprendería de este libro, contraviniendo mi propia norma y mi deseo de que no han de prestarse libros, como no ha de prestarse ni la mujer ni el caballo ni la pluma. En este libro, que leyó nuestro buen don Quijote hallarás, anotadas por su mano, mil consideraciones atinadísimas y mil majaderías, mil sentencias ponderadas y mil sandeces. Ya nada puedo ocultarte, puesto que sabes leer. Sigue tu olfato, deja libre tu juicio, obedece a tu conciencia. Cada uno, leyendo, es juez de lo que lee, y la rectitud de su corazón, toda la ley. Hoy muchos de esos locos que pululan por la Mancha venderían su hacienda por tenerlo, y lo pondrían como oro en paño. También te digo, y he de encarecértelo mucho, que te hallarás retratado muchas veces como no te guste, pero has dicho que nada te importará y que estás preparado a ello.
– Todo me ha de gustar, si se ajusta a la verdad, y si no, ¿qué me importa a mí? Los que me conocen, saben quién soy, y no les importa que se les diga de mí cuentos y mentiras; y aquellos que las creen, y no los conozco yo, ¿qué me importan a mí? ¿Y quién más afortunado que yo? Dígame una sola persona en el mundo, en estos tiempos o en los antiguos, que haya empezado la andadura de las letras leyendo la historia de su vida en un libro… Así, que todo ha de parecerme de perlas.