– Hasta pronto, Siraj -dijo Ben-. Márchate ya. Los pasos del muchacho se alejaron por el túnel y Jawahal alzó las cejas señalando que el juego continuaba.

– He cumplido mi promesa, Ben. Ahora te toca a ti. Hay menos cajas. Es más fácil elegir. Decídete rápido y otro de tus amigos salvará su vida.

Ben posó sus ojos sobre la caja contigua a la que había elegido en primer lugar. Era tan buena como cualquier otra. Lentamente, extendió la mano hasta ella y se detuvo a un centímetro de la trampilla.

– ¿Seguro, Ben? -preguntó Jawahal. Ben le miró, exasperado. -Piénsalo dos veces. Tu primera elección ha sido perfecta; no lo vayas a estropear ahora.

Ben le ofreció una sonrisa despectiva y, sin apartar sus ojos de los de Jawahal, introdujo la mano en la caja que había escogido. Las pupilas de Jawahal se contrajeron como las de un felino hambriento.

Ben extrajo la tablilla y leyó el nombre. -Seth -Indicó-. Sal de aquí. Las esposas de Seth se abrieron al instante y el muchacho se incorporó nervioso.

– Esto no me gusta, Ben -dijo.

– A mí me gusta menos que a ti -replicó Ben-. Sal ahí afuera y asegúrate de que Siraj no se pierde.

Seth asintió gravemente, consciente de que cualquier otra alternativa en lugar de seguir las instrucciones de Ben pondría en peligro la vida de todos. Seth dirigió una mirada de despedida a sus amigos y se encaminó hacia la puerta. Una vez allí, se volvió y miró de nuevo a los miembros de la Chowbar Society.

– Vamos a salir de ésta, ¿de acuerdo? Sus amigos asintieron con tanta voluntad como la ley de las probabilidades parecía recomendar.

– En cuanto a usted -dijo Seth señalando a Jawahal-, no es más que un montón de estiércol.

Jawahal se relamió los labios y asintió. -¿Es fácil ser un héroe cuando sales por piernas y abandonas a tus amigos a una muerte segura, verdad, Seth? Puedes insultarme de nuevo si lo deseas, chico. No te voy a hacer nada. Seguramente te ayudará a dormir mejor cuando recuerdes esta noche y varios de los que están aquí sirvan de alimento a los gusanos. Siempre podrás explicarle a la gente que tú, el valiente Seth, insultaste al villano, ¿no es así? Pero, en el fondo, tú y yo sabremos la verdad, ¿eh, Seth?

El rostro de Seth se encendió de ira y una mirada de odio ciego asomó a sus ojos. El muchacho empezó a caminar en dirección a Jawahal, pero Ben se interpuso violentamente en su camino y le detuvo.

– Por favor, Seth -le murmuró al oído-. Vete ahora. Por favor.

Seth dirigió una última mirada a Ben y asintió, apretándole fuertemente el brazo. Ben esperó a que el muchacho hubiese descendido del vagón y se encaró de nuevo a Jawahal.

– Esto no estaba en el trato-recriminó Ben-. No pienso continuar si no promete dejar de martirizar a mis amigos.

– Lo harás te guste o no. No tienes otra alternativa. Pero, como muestra de buena voluntad, me guardaré mis comentarios sobre tus amigos. Y ahora, continúa.

Ben observó las cinco cajas restantes y situó la mirada sobre la que se encontraba en el extremo derecho. Sin más preámbulos, introdujo la mano en ella y palpó en su interior. Una nueva tablilla. Ben respiró profundamente y escuchó el suspiró de alivio de sus amigos.

– Un ángel vela por ti, Ben -dijo Jawahal. Ben examinó el rectángulo de madera.

– Isobel.

– La dama tiene suerte -dijo Jawahal.

– Cállese -murmuró Ben, harto ya de los comentarios con que Jawahal se complacía en apostillar cada nuevo paso de aquel macabro juego.

– Isobel -dijo Ben-, hasta pronto. Isobel se Incorporó y cruzó frente a sus compañeros con la mirada baja y arrastrando cada paso como si sus pies estuviesen cosidos al suelo.

– ¿No tienes una última palabra para Michael, Isobel? -preguntó Jawahal.

– Déjelo ya -afirmó Ben-. ¿Qué es lo que espera sacar de todo esto?

– Elige otra caja -replicó Jawahal-. Así verás lo que espero sacar.

Isobel descendió del vagón y Ben barajó mentalmente las cuatro cajas restantes.

– ¿Lo tienes ya, Ben? -preguntó Jawahal. Ben asintió y se situó frente a la caja pintada de rojo.

– El rojo. El color de la pasión -comentó Jawahal-. Y del fuego. Adelante, Ben. Creo que hoy es tu noche.

Sheere entreabrió los ojos y observó que Ben se acercaba a la caja roja con el brazo extendido. Una punzada de pánico le recorrió el cuerpo. La muchacha se incorporó bruscamente y se lanzó hacia Ben con todas sus fuerzas. No podía permitir que su hermano introdujese la mano en aquella caja. Las vidas de aquellos muchachos no tenían ningún valor para Jawahal. No eran para él más que comodines con los que empujar a Ben a su autodestrucción. Jawahal necesitaba que fuese Ben quien le sirviera en bandeja su propia muerte, limpiándole el camino.

De ese modo, aquel espectro maldito entraría en ella y saldría de aquellos túneles encarnado en un ser de carne y hueso. Un ser joven que le devolviese al mundo de aquéllos a quienes deseaba destruir.

Antes de mover un solo músculo, Sheere comprendió que únicamente quedaba una alternativa, una única pieza capaz de desbaratar el complejo rompecabezas que Jawahal había tramado alrededor de ellos. Sólo ella podía alterar el rumbo de los acontecimientos haciendo la única cosa en el universo que Jawahal no había previsto.

Los instantes que transcurrieron a continuación se grabaron en su mente con la precisión de una colección de láminas cuidadosamente detalladas.

Sheere recorrió vertiginosamente los seis metros que la separaban de su hermano, sorteando a los tres miembros restantes de la Chowbar Society que yacian apresados. Ben se volvió lentamente y el primer gesto de perplejidad y sorpresa se tomó una mueca de horror al observar que Jawahal se incorporaba y cada uno de los dedos de su mano derecha se prendía en llamas y formaba una garra de fuego. Sheere escuchó el grito de Ben perderse en un eco lejano e impactó contra él, le derribó en el suelo y arrancó así su mano de la trampilla de la caja roja. Ben cayó sobre el vagón y Sheere contempló la silueta fantasmal de Jawahal alzarse frente a ella y alargar su garra incandescente hacia su rostro. Clavó sus ojos en los de aquel asesino y leyó la negativa desesperada que empezaba a dibujarse en sus labios. El tiempo pareció detenerse a su alrededor como un viejo carrusel.

Décimas de segundo más tarde, Sheere atravesaba la trampilla de la caja escarlata con el puño. Sintió las láminas de la escotilla cerrarse sobre su muñeca como una flor envenenada. Ben gritó a sus pies y el puño igneo de Jawahal se cerró frente a su rostro. Pero Sheere sonrió triunfante y, en algún momento, sintió cómo el áspid le asestaba su beso mortal y el estallido ardiente de veneno encendía la sangre que corría por sus venas como una bengala lo haría con una estela de gasolina.

Ben rodeó a su hermana con sus brazos y arrancó su mano de la caja roja, pero ya era demasiado tarde. Dos punzadas sangrantes brillaban sobre la pálida piel del dorso de su muñeca. Sheere le sonrió, desvaneciéndose.

– Estoy bien -murmuró la muchacha, pero antes de que pudiera acabar de pronun-ciar la última sílaba, sus piernas sucumbieron a una sacudida invisible y se desplomó sobre él.

– ¡Sheere! -gritó Ben.

Sintió que una náusea indescriptible se apoderaba de todo su ser y que las fuerzas parecían escaparse de su cuerpo como el tiempo en un reloj de arena. Sujetó a Sheere y la acomodó sobre su regazo, acariciando su rostro.

Sheere abrió sus ojos y le sonrió débilmente. Su rostro se adivinaba blanco como la cal.

– No me duele, Ben -gimió la muchacha. Ben encajó cada palabra como un puntapié en el estómago y alzó la mirada en busca de Jawahal. El espectro contemplaba la escena inmóvil y su rostro resultaba impenetrable. Los ojos de ambos se encontraron.

– Nunca lo planeé así, Ben -dijo Jawahal-. Esto va a hacer las cosas más difíciles.

Ben sintió el odio crecer en su interior; igual que una gran grieta, sesgaba su alma en dos.