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– ¿Siempre has sido el máximo líder?

– No soy el máximo líder de nada -Crántor golpeó suavemente la escudilla con la punta de la rama, como si fuera ella la que hubiera preguntado-. Soy un miembro muy importante, eso es todo. Me presenté cuando supimos que la muerte de Trámaco estaba siendo investigada, lo cual nos sorprendió, porque no esperábamos que levantara sospechas de ningún tipo. El hecho de que tú fueras el principal investigador no hizo más fácil mi trabajo, aunque sí más agradable. De hecho, acepté ocuparme del asunto precisamente porque te conocía. Mi labor consistió en intentar engañarte… lo cual, dicho sea en tu honor, resultó bastante difícil…

Se acercó a Heracles con la rama colgando de sus dedos como un maestro balancea la vara de castigo frente a sus pupilos para inspirar respeto. Prosiguió:

– Mi problema era: ¿cómo engañar a alguien a quien nada se le pasa desapercibido?. ¿Cómo burlar la mirada de un Descifrador de Enigmas como tú, para quien la complejidad de las cosas no ofrece ningún secreto? Pero llegué a la conclusión de que tu mayor ventaja es, al mismo tiempo, tu principal defectoTodo lo razonas, amigo mío, y a mí se me ocurrió usar esa peculiaridad de tu carácter para distraer tu atención. Me dije: «Si la mente de Heracles resuelve hasta el problema más complejo, ¿por qué no cebarla con problemas complejos?»… Y disculpa la vulgaridad de la expresión.

Crántor parecía divertido con sus propias palabras. Regresó a la escudilla y continuó revolviendo el líquido. A veces se inclinaba y chasqueaba la lengua en dirección a Cerbero, sobre todo cuando éste molestaba más de lo usual con sus chirriantes ladridos. El resplandor proveniente del recodo se hacía cada vez más tenue.

– Así pues, me propuse, sencillamente, impedir que dejaras de razonar. Es muy sencillo engañar a la razón alimentándola con razones: vosotros lo hacéis todos los días en los tribunales, la Asamblea, la Academia… Lo cierto es, Heracles, que me diste ocasión para disfrutar…

– Y disfrutaste mutilando a Eunío y Antiso.

Los ecos de la estrepitosa risotada de Crántor parecieron colgar de las paredes de la cueva y refulgir, dorados, en las esquinas.

– Pero ¿todavía no lo has entendido? ¡Fabriqué problemas falsos para ti! Ni Eunío ni Antiso fueron asesinados: tan sólo accedieron a sacrificarse antes de tiempo. Al fin y al cabo, su turno les llegaría, tarde o temprano. Tu investigación sólo logró apresurar la decisión de ambos…

– ¿Cuándo reclutasteis a esos pobres adolescentes?

Crántor negó con la cabeza, sonriendo.

– ¡Nosotros nunca «reclutamos», Heracles! La gente oye hablar en secreto de nuestra religión y quiere conocerla… En este caso particular, Etis, la madre de Trámaco, supo de nuestra existencia en Eleusis poco después de que su marido fuera ejecutado… Asistió a las reuniones clandestinas en la caverna y en los bosques y participó en los primeros rituales que mis compañeros realizaron en el Ática. Luego, cuando sus hijos crecieron, los hizo adeptos de nuestra fe. Pero, como mujer inteligente que siempre ha sido, no quería que Trámaco le reprochara no haberle dado la oportunidad de elegir por sí mismo, de modo que no descuidó su educación: le aconsejó que ingresara en la escuela filosófica de Platón y aprendiera todo lo que la razón puede enseñarnos, para que, al alcanzar la mayoría de edad, supiera elegir entre un camino y otro… Y Trámaco nos escogió a nosotros. No sólo eso: consiguió que Antiso y Eunío, sus amigos de la Academia, participaran también en los ritos. Ambos procedían de rancias familias atenienses, y no necesitaron muchas palabras para dejarse convencer… Además, Antiso conocía a Menecmo, que, por feliz casualidad, también era miembro de nuestra hermandad. La «escuela» de Menecmo fue, para ellos, mucho más productiva que la de Platón: aprendieron el goce de los cuerpos, el misterio del arte, el placer del éxtasis, el entusiasmo de los dioses…

Crántor había estado hablando sin mirar a Heracles, sus ojos fijos en un punto inconcreto de la creciente oscuridad. En aquel momento, se volvió repentinamente hacia el Descifrador y añadió, siempre risueño:

– ¡No existían los celos entre ellos! Esa fue una idea tuya que a nosotros nos agradó utilizar para desviar tu atención hacia Menecmo, que deseaba ser sacrificado con prontitud, al igual que Antiso y Eunío, con el fin de poder engañarte. No fue difícil improvisar un plan con los tres… Durante un hermoso ritual, Eunío se acuchilló en el taller de Menecmo. Después lo disfrazamos de mujer con un peplo erróneamente destrozado para que tú pensaras justo lo que pensaste: que alguien lo había matado. Antiso hizo lo propio cuando le llegó su turno. Yo intentaba por todos los medios que siguieras creyendo que eran asesinatos, ¿comprendes? Y, para ello, nada mejor que simular falsos suicidios. Tú te encargarías, más tarde, de inventarte el crimen y descubrir al criminal -y, abriendo los brazos, Crántor elevó la voz para añadir-: ¡He aquí la fragilidad de tu omnipotente Razón, Heracles Póntor: tan fácilmente imagina los problemas que ella misma cree solucionar!…

– ¿Y Eumarco? ¿También bebió kyon?

– Naturalmente. Ese pobre esclavo pedagogo tenía muchos deseos de liberar sus viejos impulsos… Se destrozó con sus propias manos. A propósito, tú ya sospechabas que usábamos una droga… ¿Por qué?

– Lo percibí en el aliento de Antiso y Eumarco, y después en el de Pónsica… Y por cierto, Crántor, aclárame esta duda: ¿mi esclava ya era de vosotros antes de que todo esto comenzara?

A pesar de la penumbra de la gruta, la expresión del rostro de Heracles debió de hacerse bien patente, porque Crántor, de improviso, enarcó las cejas y replicó, mirándole a los ojos:

– ¡No me digas que te sorprende!… ¡Oh, por Zeus y Afrodita, Heracles! ¿Crees que hubiera sido necesario insistirle mucho?

Su tono de voz reflejaba cierta compasión. Se acercó a su desfallecido prisionero y añadió:

– ¡Oh, amigo mío, intenta, por una sola vez, ver las cosas tal como son, y no como tu razón te las muestra!… Esa pobre muchacha, mutilada cuando era niña y obligada, bajo tu mandato, a soportar la humillación de una máscara perenne… ¿necesitaba que alguien la convenciera de que liberase su rabia?. ¡Heracles, Heracles!… ¿Desde cuándo te rodeas de máscaras para no contemplar la desnudez de los seres humanos?…

Hizo una pausa y encogió sus enormes hombros.

– Lo cierto es que Pónsica nos conoció poco después de que la compraras -y frunciendo el ceño con expresión de disgusto, concluyó-: Debió matarte cuando se lo ordené, y así nos hubiéramos ahorrado muchas molestias…

– Supongo que lo de Yasintra también fue idea tuya.

– Así es. Se me ocurrió cuando nos enteramos de que habías hablado con ella. Yasintra no pertenece a nuestra religión, pero la manteníamos vigilada y amenazada desde que supimos que Trámaco, que deseaba convertirla a nuestra fe, le había revelado parte de nuestros secretos… Introducirla en tu casa me fue doblemente útil: por un lado ayudó a distraerte y confundirte; por otro… Digamos que cumplió una misión didáctica: mostrarte con un ejemplo práctico que el placer del cuerpo, ante el que tan indiferente te crees, es muy superior al deseo de vivir…

– Gran lección la tuya, por Atenea -ironizó Heracles-. Pero dime, Crántor, al menos para hacerme reír: ¿en esto has empleado el tiempo que estuviste fuera de Atenas? ¿En inventar trucos para proteger a esta secta de locos?

– Durante varios años estuve viajando, como te dije -replicó Crántor con tranquilidad-. Pero regresé a Grecia mucho antes de lo que supones y viajé por Tracia y Macedonia. Fue entonces cuando entré en contacto con la secta… Se la denomina de varias maneras, pero su nombre más común es Lykaion. Me sorprendió tanto encontrar en tierra de griegos unas ideas tan salvajes, que, de inmediato, me hice un buen adepto… Cerbero… Cerbero, basta, deja ya de ladrar… Y te aseguro que no somos una secta de locos, Heracles. No hacemos daño a nadie, salvo cuando está en peligro nuestra propia seguridad: realizamos rituales en los bosques y bebemos kyon. Nos entregamos por completo a una fuerza inmemorial que ahora se llama Dioniso, pero que no es un dios ni puede ser representado en imágenes ni expresado con palabras… ¿Qué es?… ¡Nosotros mismos lo ignoramos!… Sólo sabemos que yace en lo más profundo del hombre y provoca la rabia, el deseo, el dolor y el goce. Tal es el poder que honramos, Heracles, y a él nos sacrificamos. ¿Te sorprende?… Las guerras también exigen muchos sacrificios, y nadie se sorprende por ello. ¡La diferencia estriba en que nosotros elegimos cuándo, cómo y por qué nos sacrificamos!