ARPÍAS
PARA la Teogonía de Hesíodo, las arpías son divi-nidades aladas, y de larga y suelta cabellera, más veloces que los pájaros y los vientos; para el tercer libro de la Eneida, aves con cara de doncella, garras encorvadas y vientre inmundo, pálidas de hambre que no pueden saciar. Bajan de las montañas y mancillan las mesas de los festines. Son invulnera-bles y fétidas; todo lo devoran, chillando, y todo lo transforman en excrementos. Servio, comentador de Virgilio, escribe que así como Hécate es Proserpina
en los infiernos, Diana en la tierra y luna en el cielo y la llaman diosa triforme, las arpías son furias en los infiernos, arpías en la tierra y demonios (dirae) en el cielo. También las confunden con las parcas.
Por mandato divino, las arpías persiguieron a un rey de Tracia que descubrió a los hombres el porvenir o que compró la longevidad al precio de sus ojos y fue castigado por el sol, cuya obra había ultrajado. Se aprestaba a comer con toda su corte y las arpías devoraban o contaminaban los manjares. Los argonautas ahuyentaron a las arpías; Apolonio de Rodas y William Morris (Life and death of JaSon) refieren la fantástica historia. Ariosto, en el canto XXXIII del Furioso, transforma al rey de Tracia en el Preste Juan, fabuloso emperador de los abisinios.
Arpías, en griego, significa las que raptan, las que arrebatan. Al principio, fueron divinidades del viento, como los Maruts de los Vedas, que blanden armas de oro (los rayos) y que ordeñan las nubes.
EL ASNO DE TRES PATAS
PLINIO atribuye a Zarathustra, fundador de la reli-gión que aún profesan los parsis de Bombay, la escritura de dos millones de versos; el historiador arábigo Tabarí afirma que sus obras completas, eter-nizadas por piadosos calígrafos, abarcan doce mil cueros de vaca. Es fama que Alejandro de Mace-donia las hizo quemar en Persépolis, pero la buena memoria de los sacerdotes pudo salvar los textos fun-damentales y desde el siglo ix los complementa una obra enciclopédica, el Bundahish, que contiene esta página:
Del asno de tres patas se dice que está en la mitad del océano y que tres es el número de sus cascos y seis el de sus ojos y nueve el de sus bocas y dos el de sus orejas y uno su cuerno. Su pelaje es blanco, su alimento es espiri-tual y todo él es justo. Y dos de los seis ojos están en el lugar de los ojos y dos en la punta de la cabeza y dos en la cerviz; con la penetración de los seis ojos rinde y des-truye.
De las nueve bocas tres están en la cabeza y tres en la cerviz y tres adentro de los ijares… cada casco, puesto en el suelo, cubre el lugar de una majada de mil ovejas, y bajo el espolón pueden maniobrar hasta mil jinetes. En cuanto a las orejas, son capaces de abarcar a Mazandarán [1]. El cuerno es como de oro y hueco, y le han crecido mil ramificaciones. Con ese cuerno vencerá y disipará todas las corrupciones de los malvados.
Del ámbar se sabe que es el estiércol del asno de tres patas. En la mitología del mazdeismo, rdte monstruo benéfico es uno de los auxilios de Ahura Mazdha (Ormuz), principio de la Vida, de la Luz y de la Verdad.
EL AVE FÉNIX
EN EFIGIES monumentales, en pirámides de piedra y en momias, los egipcios buscaron eternidad; es ra..zonable que en su país haya surgido el mito de un pájaro inmortal y periódico, si bien la elaboración ulterior es obra de los griegos y de los romanos. Erman escribe que en la mitología de Heliópolis, el Fénix (benu) es el señor de los jubileos, o de los largos ciclos de tiempo; Heródoto, en un pasaje famoso (11, 73), refiere con repetida incredulidad una primera forma de la leyenda:
Otra ave sagrada hay allt que sólo he visto en pintura, cuyo nombre es el de Fénix. Raras son, en efecto, las veces que se deja ver, y tan de tarde en tarde, que según los de Heliópolis, sólo viene a Egipto cada quinientos años, a saber cuándo fallece su padre. Si en su tamaño y confor-mación es tal como la describen, su mole y figura son muy parecidas a las del águila, y sus plumas, en parte dora-das, en parte de color carmesí. Tales son los prodigios que de ella nos cuentan, que aunque para mí poco dignos de fe, no omitiré el referirlos. Para trasladar el cadáver de si' padre desde Arabia hasta el templo del Sol, se vale de la siguiente maniobra: forma ante todo un huevo sólido de mirra, tan grande cuanto sus fuerzas alcancen para llevar-lo, probando su peto después de formado para experimen-tar si es con ellas compatible; va después vaciándolo hasta abrir un hueco donde pueda encerrar el cadáver de su padre, el cual ajusta con otra porción de mirra y atesta de ella la concavidad, hasta que el peso del huevo pre-ñado con el cadáver iguale al que cuando sólido tenía; cierra después la abertura, carga con su huevo, y lo lleva al templo del Sol en Egipto. He aquí, sea lo que fuere, lo que de aquel pájaro refieren.
Unos quinientos años después, Tácito y Plinio re-tomaron la prodigiosa historia; el primero rectamente observó que toda antigüedad es oscura, pero que una tradición ha fijado el plazo de la vida del Fénix en mil cuatrocientos sesenta y un años (Anales, VI, 28). También el segundo investigó la cronología, del Fénix; registró (X, 2) que, según Manilio, aquél vive un año platónico, o año magno. Año platónico es el tiempo que requieren el Sol, la luna y los cinco planetas para volver a su posición inicial; Tácito, en el Diálogo de los oradores, lo hace abarcar doce mil novecientos noventa y cuatro años comunes. Los antiguos creyeron que, cumplido ese enorme ciclo astronómico, la historia universal se repetiría en to-dos sus detalles, por repetirse los influjos de los pla-netas; el Fénix vendría a ser un espejo o una imagen del universo. Para mayor analogía, los estoicos en-seíiaron que el universo muere en el fuego y renace del fuego y que el proceso no tendrá fin y no tuvo principio.
Los años simplificaron el mecanismo de la gene-ración del Fénix. Heródoto menciona un huevo, y Plinio, un gusano, pero Claudiano, a fines del siglo iv, ya versifica un pájaro inmortal que resurge de su ceniza, un heredero de sí mismo y un testigo de las edades.
Pocos mitos habrá tan difundidos como el del Fénix. A los autores ya enumerados cabe agre-gar: Ovidio (Metamorfosis, XV), Dante (Infierno, XXIV), Shakespeare (Enrique VIII, V, 4), Pellicer (El Fénix y su historia natural), Quevedo (Parnaso espaiñol, VI), Milton (Samson Agonistes, in fine).
Mencionaremos asimismo el poema latino De Ave Phoenice, que ha sido atribuído a Lactancio, y una imitación anglosajona de ese poema, del siglo vnt. Tertuliano, San Ambrosio y Cirilo de Jerusalén han alegado el Fénix como prueba de la resurrección de la carne. Plinio se burla de los terapeutas que pres-criben remedios extraídos del nido y de las cenizas del Fénix.