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En un rincón, por debajo de un ramo, aparecía el coco de un camarógrafo que daba vueltas desesperadamente a su manivela.

Colin posó unos instantes junto a Chloé, y después lo hicieron Chick, Alise e Isis. Luego se juntaron y siguieron a Chloé, que entró la primera en el ascensor. Los cables de éste se alargaron tanto bajo el peso de su carga que no hubo necesidad de apretar el botón, pero tuvieron buen cuidado de salir todos de golpe para no volver a subir con el ascensor.

El chófer abrió la puerta. Montaron detrás las tres jóvenes y Colin, y Chick lo hizo delante y el coche arrancó. En la ca11e, todo el mundo se volvía y agitaba los brazos con entusiasmo, creyendo que se trataba del Presidente, y después volvía a emprender su camino con la cabeza llena de brillos y dorados.

La iglesia no quedaba muy lejos. El coche describió una elegante curva cardioide y se detuvo al pie de los escalones.

En la escalinata, entre dos grandes columnas esculpidas, el Religioso, el Monapillo y el Vertiguero aguardaban la ceremonia. Tras ellos, largos cortinajes de seda blanca descendían hasta el suelo y los catorce Niños de la Fe ejecutaban un ballet. Iban vestidos con blusas blancas, pantalones rojos r zapatos blancos también. Las niñas, en lugar de pantalones, llevaban falditas rojas plisadas y lucían una pluma roja en los cabellos. El Religioso estaba a cargo del bombo, el Monapillo tocaba el pífano y el Vertiguero marcaba el ritmo con unas maracas. Cantaban los tres el estribillo a coro; después, el Vertiguero esbozó unos pasos de daqué, cogió el contrabajo y ejecutó un solo sensacional al arco sobre una música de circunstancias.

Los setenta y tres músicos tocaban ya en su galería y tañían a vuelo las campanas.

Hubo un breve acorde disonante, porque el director de la orquesta, habiéndose acercado demasiado a la baranda, acababa de caer al vacío y el vicedirector tuvo que asumir la dirección del conjunto. En el momento en que el jefe de la orquesta se estrelló contra las losas, los músicos tocaron otro acorde para disimular el ruido de la caída pero la iglesia tembló sobre sus cimientos.

Colin y Chloé miraban, boquiabiertos, la exhibición del Religioso, el Monapillo y el Vertiguero; detrás, dos subvertigueros esperaban, a la puerta de la iglesia, el momento de presentar la vértiga.

El Religioso marcó un último redoble haciendo malabarismos con los palillos, el Monapillo arrancó de su pífano un maullido sobreagudo que despertó la devoción de la mitad de los beatos que se habían alineado a lo largo de la escalinata para ver a la novia, y el Vertiguero en un último acorde, rompió las cuerdas de su contrabajo. Los catorce Niños de la Fe descendieron entonces la escalinata en fila india; las niñas se alinearon a la derecha y los niños a la izquierda de la puerta del coche.

De él salió Chloé. Estaba bellísima y radiante con su traje blanco. Alise e Isis la siguieron. Nicolás, que acababa de llegar, se unió al grupo. Colin tomó del brazo a Chloé, Nicolás a Isis y Chick a Alise, y todos subieron la escalinata, seguidos de los hermanos Desmaret, Coriolano a la derecha y Pegaso a la izquierda, mientras que los Niños de la Fe iban por parejas muy pulcramente a lo largo de la escalera. El Religioso, el Monapillo y el Vertiguero, después de haber dejado sus instrumentos, esperaban bailando al corro.

En la escalinata, Colin y sus amigos ejecutaron un complicado movimiento y acabaron colocados tal como habían de entrar en la iglesia: Colin con Alise, Nicolás al brazo de Chloé, después Chick con Isis y, finalmente, los hermanos Desmaret, pero esta vez Pegaso a la derecha y Coriolano a la izquierda. El Religioso y sus satélites dejaron de dar vueltas, ocuparon la cabeza del cortejo y todos, cantando un viejo coro gregoriano, se precipitaron hacia la puerta. A medida que pasaban los subvertigueros les rompían en la cabeza globitos de cristal muy delgado llenos de agua lustral y les hincaban en los cabellos bastoncillos de incienso encendidos que ardían con llama amarilla en los hombres y violeta en las mujeres.

Las vagonetas estaban alineadas a la entrada de la iglesia.

Colin y Alise se instalaron en la primera y partieron enseguida. Cayeron por un corredor oscuro que olía a religión. La vagoneta corría por los raíles con un ruido de trueno, mientras la música resonaba con gran fuerza. Al final del corredor, la vagoneta embistió una puerta, giró en ángulo recto y apareció el Santo rodeado de luz verde. Hacía horribles gestos y Alise se apretó contra Colin. Telas de araña les rozaban la cara y volvían a su memoria fragmentos de oraciones. La segunda visión fue la de la Virgen, y a la tercera, frente a Dios, que tenía un ojo a la funerala y no parecía nada contento, Colin recordaba ya toda la plegaria y pudo decírsela a Alise.

La vagoneta desembocó con un ruido ensordecedor bajo la bóveda del tramo lateral y se detuvo. Colin descendió, dejó que Alise se colocara en su sitio y esperó a Chloé, que surgió enseguida.

Miraron la nave de la iglesia. Estaba repleta de gente. Todos los que los conocían estaban allí, escuchando la música y gozando de tan bonita ceremonia.

El Vertiguero y el Monapillo, haciendo cabriolas dentro de sus bellos hábitos, aparecieron precediendo al Religioso, quien, a su vez, guiaba al señor Zobispo. Se levantó todo el mundo y el señor Zobispo se sentó en un gran sillón de terciopelo. El ruido de las sillas sobre las losas era sumamente armonioso.

La música cesó repentinamente. El Religioso se arrodilló ante el altar, golpeó el suelo tres veces con la frente y el Monapillo se dirigió hacia Colin y Chloé para conducidos a su sitio, mientras que el Vertiguero se encargaba de alinear a los Niños de la Fe a ambos lados del altar. Reinaba ahora un profundísimo silencio en la iglesia y la gente contenía el aliento.

Por todas partes, grandes luces lanzaban haces de rayos hacia objetos dorados que los hacían brillar en todas direcciones y las muchas franjas amarillas y violeta de la iglesia daban a la nave el aspecto del abdomen de una gran avispa tumbada, vista desde el interior.

Desde muy arriba, los músicos acometieron un coro difuso. Las nubes penetraban. Traían olor a cilantro ya hierba de las montañas. Hacía calor dentro de la iglesia y se tenía la sensación de estar envuelto dentro de una atmósfera benigna y guateada.

Arrodillados ante el altar, en dos reclinatorios recubierto s de terciopelo blanco, Colin y Chloé, cogidos de la mano, esperaban. Delante de ellos, el Religioso hojeaba con rapidez un libro grande, porque no se acordaba ya de las fórmulas.

De vez en cuando se volvía a echar una miradita a Chloé, cuyo traje le gustaba mucho. Finalmente dejó de hojear el libro, se incorporó e hizo un signo con la mano al director de la orquesta, que atacó la obertura.

El Religioso tomó aliento y comenzó a cantar el ceremonial, respaldado por un fondo de once trompetas con sordina que tocaban al unísono. El señor Zobispo dormitaba dulcemente, con la mano sobre el báculo. Sabía que le despertarían cuando le tocara cantar a él.

La obertura y el ceremonial estaban escritos sobre temas clásicos de blues. Para el Compromiso, Colin había pedido que se tocara el arreglo de Duke Ellington de una vieja melodía muy conocida, Chloé.

Delante de Colin, colgado de la pared, se veía a Jesús sobre una gran cruz verde. Parecía feliz de haber sido invitado y lo miraba todo con interés. Colin tenía la mano de Chloé en la suya y sonreía vagamente a Jesús. Se sentía ligeramente fatigado. La ceremonia le salía muy cara, cinco mil doblezones, y estaba contento de que resultara un éxito.

Todo alrededor del altar había flores. Le gustaba la música que estaban tocando en ese momento. Vio al Religioso delante de sí y reconoció su aspecto. Entonces, cerró suave los ojos, se inclinó un poco hacia adelante y dijo: «Sí».

Chloé dijo «Sí» también y el Religioso les estrechó vigorosamente la mano. La orquesta arremetió con mayor fuerza y el señor Zobispo se levantó para la Plática. El Vertiguero se deslizó entre dos filas de personas y le dio un buen bastonazo en los dedos a Chick, que acababa de abrir su libro en lugar de escuchar.