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– Ella los valora altamente por lo mucho que han venido sufriendo durante diez años, a partir del salto. ¿Será esa también la tónica en que los líderes quieran fundamentar su actuación con vistas al relanzamiento que pretenden? La razón de que ella se enfureciera cuando utilizaste la palabra "juego" se deberá sin duda a que, por encima de todo, ella se toma muy en serio la importancia del relanzamiento.

– ¿Metería yo la pata reaccionando así? -preguntó Ikúo, mirando a Kizu con sus ojos profundamente negros y cargados de ternura, hasta el punto de despertar en Kizu un brote inmediato de deseo sexual-. Como salió a relucir en nuestra charla de ayer, yo soy el tipo de persona que se dedica a pensar en el fin del mundo; ésa es la verdad.

"Entonces, hubo por parte de ella esa manía de reaccionar en contra, y la conversación se fue por otros derroteros; con lo que me quedé sin oír lo que ella tenía que decir, y bien que lo siento.

"Al despertarme esta mañana, me he lamentado interiormente de no preguntarle a ella qué significaba en concreto ese sufrimiento que los líderes han arrastrado durante diez años, a raíz de su retractación. Por lo que yo recuerdo de lo que vi en televisión, allí lo que había era un viejales de poco seso despachándose a su gusto con una charla tonta.

– De todo eso viene a desprenderse que el relanzamiento próximo es como dar un nuevo Salto Mortal a placer, y en dirección opuesta.

– También ocurre que a veces los gimnastas dan un salto mortal tras otro, repitiendo sus volteretas para avanzar hacia delante -dijo Ikúo-. A pesar de todo, mientras no oigamos directamente a los interesados no haremos más que pasar de una metáfora a otra sin que se nos aclare nada.

– En resumidas cuentas, sean embaucadores o no esos que se dan aires de "Salvador" y "Profeta" para la humanidad, parece que no te queda más remedio que ir a verlos. Recibiste una invitación de la joven en ese sentido. Si no te parece mal, voy a acompañarte.

– Lo primero será que me ponga en contacto con ella.

Diciendo esto, Ikúo mostró una expresión de contenido indescifrable. Sin embargo, en ese momento en que Ikúo se había echado encima una bata tras posar desnudo, Kizu miraba la parte superior de su pecho y la estructura musculosa de su cuello, que quedaban a la vista entre las solapas abiertas de la bata; y lejos de detenerse a indagar sobre el significado de tal o cual expresión, él tenía el pensamiento ocupado por la obsesiva idea de cómo el cuerpo de aquel joven podía estar dotado con tan espléndida magnificencia. Hasta el punto de que, faltándole aún al muchacho una especial maduración en el orden espiritual, aquel desequilibrio parecía deberse a un mal reparto de los dones naturales destinados a la humanidad.

La razón de que Kizu se afanara tanto en dibujar a Ikúo y así ir preparando la creación del cuadro, acaso estuviese motivada por el deseo de conferir personalmente algo especial a Ikúo en la realización del mismo, antes de que el espíritu del joven y su cuerpo llegaran a equilibrarse en lo que había de ser su singular existencia. Realmente, a Kizu le gustaba soñar despierto con Ikúo, para ver que albergaba en su interior ese "algo especial" aún oculto; mientras su cuerpo se había adelantado en darle solemnidad. Y el fundamento de esa premonición de Kizu -por la que intuía un especial don en el interior del joven- no tenía otra explicación que aquella imagen de quince años atrás: un Ikúo que más que un niño era un pequeño adulto, con una cara de ferocidad casi salvaje y unos preciosos ojos.

Había algo que a Kizu se le venía al recuerdo tras su reencuentro con Ikúo, y era que en un simposio patrocinado por su departamento, y en el que él mismo había participado, se presentó una comunicación que usaba a modo de texto unos grabados dibujados imaginativamente exhumando el contenido de viejas láminas impresas en Francia: mostraban la evolución del morro u hocico de las bestias hasta llegar por sus pasos al rostro humano. En aquella ocasión, viendo cómo la más brutal de las caras humanas tomaba como origen en su línea de desarrollo las facciones de un oso, Kizu se acordó de aquel muchacho que portaba una maqueta de plástico. Pero mientras los ojos del oso-hombre eran pequeños, rehundidos e inexpresivos, los ojos de aquel chico, aun siendo rehundidos, estaban llenos de una ternura sensual…

Kizu se quedó mirando fijamente a Ikúo. El joven, al sentirse blanco de aquella mirada, se levantó, se despojó de la bata, que echó sobre la silla donde había estado sentado, y paseó su cuerpo desnudo y bronceado hasta el gran sofá, donde posó sus nalgas bien dentro, abriendo luego las piernas; y estando así dirigió a Kizu un sonrojado gesto de invitación. Aunque tenía el trasero muy metido en el sofá, se veía su pene, de una esplendidez desmesurada, creciendo en longitud, y con su cabecita descollando en el extremo. Kizu, ante todo, entró un momento en el cuarto de aseo. Kizu creía descubrir en esa actitud del joven, básicamente, una intención de correspondería así, como muestra de gratitud, por haberse él ofrecido a acompañarlo en su intento de acercamiento a la joven y a Patrón. Aun así, allí de pie ante la taza del retrete, y mientras se tocaba el miembro, que a duras penas podía sacar de los pantalones por habérsele puesto especialmente voluminoso, no acertaba a refrenar su absoluta satisfacción.

Por la tarde, cuando Ikúo ya se había ido, Kizu se puso a cortarse las uñas en una zona soleada, tras la amplia puerta de cristal. Sobre un papel de periódico tenía posado el pie derecho, y en su tercer dedo descubrió algo en lo que no había reparado hasta entonces, y que atrajo su curiosidad por su forma y su sensación. Se miró el pie izquierdo para indagar, y apreció lo mismo en el dedo correspondiente: una especie de larva de escarabajo que alguien hubiera sacado a la luz de un lecho de hojas secas con un saludable aspecto de fragilidad; algo totalmente distinto de los demás dedos del pie. Durante más de medio siglo había venido conviviendo con estos dedos… ¿Cómo podía ser que su curiosidad no se hubiera sentido atraída por algo así?

Sumido en estos pensamientos, detuvo un momento la actividad de sus manos en el corte de uñas. Probablemente no se trataba de que le faltara capacidad de observación. Era que las células de su carne, al perder ya los últimos restos de juventud, provocaban en sus dedos esas extrañas formas que se hacían patentes. "Ésta es la forma que adoptan los dedos de uno que entra en la senectud con un rebrote de cáncer a cuestas, destinado a convertirse pronto en cadáver". Pero en medio de todo, lo que le había proporcionado unos nuevos ojos para apreciar su carnalidad era indiscutiblemente todo lo que concernía a su relación sexual con Ikúo.

El sábado siguiente Kizu fue a la ceremonia donde se celebraba la entrega de un premio internacional a cierto arquitecto japonés, que ya se había ganado una reputación mundial desde la época de la estancia de Kizu en América. Kizu había pensado invitar al que un tiempo había sido estudiante de Arquitectura: Ikúo. Pero éste, que acababa de encontrarse con la joven, iba a estar ocupado hasta bien entrada la noche, resolviéndole un asunto que ella le había pedido, por lo que Kizu tuvo que ir solo. Al llegar a la sala de celebraciones del hotel en cuestión, situado en el distrito de Shinbashi, Kizu apreció que los que allí vestían de etiqueta eran sólo los directamente relacionados con el premio; y entonces él se sintió fuera de lugar con su simple esmoquin. También había, por cierto, caras conocidas entre los asistentes. El arquitecto homenajeado había visitado en cierta ocasión la Facultad de Arquitectura de la universidad de Kizu, para dar una conferencia abierta al público. Kizu colaboró entonces con él, mostrando y comentando las diapositivas de un museo de arte que su colega había diseñado en Los Ángeles; así que su relación no había sido muy profunda.

Terminado el acto, Kizu saludó al arquitecto y a su mujer, y se marchó pronto del local de la celebración. En las proximidades de la escalera automática, Kizu se encontró con un periodista americano que llegaba tarde, e iba también de esmoquin; era un antiguo conocido suyo, especializado en reportajes de Bellas Artes y Arquitectura. Kizu le lanzó una voz, diciéndole que, al igual que él mismo, iba a llamar la atención vestido así. El otro le manifestó que lo habían invitado a una cena privada tras la tertulia que seguía a la ceremonia, pero que él iba a eludir el compromiso, y en lugar de eso invitaba a Kizu con el fin de "pasar el rato juntos después de tanto tiempo". Acto seguido condujo a Kizu a un bar que había en el sótano, y se aproximaron a su mostrador.

Allí se tomaron una copa de vino blanco, y cuando pedían una segunda, el periodista centró la prolija charla que había iniciado sobre Arquitectura en un tema relacionado con el hombre religioso para quien trabajaba aquella joven. El asunto arrancaba de que el periodista, en un viaje que había hecho a la región boscosa del centro de Shikoku, se había encontrado con un edificio insospechado. Tal era el tema.

– Aquel paraje es como una isla solitaria en medio de un mar de árboles. Está a dos horas del aeropuerto, adentrándose en las montañas. Pensé que me estaban llevando a visitar las reliquias de la mitología japonesa. Cuando te dicen que has llegado, te encuentras en un camino sin salida, bloqueado por un mar de árboles. Y es que en esa aldea de 1.500 habitantes se erige un templo con una residencia aneja, ¡todo en el más moderno estilo de hoy día!

"¿A qué podía deberse que en esa aldea de montaña, tan despoblada, se hubieran levantado unas edificaciones así? Pues el caso es que en aquella comarca surgió un nuevo movimiento religioso, y la edificación del templo

Y los fíeles que iban al templo a orar, con estupor y tristeza decían que aquellos antiguos líderes que habían dado el Salto Mortal estaban sufriendo actualmente; y que ellos mismos habían visto las almas de quienes los abandonaran separadas de sus cuerpos, y flotando cerca de ellos mientras oraban.

– ¡Quién sabe si las almas de esos dos ex líderes no se ponen realmente en marcha hacia aquellos modernos edificios que están en más hondo de los bosques! -dijo Kizu al periodista americano; y se limitó luego a suspirar.