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Pobres diablos siempre con hambre -o con hambre de almuerzo, o con hambre de celebridad, o con hambre de los postres de la vida. Quien los oye, y no los conoce, cree estar escuchando a los maestros de Napoleón y a los instructores de Shakespeare.
Hay los que triunfan en el amor, hay los que triunfan en la política, hay los que triunfan en el arte. Los primeros tienen la ventaja de la narración, pues se puede triunfar ampliamente en el amor sin que haya conocimiento célebre de lo sucedido. Es cierto que, al oír contar a cualquiera de estos individuos sus Maratones sexuales, una vaga sospecha nos invade, al llegar al séptimo desfloramiento. Los que son amantes de señoras de título, o muy conocidas (lo son, además, casi todos), hacen tal gasto de condesas que una estadística de sus conquistas no dejaría por serias y comedidas ni a las bisabuelas de los títulos actuales.
Otros se especializan en el conflicto físico, y han matado a los campeones de boxeo de Europa una noche de juerga, en la esquina del Chiado [121] . Unos son influyentes con todos los ministros de todos los ministerios, y éstos son aquellos de los que menos hay que dudar, pues no repugna.
Unos son grandes sádicos, otros son grandes pederastas, otros confiesan, con una tristeza de voz alta, que son brutales con las mujeres. Las llevaron allí, a latigazos, por los caminos de la vida. Al fin se quedan debiendo el café.
Hay los poetas, hay los (…)
No conozco mejor cura para todo este lamazal de sombras que el conocimiento directo de la vida humana corriente, en su realidad comercial, por ejemplo, como la que surge en la oficina de la Calle de los Doradores. ¡Con qué alivio volvía yo de aquel manicomio de títeres hacia la presencia real de Moreira, mi jefe, contable auténtico y sabedor, mal vestido y mal tratado, pero lo que ninguno de los otros conseguía ser, lo que se dice un hombre…!