429 Omar Khayyán
El tedio de Khayyán no es el tedio de quien no sabe qué hacer, porque en verdad nada puede o sabe hacer. Ese es el tedio de los que han nacido muertos, y de los que legítimamente se orientan hacia la morfina o la cocaína. Es más profundo y más noble el tedio del sabio persa. Es el tedio de quien pensó claramente y vio que todo era oscuro; de quien midió todas las religiones y todas las filosofías y dijo después, como Salomón: «He visto que todo era vanidad y aflicciones de ánimo», o como, al despedirse del poder y del mundo, otro rey, que era emperador en él, Septimio Severo, «Omnia fui, nihil…» «Lo he sido todo; nada vale la pena».
La vida, dijo Tarde [368] , es la busca de lo imposible a través de lo inútil; así diría, si lo hubiese dicho, Ornar Khayyán.
De ahí la insistencia del persa en el consumo del vino. ¡Bebe! ¡Bebe! es toda su filosofía práctica. No es el beber de la alegría, que bebe para alegrarse más, para ser más ella misma. No es el beber de la desesperación, que bebe para olvidar, para ser menos ella misma. Al vino junta la alegría, la acción y el amor; y hay que fijarse en que no hay en Khayyán nota alguna de energía, ninguna frase de amor. Aquella Saki, cuya grácil figura entrevista surge (pero surge poco) en los Rubayat, no es más que la «muchacha que sirve el vino». El poeta es agradecido a su esbeltez como lo fue a la esbeltez del ánfora que contuviese el vino.
La alegría habla, del vino, como el Deán Aldrich:…
La filosofía práctica de Khayyán se reduce, pues, a un epicureismo suave, difuminado hasta el mínimo del deseo de placer. Le basta ver rosas y beber vino. Una brisa leve, una conversación sin objeto ni propósito, una jarrita de vino, flores, en eso, y en no más que eso, pone el sabio persa su deseo máximo. El amor agita y cansa, la acción dispersa y fracasa, nadie sabe saber, y pensar lo empeña todo. Más vale pues cesar, en nosotros, de desear o de esperar, de tener la pretensión fútil de explicar el mundo, o el propósito estulto de enmendarlo o gobernarlo. Todo es nada o, como se dice en la Antología Griega, «todo procede de la sinrazón», y es un griego, y por lo tanto un racional, quien lo dice.