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Y hoy, pensando en lo que ha sido mi vida, me siento un cualquier animal vivo, transportado en un cesto de los de encorvar el brazo, entre dos estaciones suburbanas. La imagen es estúpida, pero la vida que he definido es todavía más estúpida que ella. Esos cestos suelen tener dos tapas, como medios óvalos, que se levantan un poco en uno y otro de los bordes curvos si el bicho se agita. Pero el brazo de quien lo transporta, apoyado un poco a lo largo de las articulaciones centrales, no deja a una cosa tan débil levantar vilmente más que los extremos inútiles, como alas de una mariposa que está perdiendo fuerzas.
Me he olvidado de que hablaba de mí con la descripción del cesto. Lo veo claramente, y al brazo gordo y blanco quemado de la criada que lo transporta. No consigo ver a la criada más allá del brazo y su vello. No consigo sentirme bien sino -de repente- una gran frescura de (…) de esas varillas y cintas con que se tejen los cestos y donde me agito, bicho, entre dos paradas que siento. Entre ellas reposo en lo que parece ser un banco y hablan allá, fuera de mi cesto. Me duermo porque me tranquilizo, hasta que me levanten de nuevo en la parada.
5-4-1930.