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Nunca amamos a nadie. Amamos, tan solamente, a la idea que nos hacemos de alguien. Es a un concepto nuestro -en suma, a nosotros mismos- a lo que amamos.
Esto es verdad en toda la escala del amor. En el amor sexual buscamos un placer nuestro dado por intermedio de un cuerpo extraño. En el amor diferente del sexual, buscamos un placer nuestro dado por intermedio de una idea nuestra. El onanista es abyecto pero, en exacta verdad, el onanista es la perfecta expresión lógica del amante. Es el único que no disimula ni se engaña.
Las relaciones entre un alma y otra, a través de cosas tan inciertas y divergentes como las palabras corrientes y los gestos que se hacen, son una materia de extraña complejidad. En el propio arte en que nos conocemos, nos desconocemos. Dicen los dos «te amo» o piensan y sienten mediante una permuta, y cada uno quiere decir una idea diferente, una vida diferente, hasta, por ventura, un color o un aroma diferente, en la suma abstracta de impresiones que constituye la actividad del alma.
Estoy hoy lúcido como si no existiese. Mi pensamiento es, en claro, como un esqueleto, sin los trapos carnales de la ilusión de expresar. Y estas consideraciones, que formo y abandono, no han nacido de nada -de nada, /por lo/ menos, que esté en la platea de mi conciencia. Tal vez esa desilusión del dependiente con la chica que tenía, tal vez cualquier frase leída en los sucesos pasionales que los periódicos transcriben de los extranjeros, tal vez hasta una vaga náusea que traigo conmigo y no he expelido [344] físicamente…
Dijo mal el escoliasta de Virgilio. Es comprensible que sobre todo nos cansemos. Vivir es no pensar.
25-7-1930.