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No subordinarse a nada -ni a un hombre, ni a un amor, ni a una idea, tener esa independencia lejana que consiste en no creer en la verdad, ni, si la hubiese, en la utilidad de su conocimiento -tal es el estado en que, me parece, debe transcurrir, para consigo misma, la vida íntima intelectual de los que no viven sin pensar. Pertenecer: he ahí la trivialidad. Credo, ideal, mujer o profesión -todo eso es la celda y las cadenas. Ser es estar libre. La misma ambición, si vano orgullo y pasión, es un fardo; no nos enorgulleceríamos si comprendiésemos que es un cordel con el que tiran de nosotros. No: ¡ni ligaduras con nosotros! Libres de nosotros como de los demás, contemplativos sin éxtasis, pensadores sin conclusión, viviremos, liberados de Dios, el pequeño intervalo que las distracciones de los verdugos conceden a nuestros éxtasis en la parada. Tenemos mañana la guillotina. Si no la tuviésemos mañana, la tendríamos pasado mañana. Paseemos al sol el reposo de antes del final, ignorantes voluntariamente de los propósitos y de las persecuciones. El sol dorará nuestras frentes sin arrugas y la brisa tendrá frescura para quien deje de esperar.

Empujo la pluma por la escribanía y rueda, regresando, sin que yo la coja, por el declive en el que trabajo.

Lo he sentido todo de repente. Y mi alegría se manifiesta en este gesto de una rabia que no tengo.