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La miseria de mi condición no es estorbada por estas palabras conjugadas con que formo, poco a poco, mi libro casual y meditado. Sobrevivo [327] nulo en el fondo de cada expresión, como un polvo indisoluble en el fondo del vaso en el que sólo se ha bebido agua. Escribo mi literatura como escribo mis asientos: con cuidado e indiferencia. Ante el vasto cielo estrellado y el enigma de muchas almas, la noche del abismo desconocido y el llanto de no comprender nada -ante todo esto, lo que escribo en el libro auxiliar de caja y lo que escribo en este papel del alma son cosas igualmente limitadas a la Calle de los Doradores, muy poco a los grandes espacios millonarios del universo.
Todo esto es sueño y fantasmagoría, y poco vale que el sueño sea asientos como prosa de buen porte. ¿De qué más sirve soñar con princesas que soñar con la puerta de entrada de la oficina? Todo lo que sabemos es una impresión nuestra, y todo lo que somos es una impresión ajena, melodrama [328] de nosotros, que, sintiéndonos, nos constituimos en nuestros propios espectadores activos, en nuestros dioses por licencia de la […]