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334 Segunda parte

Lo que de primordial hay en mí es la costumbre y la manera de soñar. Las circunstancias de mi vida, desde niño solo y tranquilo, otras fuerzas tal vez, moldeándome de lejos, por heredamientos oscuros, a su siniestro corte, han hecho de mi espíritu una constante corriente de devaneos. Todo lo que soy reside en esto, e incluso aquello que en mí parece más lejos de poner de relieve al soñador, pertenece sin escrúpulo al alma de quien únicamente sueña, elevada a su más alto grado.

Quiero, para mi propio gusto de analizarme, ir, a medida que esto me acomode, poniendo en palabras los procesos mentales que en mí son uno solo, ése, el de una vida consagrada al sueño, de un alma educada tan sólo en soñar.

Viéndome desde fuera, como casi siempre me veo, soy un inepto para la acción, perturbado ante el tener que dar pasos y hacer gestos, inhábil para hablar con los demás, sin lucidez interior para entretenerme con lo que provoque esfuerzo a mi espíritu, ni secuencia física para aplicarme a ningún mero mecanismo de entretenimiento trabajando.

Esto es natural que yo sea. El soñador se entiende que sea así. Toda realidad me perturba. El habla de los demás me sumerge en una angustia enorme. La realidad de las demás almas me sorprende constantemente. La vasta red de inconsciencias que es toda acción que veo me parece una ilusión absurda, sin coherencia plausible, nada.

Pero si se cree que desconozco los trámites de la psicología ajena, que yerro en la percepción clara de los motivos y de los íntimos pensamiento de los demás, se producirá un error sobre lo que soy.

Porque yo no soy un soñador, sino que soy exclusivamente un soñador. La costumbre única de soñar me ha proporcionado una extraordinaria nitidez de visión interior. No sólo veo con espantoso y a veces perturbador relieve las figuras y los decorados de mis sueños, sino que con igual relieve veo mis ideas abstractas, mis sentimientos humanos -lo que me queda de ellos-, mis secretos impulsos, mis actitudes psíquicas ante mí mismo. Afirmo que mis propias ideas abstractas, yo las veo en mí, yo las veo con una interior visión real en un espacio interior. Y, así, mis meandros me son más visibles en sus mínimos [sic ].

Por eso, me conozco enteramente y, a través de conocerme enteramente, conozco enteramente a toda la humanidad. No hay un bajo impulso, como no hay una noble intención que no haya sido relámpago en mi alma; yo sé con qué gestos se muestra cada uno. Bajo las máscaras, que usan las malas ideas, de buenas o indiferentes, incluso dentro de nosotros y por los gestos, las conozco por quienes son. Sé lo que en nosotros se esfuerza por engañarnos. Y así, a la mayoría de los que veo los conozco mejor que ellos a sí mismos. Me aplico muchas veces a sondearlos, porque así los vuelvo míos. Conquisto el psiquismo que explico, porque para mí soñar es poseer. Y así se ve cuan natural es que yo, soñador como soy, sea el analítico que me reconozco.

Entre las pocas cosas que me gusta leer, destaco, por eso, las piezas teatrales. Todos los días suceden en mí piezas, y yo conozco a fondo cómo se proyecta un alma en la proyección del Mercator, planamente. Me entretengo poco, además, con esto; tan constantes, vulgares y enormes son los errores de los dramaturgos. Nunca me ha satisfecho ningún drama. Conociendo la psicología humana con una claridad de relámpago que sondea todos los rincones con una sola mirada, el grosero análisis y construcción de los dramaturgos me hiere, y lo poco que leo de este género me disgusta como un borrón de tinta atravesado en la escritura.

Las cosas son la materia de mis sueños; por eso aplico una atención distraídamente superatenta a ciertos detalles de lo Exterior.

Para darle relieve a mis sueños, necesito conocer cómo es como los paisajes reales y los personajes de la vida se nos aparecen en relieve. Porque la visión del soñador no es como la visión del que ve las cosas. En el sueño, no se da el posarse la vista sobre lo importante y lo no importante de un objeto que hay en la realidad. Sólo lo importante es lo que ve el soñador. La realidad verdadera de un objeto es sólo parte de él; el resto es el pesado tributo que paga a la materia a cambio de existir en el espacio. De manera semejante, no hay en el espacio realidad para ciertos fenómenos que en el sueño son palpablemente reales. Un ocaso real es imponderable y transitorio. Un ocaso de sueño es fijo y eterno. Quien sabe escribir es el que sabe ver sueños claramente (y es así) o ver en sueños la vida, ver la vida inmaterialmente, sacándole fotografías con la máquina del devaneo, sobre la que los rayos de lo pasado, de lo inútil y de lo circunscrito no tienen acción, y dan negro en la placa espiritual.

En mí, esta actitud, que el mucho soñar me ha enquistado, me hace ver siempre, en la realidad, la parte que es sueño. Mi visión de las cosas suprime siempre en ellas lo que mi sueño no puede utilizar. Y así vivo siempre en sueños, incluso cuando vivo en la vida. Mirar a un ocaso en mí o a un ocaso en lo Exterior es para mí lo mismo, porque veo de la misma manera, puesto que mi visión está cortada igualmente.

Por eso, la idea que me hago de mí es una idea que a muchos les parecerá equivocada. En cierto modo, es equivocada. Pero yo me sueño a mí mismo y escojo de mí lo que es sonable, y me compongo y recompongo de todas las maneras hasta estar bien ante lo que exijo de lo que soy y no soy. A veces, el mejor modo de ver un objeto es anularlo, pero él subsiste, no sé explicar cómo, hecho de materia de negación y anulación; así hago a grandes espacios de mi ser, que suprimidos en mi cuadro de mí, me transfiguran para mi realidad.

¿Cómo, entonces, no me engaño respecto a mis íntimos procesos de ilusión de mí? Porque el proceso que arranca para una realidad más que real un aspecto del mundo o una figura del sueño, arranca también, para que sea más real, una emoción o un pensamiento; lo despoja, por tanto, de todo pertrecho de noble o puro cuando, lo que casi siempre sucede, no lo es. Repárese en que mi objetividad es absoluta, la más absoluta de todas. Yo creo el objeto absoluto, con cualidades de absoluto en su concreción. Yo no he huido propiamente de la vida, en el sentido de procurar para mi alma una cama más blanda, sólo he mudado de vida y he encontrado en mis sueños la misma objetividad que encontraba en la vida. Mis sueños -esto lo estudio en otra página- se yerguen independientes de mi voluntad y muchas veces me golpean y me hieren. Muchas veces, lo que he descubierto en mí me desoía, me avergüenza (quizás debido a un resto de humanidad en mí -¿qué es la vergüenza?) y me asusta.

En mí, el devaneo ininterrumpido sustituye a la atención. He pasado a superponer a las cosas vistas, incluso cuando ya sonadamente vistas, otros sueños que llevo conmigo. Distraído ya lo suficiente para hacer bien aquello a lo que llamo ver las cosas en sueños, aun así, porque esa distracción era motivada por un perpetuo devaneo y una, tampoco exageradamente atenta, preocupación por el decurso de mis sueños, superpongo lo que sueño al sueño que veo e intersecciono la realidad ya despojada de la materia con una inmaterialidad absoluta.

De ahí la habilidad que he adquirido de seguir varias ideas al mismo tiempo, observar las cosas y al mismo tiempo soñar asuntos muy diferentes, estar al mismo tiempo soñando un ocaso real sobre el Tajo real y una mañana soñada en un Pacífico interior; y las dos cosas soñadas se intercalan la una en la otra, sin mezclarse, sin propiamente confundir más que el estado emotivo diferente que cada una provoca, y soy como alguien que viese pasar por la calle mucha gente y simultáneamente sintiese dentro las almas de todos -lo que tendría que realizar en una unidad de sensación- al mismo tiempo que veía los varios cuerpos -ése tenía que verlos diferentes- cruzarse en la calle llena de movimientos de piernas.

(Posterior a 1914.)