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Tengo por una intuición que para las criaturas como yo ninguna circunstancia material puede ser propicia, ningún caso de la vida tener una solución favorable. Si ya por estas razones me aparto de la vida, ésta contribuye también a que yo me aparte. Esas sumas de hechos que, para los hombres vulgares, inevitabilizarían el éxito, tienen, cuando a mí se refieren, otro resultado cualquiera, inesperado y adverso.

Me nace, a veces, de esta constatación una impresión dolorosa de enemistad divina. Me parece que sólo por una disposición consciente de los hechos, de modo que me resulten maléficos, la /serie de desastres/ que define a mi vida podría haberme acontecido. Resulta de todo esto que, para mi esfuerzo, yo no intento nada demasiadamente. La suerte, si quiere, que venga a estar conmigo. Sé de sobra que mi mayor esfuerzo no logra la consecución que en otros tendría. Por eso me abandono a la suerte, sin esperar mucho de ella. ¿Para qué? Mi estoicismo es una necesidad orgánica. Necesito acorazarme contra la vida. Como todo estoicismo no pasa de ser un epicureismo severo, deseo, cuanto es posible, hacer que mi desgracia me divierta. No sé hasta qué punto lo consigo. No sé hasta qué punto consigo algo. No sé hasta qué punto se puede conseguir algo…

Donde otro vencería, no por su esfuerzo, sino por una inevitabilidad de las cosas, yo, ni por esa inevitabilidad, ni por ese esfuerzo, venzo o vencería.

Quizás he nacido espiritualmente un día corto de invierno. La noche ha llegado pronto a mi ser. Sólo en frustración y abandono puedo realizar mi vida.

En el fondo, nada de esto es estoico. Es tan sólo en las palabras donde está la nobleza de mi sufrimiento. Me quejo como un niño enfermo. Me amohíno como un ama de casa. Mi vida es enteramente fútil y enteramente triste.