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No sé cuántos habrán contemplado con la mirada que merece una calle desierta con gente en ella. Ya esta manera de decir parece querer decir cualquier otra cosa, y efectivamente la quiere decir. Una calle desierta no es una calle por la que no pasa nadie, sino una calle donde los que pasan, pasan por ella como si estuviese desierta. No hay dificultad en comprender esto una vez se haya visto: una cebra es imposible para quien no conozca más que un burro.
Las sensaciones se ajustan, dentro de nosotros, a ciertos grados y tipos de comprensión de ellas. Hay maneras de entender que tienen maneras de ser entendidas.
Hay días en que sube en mí, como de la tierra ajena a la cabeza propia, un tedio, un disgusto de vivir que sólo no me parece insoportable porque en realidad lo soporto. Es un estrangulamiento de la vida en mí mismo, un deseo de ser otra persona en todos los poros, una breve noticia del final.
(¿1932?)