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Las cosas más sencillas, más verdaderamente sencillas, que nada puede convertir en semi-sencillas, me las torna complicadas el vivirlas. Dar a alguien los buenos días me intimida a veces. Se me seca la voz, como si hubiese una audacia extraña en decir esas palabras en voz alta. Es una especie de pudor de existir -/¡no tiene otro nombre!/
El análisis temperamental [273] de nuestras sensaciones crea un modo nuevo de sentir que parece artificial a quien analiza sólo con la inteligencia, y no con la propia sensación.
Toda la vida he sido fútil metafísicamente, serio jugando. Nada he hecho en serio, por más que quisiese. Se ha divertido conmigo, en mí, un destino /mordaz/ [274] .
¡Tener sensaciones de etamina, o de seda, o de brocado! ¡Tener emociones descriptibles de esta manera! ¡Tener emociones descriptibles!
Sube por mí, en el alma, un arrepentimiento que es un Dios por todo, una pasión sorda de lágrimas por la condenación de los sueños en la carne de quienes los soñaron… Y odio sin odio a todos los poetas que han escrito versos, /a todos los idealistas que han hecho ver su ideal, a todos los que han conseguido lo que querían/.
Vagabundeo indefinidamente por las calles tranquilas, ando hasta cansar al cuerpo de [275] acuerdo con el alma, me duele hasta ese extremo del dolor conocido que experimenta un gozo en sentirse, una compasión maternal por sí mismo, que es musicada e indefinible.
¡Dormir! ¡Adormecerse! ¡Tranquilizarse! ¡Ser una conciencia abstracta de respirar sosegadamente, sin mundo, sin astros, sin alma -mar muerto de emoción que refleja una ausencia de estrellas!