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Florece alto en la soledad nocturna un velón desconocido por detrás de una ventana. Todo lo demás, en la ciudad que veo, está oscuro, salvo donde los reflejos débiles de la luz de las calles suben vagamente y hacen acá y allá flotar a una luz de luna invertida, muy pálida. En la negrura de la noche, las mismas casas destacan poco, entre sí, sus diferentes colores, o tonos de colores: sólo diferencias vagas, se diría que abstractas, irregularizan el conjunto atropelado [217]
Un hilo invisible me une al dueño anónimo del velón. No es la común circunstancia de que estemos ambos despiertos: no hay en ello una reciprocidad posible, pues, estando yo a la ventana en la oscuridad, él no podrá verme nunca. Es otra cosa, sólo mía, que se prende un poco a la sensación de aislamiento, que participa de la noche y del silencio, que escoge ese velón como punto de apoyo porque es el único punto de apoyo que existe. Parece que es porque está encendido por lo que es tan oscura la noche. Parece que es por estar yo despierto, soñando en la tiniebla, por lo que está alumbrando.
Todo lo que existe existe quizás porque otra cosa existe. Nada es, todo coexiste: quizás así esté bien. Siento que yo no existiría, en este momento -que no existiría, por lo menos, del modo que estoy existiendo, con esta conciencia presente de mí, que por ser conciencia y presente es en este momento enteramente yo-, si ese velón no estuviese encendido más allá, en otra parte, faro que no está indicando nada en un falso privilegio de altura. Siento esto porque no siento nada. Siento esto porque esto es nada. Nada, nada, parte de la noche y del silencio y de lo que con ellos soy yo de nulo, de negativo, de intervalar, espacio entre mí y mí, cosa olvido de cualquier dios…
8-9-1933.