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Para sentir la delicia y el terror de la velocidad no necesito automóviles veloces ni trenes expresos. Me basta un tranvía y la espantosa facultad de abstracción que poseo y cultivo.

En un tranvía en marcha, sé, gracias a una actitud constante e instantánea del análisis, separar la idea de tranvía de la idea de velocidad, separarlas del todo, hasta que son cosas reales diferentes. Después, puedo sentirme siguiendo, no dentro del tranvía, sino dentro de su mera velocidad. Y, cansado, si acaso quiero el delirio de la velocidad enorme [163] , puedo transportar la idea a la Pura imitación de la velocidad y a mi gusto aumentarla o disminuirla, ampliarla más allá de todas las velocidades posibles de vehículos trenes.

Correr riesgos reales, además de empavorecerme, no es por miedo que yo sienta excesivamente, me perturba la perfecta atención a mis sensaciones, lo que me molesta y despersonaliza.

Nunca voy a donde hay riesgo. Le tengo miedo al tedio de los peligros.

Un ocaso es un fenómeno intelectual.

[163] Lectura dudosa.