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…desdeñable como los fines de la vida que vivimos, sin que queramos nosotros tales fines.

La mayoría, si no la totalidad, de los hombres vive(n) una vida desdeñable, desdeñable en todas sus alegrías, y desdeñable en casi todos sus dolores, salvo en aquellos que se fundamentan en la muerte, porque en éstos colabora el Misterio (y la misma vida se desmiente).

Oigo, filtrados por mi distracción, los ruidos que suben /fluidos/ y dispersos, en [150] ondas interfluyentes al acaso y desde fuera, como si viniesen de otro mundo: gritos de vendedores, que venden lo natural, como hortalizas, o lo social, como lotería; rayar redondo de ruedas -carros y coches a saltos- automóviles, más oídos en el movimiento que en la rotación; el tal sacudir de cualquier tejido en cualquier ventana; el silbido del chico; la carcajada del piso alto; el gemido metálico del tranvía en la otra calle; lo que de mezclado emerge de lo transversal; subidas, bajadas, silencios de lo variado; truenos torpes del transporte; algunos pasos; principios, medios y fines de voces -y todo esto existe para mí, que duermo pensarlo, como una piedra entre hierba, de cualquier modo atisbando desde fuera de lugar.

Después, y al lado, es dentro de la casa donde los ruidos confluyen con los otros: los pasos, los platos, la escoba, el cantar interrumpido -(medio-fado)-; la víspera en la combinación del balcón [151] ; la irritación de lo que falta en la mesa; la petición de los cigarros que se han quedado encima de la cómoda -todo esto es la realidad, la realidad anafrodisíaca que no entra en mi imaginación.

Leves los pasos de la doncella, chinelas que revisualizo de trencilla encarnada y negra y, si así las visualizo, el sonido toma algo de la trencilla encarnada y negra; seguros, firmes, los pasos de botas del hijo de la familia que sale y se despide alto, con el portazo cortando el eco del luego que viene después del hasta; un sosiego, como si el mundo se acabase en este cuarto piso alto; ruido de loza que va a ser lavada; correr de agua; «pues no te dije que»…y el silencio pita desde el río.

Pero yo me amodorro, digestivo e imaginador. Tengo tiempo, entre cenestesias. Y es prodigioso pensar que yo no querría, si ahora me preguntasen y yo respondiese, mejor breve vida que estos lentos minutos, esta nulidad del pensamiento, de la emoción, de la acción, casi de la misma sensación, el ocaso nato de la voluntad dispersa. Y entonces reflexiono, casi sin pensamiento, que la mayoría, si no la totalidad, de los hombres, así vive, más alto o más bajo, parados o andando, pero con la misma modorra para los fines últimos, el mismo abandono de los propósitos formados, la misma /sensación/ de la vida. Siempre que veo un gato al sol me recuerda a la humanidad. Siempre que veo dormir me acuerdo de que todo es sueño. Siempre que alguien me dice que ha soñado, pienso si piensa que nunca ha hecho más que soñar. El ruido de la calle aumenta, como si una puerta se abriese, y tocan el timbre.

Lo que ha sido no era nada, porque la puerta se ha cerrado en seguida. Los pasos cesan al final del pasillo. Los platos llevados alzan la voz de agua y loza. […]

[150] «como».


[151] «combinación» en el sentido de «acuerdo», de ponerse de acuerdo.