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Miro a mi amor. No se mueve, y Diana, con maña, saca el consolador doble de ambas, se baja de la encimera y dice, abriéndome a tope las piernas:

—Dame tu jugo..., dámelo.

Su boca ansiosa me lame. Quiere mi orgasmo. Me chupa con pericia, y yo me vuelvo loca de nuevo. Nunca me ha pasado eso anteriormente. Nunca habría imaginado que una mujer pudiera hacer que me corriera dos veces en menos de dos minutos. Pero ella, Diana, con desenvoltura, lo consigue, y yo me entrego a ella dispuesta a que lo logre mil veces más. Eric se acerca; yo extiendo la mano y me la besa mientras ella disfruta de mí.

Me siento como una muñeca entre sus brazos cuando mi amor me agarra y me baja de la encimera. Su duro pene choca con mis piernas y sonrío. Me posa en la cama. Se sienta a mi lado, y la mujer al otro. Me tocan. Cuatro manos recorren mi cuerpo, y yo jadeo. La puerta se abre y entra un hombre desnudo. Observa nuestro juego mientras yo me fijo en cómo su pene crece mientras nos contempla.

Paramos. El recién llegado se presenta como Jefrey, y Eric se agacha y pregunta:

—¿Te ha gustado Diana?

—Sí... —susurro como puedo.

Sonríe. Me besa, y cuando abandona mi boca, pregunto, extasiada:

—¿Puedo pedirte algo?

Mi amor me retira el pelo de la frente y asiente.

—Lo que quieras.

Acalorada, me levanto de la cama. Tumbo a Eric y, sentándome sobre él, murmuro:

—Quiero que Jefrey te masturbe.

Jefrey accede al segundo. Mi alemán no dice nada. Tumbado me mira. Su gesto me muestra que eso no le gusta, y entonces susurro antes de besarlo:

—Soy tu mujer, ¿verdad? —Eric asiente—. Y tú eres mi marido, ¿verdad?

Vuelve a asentir y con sensualidad le beso los labios.

—Entrégate a mí y a mis fantasías, cariño. Sólo te masturbará. Te lo prometo.

Veo que cierra los ojos. Piensa en mi proposición, y cuando los abre, asiente. Lo beso. Sé lo que supone eso para él y me agrada. Me siento a un lado, le toco los pezones y murmuro:

—Jefrey, haz que disfrute mi marido.

Sin dudar un segundo, Jefrey se arrodilla en la cama, coge el duro pene de Eric y lo masajea. Lo mueve de arriba abajo, y Eric cierra los ojos. No quiere verlo. La mujer se pone a mi lado y toca mis pechos. Le gusto y me lo hace saber mientras él sigue masturbando a mi amor. Le toca, tira de él, hasta que se mete la totalidad del pene en la boca. Eric se arquea. Jadea. Gustosa de ver aquello, me acerco a su boca.

—Abre las piernas, cariño.

Me hace caso. Jefrey se acomoda entre las piernas de Eric para lamer, chupar y excitar al hombre al que amo. Indico a la mujer que me toca que le chupe los pezones. Lo hace y asiento, gozosa de controlar la situación. Me gusta ordenar, tanto como ser ordenada. Jefrey, con la boca ocupada, pasea sus manos libres por el trasero de mi amor, y éste se contrae. Disfruta con las caricias. Cierra los ojos, y yo exijo:

—Mírame.

Obedece. Clava su azulada mirada en mí mientras siento que el vello del cuerpo se le eriza ante lo que ese hombre le hace. Eric se arquea. El placer rudo que le ocasiona Jefrey y que nunca había probado lo aviva. De pronto, soy consciente de que Eric tiene una de sus manos sobre la cabeza de Jefrey. Lo empuja a bajar sobre su pene. Quiere más. Sonrío. Mi amor jadea y, loca de excitación, hago que Jefrey se quite, me siento a horcajadas sobre él y me empalo.

Eric coge mis caderas y me aprieta contra él en busca de su loco orgasmo, mientras Jefrey y la mujer nos observan. Cuando mi amor da un sórdido gemido, me aprieto contra él, y entonces, sólo entonces, se deja ir.

Tumbada sobre él lo abrazo. Lo beso y pregunto:

—¿Todo bien, cariño?

Eric me mira. Cabecea y murmura:

—Sí, pequeña. Al final, lo has conseguido.

Eso me hace reír. De pronto, la puerta se abre. Dexter entra con un hombre desnudo. Eric se levanta y se mete en la ducha mientras yo me quedo sentada en la cama. La mujer que está a mi lado no se puede resistir y comienza a tocarme. El mexicano sonríe, se acerca a mí y me enseña la cadenita de los pezones. Sin necesidad de que me lo pida, acerco mis pechos a él y los pellizca con las pinzas. Luego, tira de las cadenas y murmura:

—Diosa..., hazme disfrutar.

Eric regresa con nosotros y se sienta en una butaca. Sé que quiere observar. Lo sé. La mujer que está a mi lado me susurra que quiere de nuevo mi vagina. Accedo. Abro mis piernas tumbada en la cama y guío su cabeza hasta ella. Con exigencia, la agarro por el pelo mientras me chupa, y soy yo la que en ese momento marca la intensidad. Ella coge la cadena que hay entre mis pechos y cada vez que con sus labios tira de mi clítoris tira de la cadena, y yo grito.

Somos el espectáculo caliente y morboso de cuatro hombres. Me gusta serlo. Ellos nos miran, y observo que Jefrey y el otro se ponen preservativos. Dexter respira con irregularidad, y Eric me come con la mirada. Los hombres disfrutan de lo que ven entre nosotras, y yo disfruto de ser mirada.

Cuando el orgasmo me hace convulsionar, la mujer vuelve a chuparme con avidez. Desea mi esencia. Yo dejo que tome toda la que quiera. Venero cómo me chupa. Eric la llama, la aleja de mí y le pide que se siente a horcajadas sobre él.

Como un dios, todopoderoso mi dueño me mira. Yo lo miro y lo oigo decir:

—Quiero ver cómo te follan.

Miro a los dos hombres que me observan. Ambos se suben a la cama y comienzan a tocarme mientras Eric se deja hacer por la mujer.

Dexter se acerca a mí, me agarra de la cadenita y, tirando de ella hasta estirarme los pezones al máximo, sisea, quitándomela:

—... déjame ponerte el trasero rojo.

Me doy la vuelta, le ofrezco mi culo y, tras besarlo, me da seis azotes. Tres en cada lado. Después, acerca su cara a las cachas de mi trasero y, al sentir su calor, murmura:

—Ahora sí, diosa..., ahora ya estás preparada.

Jefrey me tumba en la cama. Se pone sobre mí y me chupa mis doloridos pezones. Por extraño que parezca a pesar de estar doloridos el hormigueo que siento ante los lametazos me hace disfrutar. La demanda de Jefrey en sus movimientos es excitante, y cuando él lo considera oportuno, me pone sobre él. Yo me dejo.

—Ofrécele tus pechos —pide Eric.

Me agacho sobre Jefrey y mis pechos van a su boca. Los chupa, los lame y los endurece, mientras el otro hombre me toca la cintura y me muerde con mimo las costillas. Así estamos unos minutos, hasta que Jefrey, ante la atenta mirada de mi amor, me penetra. A su antojo me zarandea y yo jadeo. Agarrado a mi cintura me desplaza de adelante atrás, y su pene entra sin piedad en mí. Disfruto. Me sofoco, y Eric no me quita ojo.

De pronto, siento que el otro hombre me da un azote, me abre las nalgas y me llena de lubricante. Con firmeza, mete un dedo en mi ano y lo comienza a mover mientras Jefrey me penetra sin parar. Yo jadeo. Eric se levanta. Se sube a la cama y, acercándose a mí, murmura:

—¿Estás preparada, cariño?

Ardorosa, asiento, y entonces aquel desconocido pone su erección en el agujero de mi ano y comienza a entrar en mí hasta que me empala completamente. Yo resoplo al sentirme totalmente follada ante los ojos de mi amor. Mi ano está dilatado. No hay dolor. Sólo placer. Una y otra vez aquellos hombres entran y salen de mí, y yo disfruto. Diana se tumba en la cama, coge la enorme erección de Eric y se la mete en la boca. Lo chupa. Lo disfruta.

—Así, cariño..., así..., arquéate... —murmura Eric extasiado por lo que ve, hasta que da un grito varonil y se corre en la boca de aquella mujer.

Esos desconocidos continúan hundiéndose en mí y mi cuerpo los acepta. Dexter pide a Jefrey que me muerda los pezones y, al que está detrás, que me azote. Lo hacen al mismo tiempo que me follan. Una vez..., y otra..., y otra más, hasta que me corro y ellos también.

Tras eso, Eric me besa. Hace salir de mí a los hombres, me coge de la cintura y me lleva entre sus brazos hasta la ducha. El agua cae sobre nuestros cuerpos y no hablamos. Mi vagina y mi ano aún tiemblan. Todo ha sido tan morboso y excitante que apenas puedo pronunciar palabra. Mi Iceman pasa su mano por mi cara y murmura: