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Frida y mi hermana hablan. Se recuerdan de cuando se vieron en la carrera de motocross. Ambas son madres y hablan de niños. Yo las escucho durante un rato, y cuando mi hermana se aleja, Frida me dice al oído:

—Pronto habrá una fiestecita privada en el Natch.

—¡Guau, qué interesante!

—Muy..., muy interesante —se mofa Frida, divertida.

Sonrío mientras la sangre se me sube a la cabeza. ¡Sexo!

Diez minutos después, me estoy partiendo de risa con mi hermana. Es una criticona incansable y las valoraciones que me hace en referencia a algunas cosas son dignas de escuchar. Sonia, encantada de organizar esa fiesta para mí, en un momento dado me lleva a un lateral del salón.

—Hija, qué alegría poder celebrar la fiesta de cumpleaños en mi casa con tu familia.

—Gracias, Sonia. Has sido muy amable por recibirnos a todos.

La mujer sonríe y, señalando al pequeño Flyn, murmura:

—¿Te ha gustado su regalo?

Me toco el cuello y se lo enseño.

—Es precioso.

Sonia sonríe y cuchichea:

—Quiero que sepas que el otro día, cuando mi nieto me llamó por teléfono para pedirme que lo llevara a un centro comercial y le ayudara a comprarte un regalo de cumpleaños, no me lo podía creer. ¡Salté de alegría! Me emocionó que me llamara y me pidiera ayuda. Es la primera vez que lo hace. Y en el camino, conversó conmigo como no lo había hecho nunca. Incluso me preguntó por su madre y si quería que me llamara «abuela».

La mujer se emociona, y tras mover la cabeza en señal de «¡no quiero llorar!», prosigue:

—También me dijo lo feliz que está porque tú estás viviendo con él.

—¿En serio?

—Sí, cielo. No me caí de culo porque estaba sentada.

Ambas nos reímos, y Sonia, emocionada, indica:

—Te lo dije una vez cuando te conocí: eres lo mejor que le ha podido ocurrir a Eric.

—Y tu hijo es lo mejor que me ha podido ocurrir a mí —insisto.

Sonia cabecea. Asiente y cuchichea.

—Este hijo mío, con lo cabezota y mandón que es, ha tenido mucha suerte por encontrarte. Y Flyn, ya ni te cuento. Eres perfecta para ellos. —Sonrío, y dice—: Por cierto, Jurgen me ha dicho que eres una maravillosa corredora de motocross. Estoy deseando ir un día a verte. ¿Cuándo te apuntarás a una carrera?

Me encojo de hombros. De momento, no me he apuntado a nada. No quiero que Eric se entere.

—Cuando lo haga, te avisaré. Y gracias por la moto. ¡Es estupenda!

Ambas nos reímos.

—A riesgo de la bronca que me caerá cuando Eric se entere y del enfado que se cogerá conmigo, me alegra saber que te lo pasas genial. Estoy segura de que Hannah estará sonriendo al ver que su querida moto vuelve a tener vida y que está bien cuidada en tu casa.

«Mi casa». Qué bien suenan esas palabras. No he discutido de nuevo con Eric por aquello. Tras la última discusión nunca más ha vuelto a referirse a su casa como tal, y ahora Sonia hace lo mismo. Emocionada, le doy un beso.

—Ya sabes, si tu hijo me echa cuando se entere, necesitaré una habitación.

—Tienes la casa entera, cariño. Mi casa es tu casa.

—Gracias. Es bueno saberlo.

Las dos nos reímos, y Eric se acerca a nosotras.

—¿Qué planean las dos mujeres más importantes de mi vida?

Sonia le da un beso en la mejilla y, divertida, se mofa mientras se aleja:

—Conociéndote, cariño, un disgusto para ti.

Eric la mira descolocado; después clava sus impactantes ojos en mí y, encogiéndome de hombros, respondo con voz angelical:

—No entiendo por qué ha dicho eso. —Y para cambiar de tema, susurro—: Frida me ha comentado que se está organizando otra fiestecita privada en el Natch.

Mi amor sonríe, acerca su boca a la mía y murmura:

—Sí, pequeña.

Nos dirigimos a la mesa y Eric, con galantería, retira la silla para que me siente, y cuando lo hago, me besa el hombro desnudo. Ambos sonreímos, y toma asiento frente a mí, justo al lado de mi padre y Flyn.

De pronto, mi hermana, que está sentada a mi lado, cuchichea:

—Cuchufleta, ¿te puedo hacer una pregunta?

—Y cincuenta —contesto.

Raquel mira con disimulo a su izquierda y, aproximándose de nuevo a mí, murmura:

—Estoy perdida con tanto tenedor, tanto cuchillo y tanta gaita. Lo de los cubiertos, ¿cómo se usaba?, ¿de fuera adentro o de dentro afuera?

La entiendo perfectamente. Yo aprendí el protocolo en las comidas de empresa. En nuestra casa, como en la gran mayoría de las casas del mundo, sólo utilizamos un cuchillo y un tenedor para toda la comida. Sonrío y respondo:

—De fuera adentro.

Con rapidez observo que se lo indica a mi padre, y éste, aliviado, asiente. ¡Qué mono es! Yo sonrío cuando mi hermana vuelve al ataque:

—¿Y cuál es mi pan?

Miro los cacitos que hay frente a nosotras y respondo:

—El de la izquierda.

Raquel sonríe de nuevo. Eric se da cuenta de todo, me mira con complicidad, y yo me pongo bizca. Su carcajada me toca el alma tanto como sé que mi gesto a él el corazón.

Por la noche, tras una velada estupenda, en la que me cantan el cumpleaños feliz y me hacen preciosos regalos, cuando regresamos a casa, todos estamos encantados y agotados. Sonia es una estupenda organizadora de fiestas y lo ha dejado patente.

Todos se acuestan, y Eric y yo entramos en nuestra habitación y cerramos la puerta. Sin encender las luces, nos miramos. La luz de la farola que entra por la ventana es lo único que nos deja ver nuestros rostros. Incapaz de permanecer más tiempo sin tocarlo, me acerco a él y, mimosa, le paso mis brazos por el cuello mientras le susurro:

—Pídeme lo que quieras, ahora y siempre.

Eric me besa, asiente y, sobre mi boca, repite:

—Ahora y siempre.

34

Tras una estupenda mañana en la piscina como le prometí a mi sobrina, por la tarde mi familia debe regresar a España. Lo hacen en el avión privado de Eric. Verlos marchar me apena, me entristece, pero estoy feliz por haber estado esas horas con ellos.

—Venga, pequeña, sonríe —murmura Eric, cogiéndome el moflete cuando para en un semáforo—. Ellos están bien. Tú estás bien. No tienes por qué estar triste.

—Lo sé. Pero los echo mucho de menos —murmuro.

El semáforo se pone verde, y Eric arranca. Miro por la ventanilla y, de pronto, la música suena a todo volumen. Alucinada, observo a mi chico y lo veo cantando a pleno pulmón Highway to Hell de los AC/DC:

Living easy, living free,

Season ticket on a on-way ride

Asking nothing leave me be

Taking everything in my stride...

Sorprendida, pestañeo.

Es la primera vez que lo veo cantar así. Me río y exagera los movimientos de malote. ¡Me encanta su lado salvaje! Eric mueve la cabeza al compás de la música y me incita con la mano para que cante y haga lo mismo. Divertida, comienzo a cantar con él a voz en grito. Nos miramos y reímos. De pronto, aparca el coche. Continuamos cantando, y cuando la canción acaba, ambos soltamos una carcajada.

—Siempre me ha gustado esta canción —dice Eric.

Me quedo boquiabierta porque esa cañera canción le guste.

—¿Te gustaban los AC/DC?

Sonríe, sonríe..., baja el volumen de la música y confiesa:

—Por supuesto. No siempre he sido tan serio.

Durante unos minutos, me explica su roquera vida de jovencito, y yo lo escucho sorprendida. ¡Vaya con Iceman! Pero cuando finaliza su relato, mi sonrisa ha desaparecido. Eric me mira. Sabe que pienso de nuevo en mi familia. Ve el dolor que tengo en la mirada por su marcha y dice:

—Sal del coche.

—¿Qué?

—Sal del coche —insiste.

Cuando lo hago, sonrío. Sé lo que va a hacer. Suena en la radio You are the sunshine of my life de Stevie Wonder. Eric sube el volumen a tope, sale del coche y camina hacia mí.