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—¿Daño? —repito con sarcasmo—. Esto no es hacerte daño, ¡so asquerosa! Esto es simplemente un aviso de que conmigo no se juega. Jugaste con ventaja la última vez. Tú sabías quién era yo, pero, en cambio, yo a ti no te conocía. Jugaste sucio conmigo, y yo, tonta de mí, no te vi venir. Pero escucha, conmigo no se juega, y si se hace, hay que estar dispuesta a encontrarse con la revancha.

Marta, asustada por los gritos, se suma a aporrear la puerta con las demás. No entiende lo que pasa. No entiende por qué me he puesto así. Eso me agobia, me desconcentra y, antes de soltar a Betta, siseo en su oído:

—Que sea la última vez que te acercas a Eric o a mí, porque te juro que, si lo vuelves a hacer, esto no se va a quedar en un aviso. Por tu bien, te quiero muy lejos de Eric. Recuérdalo.

Dicho esto la suelto, pero con el pie le doy en el trasero y cae de bruces al suelo. ¡Oh, Dios! ¡Qué subidón! Después, abro la puerta y salgo. Marta me mira asustada. No entiende nada, y entonces ve a Betta y lo comprende todo. Justo cuando la otra se levanta, se acerca a ella y, con toda su rabia, le suelta otro bofetón.

—Esto por mi hermano. ¡¿Cómo pudiste acostarte con su padre, zorra?!

Al momento, Anita deja de pedir explicaciones y entiende de lo que habla Marta. La amiga de Betta, horrorizada, la ayuda.

—Llame a la policía, por favor.

—¿Por qué? —pregunta Anita con indiferencia.

—Esas mujeres han atacado a Rebeca, ¿no lo ha visto?

Anita niega con la cabeza.

—Lo siento, pero yo no he visto nada. Sólo he visto una rata en el suelo.

Más ancha que pancha, me apoyo en el lateral de la puerta y la miro. Me contengo. Quisiera darle una buena paliza, pero tampoco me tengo que pasar aunque se la merezca. Betta está aturdida, no sabe qué hacer y finalmente dice, cogiéndole el brazo a su amiga:

—Vámonos.

Cuando desaparecen de la tienda, Anita y Marta me miran.

—Lo siento. Disculpadme, chicas, pero tenía que hacerlo. Esa mujer nos ha dado muchos problemas a Eric y a mí, y cuando la he visto, no he podido remediarlo. Me ha salido mi carácter y yo, yo...

Anita asiente, y Marta contesta:

—No lo sientas. Se lo merecía por guarra.

Unos segundos después, las tres nos reímos mientras la mano aún me duele por los bofetones que le he dado a Betta. Pero ¡qué a gustito me he quedado!

Cuando salimos de la tienda, decidimos ir a un local a tomar unas cervezas. Lo necesitamos. El encuentro con Betta ha sido algo que ninguna esperaba y nos ha descentrado un poco. Cuando conseguimos relajarnos, Marta me habla de su cita.

—¿Pasado mañana es el día de los Enamorados?

—Sí —afirma Marta—. ¿No lo sabías?

—Pues no... Tengo en la cabeza tantas cosas que sinceramente se me había olvidado. Aunque bueno, conociendo a tu hermano, seguro que tampoco le dará importancia a un día así. Si pasaba de la Navidad, ni te cuento lo que pensará de un día tan romántico y consumista.

—Mujer, de entrada te ha dicho que regresará de su viaje ese día.

—Sí, pero no ha mencionado que haremos nada especial. Aunque hace poco le propuse poner un candado en el puente de los enamorados y respondió que sí.

—¿Mi hermano?

—¡Ajá!

—¿Eric?, ¿don Gruñón dijo que sí a poner un candado del amor?

—Eso dijo —le confirmo, riendo—. Se lo comenté como algo que me había llamado la atención y me dijo que, cuando quisiera, podíamos ir a poner el nuestro. Pero, vamos, no lo ha vuelto a mencionar.

Tras unas risas incrédulas por parte de ambas, Marta cuchichea:

—Sinceramente. Nunca he visto a mi hermano muy romántico para esas cosas. Y que yo recuerde, cuando estaba con la cerda de Betta, nunca le oí que hicieran nada especial el día de los Enamorados.

Mencionarla nos vuelve a mosquear.

—Me imagino que te has puesto así por algo más que por lo que esa sinvergüenza le hizo a mi hermano, ¿verdad? —inquiere Marta.

—Sí.

—¿Me lo puedes contar?

Mi cabeza comienza a funcionar a mil por hora. No puedo contarle la verdad de lo sucedido a Marta. Ella no conoce nuestros juegos sexuales.

—En España se metió en nuestra relación, y tu hermano y yo discutimos y rompimos.

—¿Que mi hermano rompió contigo por esa asquerosa? —pregunta boquiabierta Marta.

—Bueno..., es algo complicado.

—¿Quiso volver con ella? Porque si es así, ¡lo mato!

—No..., no fue por eso. Fue por un malentendido que generó esa innombrable, y él le dio más credibilidad a ella que a mí.

—No me lo puedo creer. ¿Mi hermano es tonto?

—Sí, además de gilipollas.

Ambas nos reímos y decidimos dar la conversación por finalizada y comer algo. Eric me llama y hablo con él. Ha llegado a Londres y omito contarle lo que ha pasado con Betta. Será lo mejor.

28

Tras la comida, Marta me deja en la casa de Eric. Simona me indica que Flyn está haciendo los deberes en su sala de juegos y que ella se va con Norbert al supermercado. Ha grabado el capítulo de «Locura esmeralda» y más tarde lo veremos. Asiento, subo a la habitación y me cambio de ropa. Me pongo una camiseta y un pantalón de algodón gris para estar por casa y decido ir a ver cómo está el niño.

Cuando abro la puerta, me mira. Por su gesto, está enfadado. Pero vamos, eso no me extraña. Vive enfadado. Me acerco a él y le revuelvo el pelo.

—¿Qué tal hoy en el cole?

El crío mueve al cabeza para que lo deje de tocar y responde:

—Bien.

Veo que su labio está mejor que ayer. Niego con la cabeza. Esto no puede continuar así y, agachándome para estar a su altura, murmuro:

—Flyn, no debes permitir que los chicos te sigan haciendo lo que te hacen. Debes defenderte.

—Sí, claro, y cuando lo hago, mi tío se enfada —espeta furioso.

Recuerdo lo que me contó Eric y asiento.

—Vamos a ver, Flyn, entiendo lo que dices. No sé bien qué ocurrió ayer para que a ese muchacho le tuvieran que dar puntos.

El niño no me mira, pero por lo tieso que se ha puesto intuyo que le molesta lo que digo.

—Escucha, tú no debes permitir que...

—¡Cállate! —grita, airado—. No sabes nada. ¡Cállate!

—Vale. Me callaré. Pero quiero que sepas que estoy al corriente de lo que pasa. Lo he visto. He visto cómo esos supuestos amiguitos tuyos que van contigo en el coche, cuando desaparece Norbert, te empujan y se burlan de ti.

—No son mis amigos.

—Eso no hace falta que me lo jures —me mofo—. Ya me he dado cuenta. Lo que no comprendo es por qué no se lo explicas a tu tío.

Flyn se levanta. Me empuja para sacarme de la habitación y me echa. Cuando cierra la puerta en mis narices, mi primer instinto es abrirla y cantarle las cuarenta, pero tras pensarlo decido dejarlo. Ya le he dicho que lo sé. Ahora debo esperar a que me pida ayuda. Mi móvil suena. Es Eric.

Encantada, hablo con él durante más de una hora. Me pregunta por mi día, yo a él por el suyo, y después nos dedicamos a decirnos cosas bonitas y calientes. Lo adoro. Le quiero. Lo echo de menos. Antes de colgar, dice que me volverá a llamar cuando llegue al hotel. ¡Genial!

Cuando cuelgo, aburrida y sin saber qué hacer, me meto en la habitación que Eric dice que es mía y me pongo a sacar de las cajas mis CD de música. Al ver el CD de Malú que tan buenos recuerdos me trae, decido ponerlo en mi pequeño equipo de música.

Sé que faltaron razones..., sé que sobraron motivos.

Contigo porque me matas... y ahora sin ti ya no vivo.

Tú dices blanco..., yo digo negro.

Tú dices voy..., yo digo vengo.

Mientras tarareo esa canción que para mí y mi loco amor es tan importante, continúo sacando cosas de las cajas. Miro con cariño mis libros y comienzo a colocarlos en las estanterías que he comprado para ellos.